miércoles, 18 de marzo de 2015

HARDWIRED — WALTER JON WILLIAMS

Portada forastera de un gran clásico
Romanticismo contra comercio; es el núcleo central de esta novela de Walter Jon Willians (¡aclamad al escritor!) tras la aparatosa y bien relatada tramoya cyberpunk con la cual nos encandila.

Es lucha que cada día se perfila más clara en nuestro mundo actual; los estándares “tradicionales” de política y orden conocidos empiezan a debilitarse frente a Corporaciones económicas que van poniendo al mando de los distintos Gobiernos líderes que beneficien sus balances mercantiles. El populux reacciona ante esta forma de agresión (de siempre presente, aunque bajo otra máscara) con populismos-y-populistas que, tras la sonora maraca de sus eslóganes combativos, no hay nada, y de triunfar, manifiestan la corrupción incontrolada que critican a los grandes partidos, así como ineptitud para lidiar con los toros de la potente economía corporativa. La prosaica realidad les estalla los morros.

Pero siempre hay quien, románticamente, se erige adalid contra el monstruo y le planta cara en un último y decisivo combate que, al menos, le glorifique para la posteridad. En Hardwired, este caballero andante es El Cowboy, idealista de la vieja y buen escuela. Sueña metas supremas y, como los iconos de quienes toma el nick, su máxima aspiración es poder transitar las grandes planicies libres de las alambradas HI/TECH que erige el Corporativismo. Combate cuanto restrinja sus parcelas de libertad.

Aquí nos la sirvieron así
Su opuesto es Sarah, una prostituta/mercenaria/sicario de un Miami medio anegado por el alza de los océanos. Curtida guerrillera de las terribles vicisitudes de la vida, éstas la han llevado a ser traicionera y pragmática. Tiene un sueño, cierto, pero estima saber eludir sus ensalmos sedosos… o eso cree.

Al contraste con Sarah, cínica total, el Cowboy, que no es ingenuo completo, está bastante tierno. Apreciamos que la una se contenta con llegar a mañana; a eso consagra todas sus fuerzas; el otro contempla el horizonte infinito y más allá, amontonando visiones de individualismo sin fronteras. Una pelea digna de una muerte legendaria.

Las transacciones comerciales acaban uniéndoles; el sueño de Sarah, abandonar esa vida peligrosa y degradante que ha llevado, recibe carta de materialidad por parte de Cunningham, un intermediario de los Orbitales, quienes dominan el ancho mundo tras la aplastante Guerra de las Rocas. A cambio, también el Cowboy debe perecer.

Y fue escrita por este señor, que
posa dándoselas de misterioso
Y casi esto sucede. Pero Sarah ve algo nuevo en el romanticismo suicida e improductivo de el Cowboy, redentor incluso, por lo cual merece arriesgarlo todo. La áspera superviviente del duro combate urbano queda cegada, como San Pablo, por el destello de las ideas de libertad y dignidad de el Cowboy, y juntos cabalgan esa senda. Tampoco es fácil para el Cowboy; conocer a Sarah le hace casi caer en su Reverso Tenebroso, mas logra evitarlo, supera la tentación, y prevalece su entereza.

La novela de Williams, encuadrada en el ahora satanizado cyberpunk (a causa, pienso, de que los autores —presos del veleidoso gusto del lector— no supieron parar de ‘electrificar’ los sesos de sus personajes, engendros de ojos electrónicos capaces de  ver aun lo que no convenía), es vigorosa, fuerte, con identidad propia que, como el Cowboy, se niega a rendirse sin haber, al menos, descargado sus revólveres una vez. Mezcla abundantes elementos (aventura, thriller, filosofía…) en pos de una narración tónica que abrace enteramente al lector, impidiéndole quedar descontento.

Su profusa actividad le ha llevado
a formar parte de esta leyenda
Es inevitable comparar; el cyberpunk parece dominado por William Gibson, quizás su mayor promotor. O el más afamado. Pero las conocidas obras de Gibson no tienen, sin desmerecerse, la garra de Harwired. Y lo estimo por su carácter cercano. Mientras Gibson compone aparatosas arquitecturas donde las marcas tienen brutal importancia (juego al que colabora Williams, empero), en cambio sus personajes se han rendido sin condiciones a Japón.

Hacen un aspaviento o dos, amagos cara a la galería, de que no están vendidos a los del Sol Naciente por entero. El Cowboy pelea por su identidad tradicional/racial (¿no lo delata su nick?) y la mayoría de los personajes (marginales, delincuentes) a modo lo imitan. Aun Sarah enarbola determinado carácter ante al aparente poder omnímodo de los Orbitales, regidos por un Soviet Orbital, no por Corporaciones niponas. Los rusos juegan un importante papel en esta novela de 1986, que llegó a nuestras costas en 1995. Hoy día, parecen estar en esa frecuencia. Japón, no.

Esta máquina tripula el protagonista de este
romance de la leyenda contra el comercio
Hardwired también contiene ciertos miedos “modernos” norteamericanos, como la balcanización de Estados Unidos, y cómo este desmembramiento convierte en víctimas de despiadadas negociaciones extranjeras a sus ciudadanos. Ante esto, sin embargo, la población se refugia cada vez más en sí misma y sus tribalismos, negándose a “reconquistar” su nación para devolverla la grandiosidad del momento presente.

¿Contemplamos, otra vez, el extraño poder augur de la ciencia ficción? Exactamente, el vaticinio puede no cumplirse, pero según avanza la Historia, vamos verificando que algunos de sus perfiles se confirman. ¿Podremos aprender de la lección y evitar la catástrofe en ciernes?