miércoles, 22 de abril de 2015

VAN HELSING — STEPHEN SOMMERS

Afiche con fecha de estreno
Apuntalándose en destacados monstruos de Universal que, durante Década 30, coparon la pantalla de plata, Sommers construye un potente espectáculo visual confiando homenajear aquella época, como el instinto que inspiró a diversos realizadores a sacar de los vetustos volúmenes del gótico más rancio, arcaico y aburrido (como Frankenstein, de Mary Shelley) unas pocas pesadillas que cobraron carne mortal en Bela Lugosi, o Boris Karloff.

La actualidad, empero, obliga a un completo remozado del concepto y el género. El espectador de hoy no puede sentir pánico, o repulsión, o inquietud, ante una sombra que se desliza, generada por un actor cariacontecido que se las da de “misterioso”, con el B/N realzado su histrionismo.

¡Hay que dar tralla!, y Sommers lo hace. Confiando llenar las salas, entrega una producción vagamente imbuida en espíritu de videojuego (pues el target que más consumiría la película sería adicto a los entretenimientos virtuales), y vigoriza la imagen de estos fenómenos del pagano pasado del terror, arrancándoles la costra de plúmbeos estereotipos manidos que los fosilizaba.

Van Helsing en postura heroica
para motivar entusiasmos
También jugó con los grises estilo relato Alan Moore, o Michael Moorcock: el malo no lo es tanto, o lo es a disgusto. Y el bueno tiene un pasado que prefiere ignorar, olvidar, deseando que jamás hubiera sucedido.

Sommers surfeó entonces la estela “modernizadora” de Darkman y Blade, por citar dos ejemplos. Sam Raimi había tocado, con notable éxito, tres figuras dignas de los monstruos Universal, como El Hombre Invisible, El Fantasma de la Ópera y el escultor que Vincent Price encarnara en Los crímenes del museo de cera, recreándolos en una sola y dinámica figura.

Blade destruía la añeja mugre que acartona el mito del nósfero, al arrogante aristócrata de la más profunda y supersticiosa Rumanía, amo de acólitos obtusos víctimas de un hábil tragasables armado con un vaso de agua bendita y una estaca de madera. Los nósferos de Blade, jóvenes y ambiciosos, vivían el día-a-día discotequero dándole otro sentido a las palabras “raíces profanas y sangrientas”.

Replicado por la dominante
Anna Valerious, hembra alfa
Ayuda al turno de actualizar de Sommer un Hugh Jackman empotrado en la imagen de Clint Eastwood, tanto en su faceta de pistolero Sin Nombre de western-spaguetti de Sergio Leone como de Harry el Sucio. El Gabriel Van Helsing del australiano no es el Abraham Van Helsing de Anthony Hopkins en Drácula. Semeja un decimonónico Blade Runner steampunk a sueldo del Vaticano, que el director caracteriza como una fuerza integradora de cultos enfrentados a paganas abominaciones que desafían la voluntad divina con su sola existencia.

Apenas hay interés en ahondar en la psicología de los principales participantes del filme, aunque logran soslayar las actuaciones planas, o arquetípicas. Todos guardan algo oscuro que macula sus almas. Pecados que purgar. Sommers consigue que el breve bosquejo efectuado baste para permitirnos ver que estos personajes tienen motivaciones recónditas (más allá de ganar el perdón divino) que los espolean a proceder como lo hacen.

Y, a modo, ambos manipulados
por este bien acompañado Drácula
Destaca Drácula (Richard Roxburgh), que aunque parece encasquillado en el rol del corrupto noble valaco, de ahí avanza por fértiles parámetros de creatividad, generando una actuación distinta. Tiene superpoderes. Humor. Ironiza con su situación.

El Monstruo de Frankenstein (Shuler Hensley) también despide contrastes. Aparece como un ser atormentado, consciente de qué objetivo tiene su dramática génesis. Maldición de la que pretende escapar, confiando desarrollarse como un sujeto culto y sensible, pese a su atroz apariencia. Pero se lo impiden.

Kate Beckinsale (Anna Valerious) sí bordea el cliché. Sale como tía buena en réplica a la seca virilidad de macho alfa de Van Helsing, profesional con larga y dolorosa experiencia cuyo eco anubla sus días. Sommers detiene aquí el desarrollo de las identidades. (Por eso David WenhamCarl— parece gilipollas.) Ahora… ¡es la hora de las tortas! O el personal abandona la sala.

Un trío un poco cantoso, como para irse de copas.
En especial, el fortachón remendado por doquier
Y se entrega al brioso espectáculo, sin olvidar a qué fin sirve la historia, que, en ciertos momentos, tiene regusto a secuela apócrifa de La Liga De Los Extraordinarios Caballeros. Van Helsing muestra demasiados enlaces como para obviarlo.

El intenso matraqueo circense (de esas caídas, te levantas baldado, no con ganas de recibir más) induce reflexión: en algún momento, el cine de acción dejó de ser un compendio de acrobacias, más o menos creíbles, para transformarse en un despliegue de excesos e imposibles donde los actores hacen el doble de lo que podía esperarse, y es poco. No basta una bala para matar: debe dispararse todo el cargador.

Fotograma alegórico: todos llevan máscaras
en esta briosa producción
No vale hacer una arriesgada voltereta: hay que bordar el triple mortal. Van Helsing peca de estos excesos que van llevando al cine de acción a un peligroso callejón: ¿cómo superar lo insuperable, quedando bien?

Empero, siendo indulgentes con estos detalles, la cinta es un ameno y cuidado deleite visual que, sin complejos, rompe cánones enmohecidos, atreviéndose a imaginar con libertad. Que sea así no significa que deba ser así… especialmente cuando lo habido es malo y da para más.