martes, 3 de noviembre de 2015

THE MASQUE OF RED DEATH — ROGER CORMAN

Afiche. Eso, miren esa cara
¡Menuda película! ¡MENUDA PELÍCULA! Roger Corman fusiona dos cuentos de Edgar Allan Poe adhiriéndoles pueril adoración diabólica disparatada destinada a asustar a un público fácilmente impresionable merced a una desamable atmósfera de presunto terror en un set neblinoso, por donde paisanos embozados y con túnicas pasean monótonos recitando átonas frases, pretendiendo así apabullarnos aún más, imprimirnos que esto es serio DE VERDAD, que la Muerte misma comparte asiento.

Hoy día esto sólo causa irrisión; aburrimiento; desapego. Todo mérito que haya podido acaparar durante los años esta cinta desaparece ante una rigurosa y cabal crítica imparcial; desnuda las triquiñuelas infantiles que Corman empleó para darnos el susto, los estrafalarios escenarios, panteón de las burdas interpretaciones de los actores.

El principal aliciente lo constituye Vincent Price, alias despótico Príncipe Próspero. Despliega un soberbio histrionismo histérico desmedido en el plató. Impone su elegante corrupción europea ataviado de sátrapa medieval, regente de una fortaleza de cartón piedra y oculto tras el escudo de soldados tan viles como él. Invita a su mesa a una corte de aristocrática gentuza tan faltos de escrúpulos como Próspero, rana pretenciosa ubicada en el centro del estanque de aguas putrefactas, satisfaciendo sus desquiciadas órdenes por humillantes, o absurdas, que sean. Todo vale para contentar al Príncipe, quien les prometió librarles de la plaga que vacía el mundo.

Vincent Price es el Príncipe Próspero, que pasea
su sombrero nuevo de sheriff de Nottingham
El mínimo-nimio cuento de Poe, destacable por los elementos de las extravagantes habitaciones de intensos colores y el ñoño detalle del reloj de fuertes campanadas (tanto Próspero como los restantes integrantes del texto son sombras que el caballero virginiano mueve por el proscenio de su prosa cuan robots, carentes de psicología o particularidad), que interrumpía las orgías de los festejantes mientras dichas horas sonaban (alguna especie de imagen del paso del tiempo; nuestra mortalidad, recordada así, a la fuerza, a quienes intentaban huir de ella), no contiene la chicha con la que Corman extiende su metraje; así que adquiere Hop-Frog, la venganza ardiente del enano no menos medieval sobre los nobles que lo torturaban, corte casi calcada de la de Próspero, así travistiendo la obra del ex cadete de West Point para, a base de risibles escalofríos, sacarnos los cuartos para recuperar la inversión realizada en la producción.

Y como es un villano, se emperra de esta chavala,
pura y virginal, empeñándose en depravarla
Corman era muy de travestir el trabajo de Poe. Tampoco perdonó el de H.P. Lovecraft, que a placer deformó y distorsionó. Travestir sus cuentos evidencia qué escaso respeto por Poe sentía. Hace suponer lo veía como un despojo, despreciable borracho muerto por culpa del alcohol al que saquear sin miramientos porque poco el difunto podía protestar ya. Quizás algunos exégetas quisieran emitir una débil protesta de resonancia limitada. La crítica preferiría recordar, de pasada, que la materia prima era poeiana y atacaría, o destacaría, la interpretación central/general de Price, que no tenía por qué comedirse; la película era barata, y podía aceptar alguna merma salarial a cambio de comportarse como un divo descomedido.

Empero es desdén también el que exhiben los exaltados poeianos, solos o agrupados, al ¡exaltar! y ¡aclamar! estas travestidas cintas de Corman que, a duras penas, dan el entretenimiento que nuestro ocio, tras la lucha diaria, reclama. Deberían impugnarlas, denostarlas, escarnecerlas, no abrazarlas con voluble pasión fanática argumentando que ¡mira tío es la edición DVD Plus Rayos Gamma en caja Hulk a imitación del cutis de Vincent Price!, virtudes por las cuales se les perdona todo.

Flojeando el argumento, metemos acólitos de
Satanás por medio... Eso, o no queremos más
películas como ésta. Antes, ¡la muerte!
¡Esos poeianos! Prepotentes voces airadas-ariscas, de nula autoestima, cortos de entendederas y teatrales amaneramientos, enrocados en lo diminuto de su plaza y conocimiento, que tanto TANTO aman al Maestro, intentando imitarle aun en la última coma, la falta de sentimiento de sus personajes, la trasparencia inapetente e impúber de sus cuentos de fantasmas, produciendo por tanto abortos infames, no literatura, no homenaje, que luego, eso: condonamos el travestismo que Corman hizo de la obra del ¡admirado! porque, primero, la interpretaba Price, luego Corman era un mago de la serie B y con poco, hacía mucho, y después porque… porque… citarlas proporciona la posturita estética con la cual desmarcarse, deslumbrar a la masa inculta.

¡La fiesta de disfraces la gana el bujarrón
disfrazado de Catwoman!
Pero van más lejos, viéndose envueltos en la capa, bajo el sombrero de ala ancha la pálida carita de poeta trágico, tiritando de frío y mono de láudano, esperando levantar exclamaciones de admirativa pena por su bibelot proceder.

La grandeza literaria de Poe queda profundamente humillada tras advertir qué escasa repercusión cinematográfica tiene. Los grandes directores, le ignoran. Poe ha quedado para modelo cursi de cursis, esperpento de mamarrachos que ven en su vida, u obra, drama a imitar; excusa para arrancar el ¡ay! conmiserativo de damiselas bobas prendadas por ese pobrecito poeta incomprendido al que ponen borde del suicidio porque su ‘literatura’, incomprendida, ¡ay!, padece persecución… cuando, en realidad, lo que ha escrito no vale una mierda. ¡Pobre Poe! Capricho de caprichosos.

El único que gana aquí: Corman. Supo rentabilizarle.