martes, 22 de septiembre de 2015

GHOST OF MARS — JOHN CARPENTER

Afiche coral; revienta de protagonistas
Este filme de John Carpenter presenta un problema claramente discernible, al menos: Desolación Williams (Ice Cube), es demasiado el Snake Plissken de Kurt Russell. Ice Cube puede haberse esmerado en su labor; pero apenas acercó a Desolación al cínico carisma de Plissken. Le añoras un wevo.

Constantemente lo verificas según suceden fotogramas de un relato coral contado en retrospectiva de un astrowestern planteado en el polvoriento pellejo marciano. Ice Cube hace, dice y actúa como Plissken. Pero sin serlo. Y no engaña al ojo, causando ese pliegue de molestia que mantiene incómodo en la butaca.

Mas Fantasmas de Marte acapara aspectos positivos que pueden convertirla en otra digna cinta de culto de esta suerte de Sam Peckinpah “menor” que es Carpenter. Esta vez, el director ha eludido el conflicto político/distópico que esboza en ambas películas de Plissken para apostar por una evasión aventurera de plató bien maqueado de Marte.

Afloran los tics ineludibles de su producción; Carpenter siembra el proscenio de elementos sociales ‘indeseables’, con tal grado de ambigüedad que no acabas de etiquetarlos de malos absolutos… ni héroes impolutos. Los villanos son los marcianos, unos jamás vistos, o ideados. Distantes del concepto “abolsado” de H.G. Wells, o el cabezón verde enano del folclore habitual. También diferentes a los nudistas imaginados por E.R. Burroughs, que tanta controversia pudieran dar.

La misión de sus vidas, en el más pleno sentido
Entes impalpables, poseen los cuerpos de los colonos que, esforzadamente, terraforman Marte extrayendo valiosos minerales de sus entrañas. Los cubren de piercings y yagas “rituales de combate” para luego lanzarlos contra lo que estiman invasores del sagrado suelo patrio.

Es planteamiento fantástico destinado a mantener nuestra atención y justificar metraje. Tiene su punto, el que el nativo, en vez de exponer su sustancia al peligro y la muerte, emplee la carne del invasor para luchar contra éstos y los aniquile. Mata dos pájaros de un tiro, pues el otro humano elimina al poseído en defensa propia.

Otro aliciente es la plétora de ‘fracasados’ que tienen una repentina oportunidad tanto de reivindicarse tanto como individuos como ante la Sociedad que los ha marginado. El grupo que comanda Helena Braddock (Pam Grier), policía lesbiana que depreda a Melanie Ballard (Natasha Henstridge), agente bajo su mando, no está compuesto por ejemplos de intachable conducta.

La sádica respuesta a que no estamos solos
en el Cosmos
Carpenter presenta un grupo impregnado de defectos-y-debilidades que esperan ocultar, o disimular, como bien pueden. Braddock: su apetencia sexual por Ballard bajo una masculina actitud autoritaria. (También algo sugiere que acabó destinada en Marte para purgar una infracción.)

Ballard es adicta a una droga, que luego (en giro singular) la ayuda a librarla de la posesión infernal marciana.

Jericho Butler (Jason Stathan), de presunta ‘habilidad’ para modificar el polo sexual de sáfico a heterosexual, esgrime esa arrogancia para ocultar su fanfarronería. Incluso, debilidades de carácter más acusadas.

Desolación es el mal buen hombre de la querencia mitológica norteamericana del western. Ladrón y convicto, dista de ser el radiante paladín que describe usualmente el heroísmo. Pero tiene moral. Ética. Es un superviviente. Aprendió a serlo: por las malas.

En qué jaleo nos hemos metido. Marte siempre
igual: ¡el planeta de los monstruos!
Carpenter sigue narrando sobre marginados que la Sociedad ha evacuado de sí pero que, sin embargo, conservan su valor existencial, o intrínseco. También son individualistas dispuestos a cometer generosamente el máximo sacrificio por mor de brindar un bien mayor al colectivo.

Indican que las apariencias engañan. Nos juzgáis por el lomo del libro, despreciando indagar sobre su trama. Carpenter pretende criticar la superficialidad de las estructuras sociales, con qué rapidez te etiquetan y, ¡ay!, ese baldón te acompaña ya siempre. Después sucede algo que confirma nuestro error respecto a esa persona. La primera impresión: es irrepetible.

Desolación lidera, sugiere el final “continuará”, la resistencia contra el agresor marciano, aliándose con su peor enemigo: Ballard. Hay nexo de unión entrambos: parias del organigrama oficial, eso facilita su entendimiento. Minimiza sus diferencias.

Un barroco enemigo nativo que prefiere
la carne humana para pelear
Presentar Marte-humano como un matriarcado también es significativo detalle: ¿es la Madre Tierra un patriarcado? (Qué ironía.) Esta tesitura: ¿permite suponer una futura guerra interplanetaria de sexos? ¿O sólo es un giro de la Historia hacia uno de sus comienzos culturales, prehistóricos, o consecuencia de una disminución del nacimiento de varones? Siendo ciencia ficción, y teniendo a su disposición un inimaginable aparato científico, podemos suponer que la ingeniería genética permitiría un aumento de nacimientos de niños, garantizando la paridad.

Fantasmas de Marte es socorrida aventura para, pongamos, resolver las ocasiones en que la programación televisiva no ofrece nada potable. No es que sea deleznable, ¡qué va! Pero adolece del mordiente de las hazañas de Plissken. A Desolación le “faltan tablas”. Un hervor, quizás. Apunta maneras, empero.

Tal vez, pienso, la causa está en que Plissken es amo único de sus aventuras, dejando hueco a secundarios de distinto atractivo. Desolación debe sacrificar demasiado protagonismo (del que goza Plissken) entre los demás participantes de la cinta. Si hubiese monopolizado la acción, igual otra imagen proyectaría. Igual.