domingo, 3 de mayo de 2015

ORA:CLE — KEVIN O´DONNELL, JR

Ajada cubierta extranjera
Denso manuscrito redacta Kevin O´Donnell, Jr sobre algo que es nuestra actualidad. Mas, en 1983, parecía una perspectiva llena de pesimismo de un futuro distante dos siglos.

Ora:Cle, trata, esencialmente, de domótica y conexiones por internet de un modo primitivo para lo que disfrutamos. Pinta un escenario a la vez tan profético como excesivo, truco destinado a mantener hincado el anzuelo de nuestro interés en la novela para proseguir leyéndola.

Es profético pues describe un distópico siglo XXII (indicio revelador sobre el proscenio de fondo —Judge Dredd—) donde el calentamiento global obligó a recluir a la Humanidad en megaestructuras de una no nombrada Mega City One. Esto permite que las calles (de vasta anchura, a suponer) rebosen de purificadora vegetación.

Describe problemas con el Islam y sus fieles, equiparando tanto a los fanáticos con los que, ataviados “a la europea”, fingen cordialidad mientras preparan, con cara bonachona, la puñalada trapera.

El autor comentado
Destaca cómo el Hombre, aislado en sus viviendas domóticas, desarrolla una forma de existencia que evoca el de las Bóvedas de acero, pero llevándolas al mínimo-nimio espacio del apartamento de cada ciudadano.

Permanece al tanto de la actualidad y la cobertura de sus necesidades merced al remedo de internet que describe O´Donnell, Jr. Comparada con la actual, es una red muy primitiva. Ora:Cle, además, es un primerizo cyberpunk con zapatillas de felpa que, aun así, obtuvo el Premio Mannesmann Telly en 1987. Supongo que la miopía también afecta a la ciencia ficción, por mucho que, con frecuencia, vista de Casandra y perfile un Mañana-Mañana que podría ser escalofriantemente acertado.

O´Donnell, Jr. añade a sus cautivos personajes, por si las complicaciones fuesen pocas, una amenaza de invasión extraterrestre. ¡Los Dacs acechan! Cazan incautos como el protagonista, Ael Elochenta Aefachese Enefefseis (todo eso), para cobrarse una cabellera humana de qué presumir.

Introducir estos Dacs (tratados como extraños perros semiinteligentes) empieza a verse torpeza desmesurada según avanza un relato trufado de intrigas y luchas por el poder por parte de un comité “de sabios” al que Ael pertenece. Repelido, descubre que está involuntariamente implicado en el complot.

Portada de la edición española
Todo Ora:Cle evaluado, permite comprender que sobran los Dacs; llegan a ser lastre para la novela. Repasas la situación de calentamiento global, el aislamiento semiforzoso que padece la Humanidad, el trajín internacional salpicado de terrorismo… y descubres que sólo eso eran elementos para una gran novela. Mas, además, ¿Dacs?

Incluye otro ominoso peligro: los hombres salvajes de las calles. Apátridas, exiliados, inadaptados, delincuentes… moran en las junglas que festonean los cimientos (desmesurados, imagino) de los megabloques. Al destacar esto, y pensar en qué nulidad anodina es Ael, hombre corriente-moliente, como la mayoría, creí que O´Donnell, Jr. lo forzaría vivir en y ese peligro.

Imaginé: en algún momento, O´Donnell, Jr. lo arrojaba a la calle, víctima de una nefasta concatenación de hechos, y el pobre experto en Historia de Asia se haría un Rambo que, tras esfuerzos, sacrificios y alguna encarnizada contienda, recibía el bálsamo de volver al hogar computarizado junto a su (infiel) esposa.

Y, al contrastar ambos mundos, Ael (los nombres de los concurrentes son alfanuméricos; ¿quería dificultades, lector?) advertía que su compuparaíso habitacional y su jardincito instalado en la terraza era bastante engañoso.

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Descubría un inicuo interés en mantener al personal enchufado a la red, interés cebado con miedos reales pero muy adulterados por Propaganda gubernamental, persiguiendo la sumisión ciudadana. Atérralos, y obedecerán. Sin pensar. Una de cada diez cabezas, piensa; las restantes, ¡embisten! Y, bien rebozado en el paráclito, Ael intentaba denunciarlo. Cambiarlo. Algo así de trágico.

Nop. Todo transcurre en el set de su apartamento, el cual visitan distintas figuras para agilizar la trama. Todo tendente a un bosquejo de claustrofobia y aislamiento como cara del inminente futuro que hoy disfrutamos.

Así, Ora:Cle se manifiesta augur; el mundo goza de un milagro comunicacional equívoco que dudo O´Donnell, Jr. fuese aún capaz de imaginar. Gracias a internet, tenemos decenas de impalpables y distantes “amigos”, pero de quienes sabemos entre poco, o nada. (Aun ristras de embustes.) ¿Eso es verdadero contacto humano?

Hemos electrificado las amistades postales dieciochescas, añadiéndoles una fotografía “del perfil” probablemente falso. (¿Cuántos varones no cambian de sexo en la red?) Y, seguro, esas viejas cartas eran más leales que todo lo actual.

Y en su lengua
Estamos cada vez más aislados, pese a que un clic nos conecte con los puntos más remotos del globo, y palabreemos con sus habitantes. Hemos construido una ilimitada uniesfera personal de Mis favoritos; pero, al mirar en torno, descubres qué tamaño real tiene tu Universo: las pulgadas del monitor de la computadora.

Y nos gusta. Deseamos eso porque somos amos de nuestro pequeño mundo virtupersonal. Ahí, mandamos. No nos acogota el otro, grande y físico, mundo externo. Debemos reconocer a O´Donnell, Jr. calidad de visionario. ¡Ovación! 

En lo demás, me temo que tenía tendencia a meter paja innecesaria en los párrafos.