jueves, 25 de junio de 2015

FLASH GORDON — ALEX RAYMOND

¿Un guiño seminudista a las nudistas aventuras de
John Carter en Barsoom?
Un repaso a las páginas pulcramente ilustradas (o, mejor, daily strips) por Alex Raymond, así como un análisis realizado desde la perspectiva de obras parecidas, similares, o sólo aparecidas después, junto a un cítrico sentido de la realidad y la Historia, permite ver que el hidalgo de los espacios avecindado en Mongo, Flash Gordon, virtuoso jugador de polo, es un engranaje de la Propaganda que empleó el Gobierno norteamericano en beneficio de la causa que pretendía devolver la democracia a Europa, tras haber pateado los culos nazis (y nipones imperialistas) hasta sus tumbas.

Pero no siempre fue así; al principio, el ario Flash, refinado de una selecta serie de virtudes y valores que se suponen inspiran y contiene el estadounidense (lealtad, valor, sentido de la justicia, del sacrificio…), es víctima de un secuestro y le “disparan” contra un planeta errante que amenaza impactar contra la Tierra. Lo acompañan Dale Arden, un bibelot medio dibujado como Betty Boop (por entonces) y otro estereotipo (de científico loco): Hans Zarkov. Ha ideado un plan para evitar la brutal catástrofe.

El plan era iniciar un gigantesco homenaje a la aventura,
pura y dura, merced a numerosas influencias
¿El plan? Expedirse a “negociar” con la masa errante para impedir nos destruya. Pero, bueno, eso son insignificancias para poner “en órbita” la idea principal: ¡¡acción!!, generar una saga exótica de aventuras en tierras “nunca vistas” que articulaban fantasías previas como Buck Rogers, Brick Bradford y el campeón de todas ellas: John Carter de Barsoom.

Así, inmediatamente Gordon & CÍA son manipulados por criaturas extravagantes y singulares que los zarandean de acá para allá para deleite de reyezuelos locales o peor: del tirano achinado Ming, déspota reflejo del miedo norteamericano al Terror Amarillo, instaurado desde bien pronto en su producción de ficción.

Flash Gordon, por todo esto, permite suponer que fue una serie tramada, más que en pos de la evasión o el aprovechamiento de espacios fantabulosos que otros no supieron explotar con éxito, para la Propaganda patria. O le inyectaron esa intención. Según iba volviéndose rampante el Terror Nazi, que Gordon derrotaría (!) en una saga de vigorosas viñetas llenas de camaradería y prodigios, Flash va encarnando más virtudes de fortaleza/resistencia norteamericanas contra una amenaza que codiciaba el mundo.

Mongo rebosa de variedad biológica, aunque un
tanto alocada, como aquí podemos ver
No obstante, “entre guerras” quedaba aún espacio para brindar al cándido lector de Década 30 escenarios espectaculares que, conforme la serie avanza hacia Década 40, menos extraños, alienígenas, se dibujan. Esta terraformación afecta a las estrambóticas razas, estilo Edgar R. Burroughs, de los Hombres León, Hombres Halcón, hombres-lo-que-sea, que finalmente desaparecen, reinando el armonioso Baring sobre todas ellas.

Un núcleo de la vistosidad de Mongo (planeta que se antoja, más que esférico, situado sobre plataformas, o niveles de videojuego, interconectadas sus naciones por puentes, y cuya errante entidad termina apenas los terrestres se domicilian en él), la pluridad de razas imaginadas bastante a golpe de ocurrencia súbita, se amalgaman en una estructura racial humana. Y, si es imposible armonizarlas con el canon de Vitruvio, se eliminan. ¿Complicaciones? Ninguna.

Mientras Flash Gordon anda de bronca con los
compis, un insidioso achinado Ming intrigante
mete ideas raras en la cabeza de la perpleja Dale
Aun Ming, que primero era verdaderamente tirano amarillo, suerte de caricatura del chino, según ha perpetuado el grafismo, empieza a tener una muy saludable tez rosada caucásica. Se vuelve estilizada silueta prusiana con elegantes casacas decoradas con el sigul solar, conservando sin embargo algunos “atributos” de su “ascendencia” asiática que, según detona 1940, se evaporan finalmente. Los freaks no tienen lugar aquí.

Por otra parte, Flash Gordon es un personaje arrojado a la palestra de la evasión (y el citado empleo patriótico de Propaganda, menos colorido que Captain America) sin que tengamos el menor dato biográfico suyo claro.

Ignoramos de dónde surge su prodigioso uso del sable, la habilidad superior de atleta que avergonzaría a su contemporáneo Doc Savage, dónde adquirió la diestra mesura de estadista que suele mostrar, aunque su política recuerda a la del “palo en alto”. Es un metrosexual “a prueba de tentaciones” que inmediatamente despierta las avideces de las vampiresas de Mongo, opuestas a la cándida, fiel y virginal Dale Arden, otrora trofeo codiciado por la lujuria desbocada de Ming.

¡Hasta la Princesa Leia estaba por los huesos
de Flash!
Se ilustra a Flash como espejo de hombres, nobles y reyes, en la mejor tradición de la Caballería artúrica; aun plebeyo, instruye sobre cómo gobernar a todos los monarcas, hombres o mujeres, de Mongo. Trasplanta triunfantemente el ideal pregonado por Superman (“la verdad, la justicia y el estilo de vida norteamericano”) a esos pagos estelares distantes.

Lo cierto es que todo eso andaba improvisado por el equipo de autores tras las proezas. Había que producir Producir PRODUCIR y todo valía. Y si, encima, echamos una mano a la patria en tiempos procelosos, ¡mejor! Y ahí ha quedado, FlashGordon: icono de la ficción-a-ocurrencias que ha perdurado en la memoria colectiva (al menos, de los que amamos las historietas) y buscando, con arrojo galante, en otros formatos forma de legar y vivir, imprimir huella cara a la posteridad. Aun: regresar a las viñetas.