viernes, 31 de julio de 2015

LA MÁQUINA DEL TIEMPO — SIMON WELLS

Afiche. Fue al futuro en pos
de una respuesta. Jamás la
obtuvo. Pero residió allí
Ameno y elegante homenaje que Simon Wells efectúa a la novela que popularizó a su abuelo, H.G. Wells (presente en un retrato del recibidor de la casa de Alexander Hartdegen Guy Pierce—). Esta versión difiere de la de George Pal, más fiel al libro, en que está despojada del contenido político, o especulación social(ista), presente tanto en el relato como el filme mencionado.

Destaca el elemento, sumamente norteamericano, de que sólo una gran GRAN tragedia, o hito colosal, mueve al protagonista a efectuar la gesta. En la novela, el Viajero a través del Tiempo emprende la odisea motu propio, siguiendo la energía de su masiva curiosidad, en sintonía con el deber de imperio civilizador que caracterizaba a todo gran explorador cristiano blanco de entonces.

Para que Hartdegen inicie el viaje, debe morir su prometida, Emma. (¿Qué le sucede a Norteamérica? ¿Ha perdido el gusto por la aventura, per se? ¿Debe imperar un motivo dramático para hacer algo como esto?) Lo espolea intentar evitar su fallecimiento, privar a la Parca de su víctima. No lo inquieta qué paradoja puede crear: invento la máquina para salvarla, evitándome un largo duelo; pero salvándola, ¿para qué creo la máquina? ¿Qué sucede ahora? ¿Hay dos Hartdegen conviviendo en la misma línea espaciotemporal, o corren por carriles a un tiempo paralelos pero imposibles de comunicar entre sí? ¿…Universos adyacentes?

El deceso de esta dama causa una singular aventura
Es lo que tiene especular/escribir sobre viajes temporales: ¡dolor de cabeza!

Hartdegen descubre que el sino es inalterable. El poder de la Parca llega al extremo de modificar de tal modo las situaciones que quien debe morir, muere. Sea de un tiro, o atropellado por un coche de caballos, o por golpe de una maceta que cayera de un quinto. Y entonces, lleno de preguntas, Hartdegen comienza el viaje… a 802.701.

[Que la Muerte llegue pese a cómo se procure evitarla es idea presente en Intentar cambiar el pasado, relato de Frizt Leiber. El guionista, John Logan, parece haberla rescatado para incorporarla a esta versión de La máquina del Tiempo.]

Sustituir los elementos de admonición, hipótesis y política social presentes en la obra original lleva a llenar los huecos con acrobáticos Morlocks más simiescos que nunca, e inmunes al Sol. Son los tiempos modernos; una mínima-nimia ración de acción y/o violencia, deja descontento. ¡Debe rebosar! El cine de Hong Kong ha corrompido los fotogramas americanos; si no hay dos docenas de tiroteos, el personal se aburre.

Que comienza con este caos mecánico
Hartdegen debe enfrentarse solo a los Morlocks porque la sociedad Eloi residuo de las vastas catástrofes que variaron la cara del ancho mundo durante el tiempo que tomó alcanzar 802.701 ha perdido el empuje luchador. Hay cambios, empero. Mientras que en la novela, y la cinta de Pal, los Eloi son pasivos porque la Utopía Manifiesta en la que viven los ha atontado, nada los obliga a competir por cubrir sus necesidades, aquí son víctimas de una sutil manipulación telepática.

Desde su oscuro reino subterráneo, el UberMorlock (Jeremy Irons) somete las mentes tanto de sus semejantes como la de los Eloi, anestesiando su deseo de tener algo distinto, construirlo por sí mismos, aspirar a más. No comparto tanto el dictamen del compubibliotecario (Orlando Jones) respecto a que hubo una escisión de la Humanidad, evolucionando en dos estirpes distintas. Algo así como que una sería más reptil que la otra.

Paradita en el futuro para hacer un amigo virtual
Los Morlocks, industriosos, maquinales, con una presunta superioridad intelectual debido a su elaborado dédalo habitacional, han adquirido una forma distinta forzada por los avatares que la supervivencia les impuso. Se han adaptado a cierta brutalidad. Y los Eloi son apuestos y ribereños porque lo dictó la idea original. Y debemos simpatizar con quienes más se nos parecen.

Que la Luna esté hecha migas orbitando en torno a la Tierra es garrafal fallo. (Otro: Hartdegen nunca descubre por qué nuestro sino es inalterable.) La Luna impide, con su masa actual, que los días duren seis horas y fuertes corrientes de viento, impulsadas por el acelerado giro del planeta, asolen la superficie terráquea (por no citar las mareas). Un satélite tan mermado debe hacer, pienso, que los días duren diez horas, o así, y desde luego, el viento desmontaría la delicada arquitectura polinesia que exhiben estos Eloi.

Una decepción para Hartdegen. El decantado de
la Humanidad es albino, presuntuoso, caníbal
Había no obstante que encontrar una catástrofe brutal que engendrara a los Morlocks e idiotizara a los Eloi. En la película de Pal, víctima de su tiempo, fue una Guerra Mundial Termonuclear. Aquí, un cataclismo cósmico. No debió apelarse a tanto. ¿Quién no nos dice que, dentro de unos años, no volvamos a revivir la tensión de la Guerra Fría? Hasta un meteorito devastador puede hacernos la gran puñeta pasado mañana. Es un peligro constante al que no le prestan la debida atención.

Simon Wells se ajusta a los finales estilo Star Wars: concluye con la gran explosión. Y deja a Harthedge en el Remoto Futuro, planificando el Mañana, inyectado a los Elois la pasión, antigua y decimonónica, por realizar los Grandes Proyectos y el Porvenir Espectacular. En 1900, ya no pintaba nada.

¡Qué gran GRAN aventura sería, pues, construir este futuro!

lunes, 27 de julio de 2015

LA MÁQUINA DEL TIEMPO — H.G. WELLS

Cubierta extranjera. Masterworks
La primera novela publicada de H.G. Wells ya esbozaba sus inquietudes sociales, el principal elemento que le desmarcara de Jules Verne. Al francés podemos verle como amo de la maquinaria steampunk remachada por doquier, heraldo de la electricidad. Confiaba que, esta alianza vapor-electrón, proporcionaría al Hombre poder reservado a los Dioses y le permitiría decidir su destino.

Wells veía en las máquinas (que apenas esbozaba, frente al exhaustivo Verne) y la ciencia ficción, un elegante vehículo para contar qué pensaba de su agonizante Sociedad victoriana y denunciar la miseria de su época, de forma distinta a como Charles Dickens realizara, siendo la Ciencia arma de doble filo.

En La máquina del Tiempo, quizás la primera distopía del género, de forma ingenua, bien intencionada, expone qué consideraba sería un progreso social(ista) de la Humanidad. Wells, hijo de clases humildes, golpeado en lo vivo por la tuberculosis y la pobreza, presenciaba cómo una clase social acomodada se dignaba arrojar migajas a los desafortunados mientras derrochaba espléndidamente riquezas que podían mitigar las condiciones de indigencia. Cuanto escribiera estaría señalado por estas experiencias.

Un maduro y afable H.G Wells distante de la
época de privaciones y tuberculosis que casi
termina con él
Se imponía una justa redistribución de la riqueza. Por una cuestión de ética y moral. El marxismo rampante resonaba en sus párrafos. Durante bastante, el pedagogo Wells se aferraría a las bondades del fabianismo como recurso para sacar a la Humanidad del atolladero donde estaba (y sigue; y prometen: se agudizará), y sólo a edad tardía, agotado, desconsolado, descubriría que su sueño Utópico Socialista era tan nocivo como esas clases capitalistas derrochadoras que criticara.

La máquina del Tiempo arranca con un grupo de acomodados burgueses discutiendo durante una cena sobre el vehículo capaz de transportar al Futuro. (Es interesante leer que uno de los contertulios cuestiona la utilidad de semejante artefacto. Hoy día nos da fiebre sólo pensar qué peligrosos cambios engendraría algo capaz de modificar la Historia —y cuanto contiene y arrastra—, a modo explorado por Fritz Leiber en Las Crónicas del Gran Tiempo.) Especulación y nadería, es la conclusión de la velada.

Prosigue el relato del Viajero A Través Del Tiempo en el Remoto Futuro, en el año 802.701 concretamente, donde Wells sitúa una Utopía Manifiesta pero con truco. (A destacar la importancia de la fecha: ¡Wells estaba convencido de que se necesitaría esa catarata de años para modificar las cosas de forma conveniente para la Humanidad, tan acostumbrado estaba al inmovilismo victoriano, donde todo cambio, si sucedía, llegaba con lentitud y a renuencia! —Poco podía suponer que, unas décadas después, radicales cambios modificarían el mundo, al menos, lo suficiente como para parecer distinto a todo lo habido antes—.)

Cualquier de las muchas portadas
de una edición española del relato
Conviene observar, también, que Wells supo ‘anticiparse’ a los antropólogos que andan especulando cómo será la raza humana dentro de cinco, o veinticinco mil años. El jardín al que llega el Viajero lo pueblan versiones pequeñas-y-delicadas de los ásperos humanos del siglo XIX, con sus pesadas ropas y cuerpo habituado al trajín con el carbón y el vapor. (Luego están los Morlocks, la pesadilla de la Sociedad burguesa que encarnan los Eloi.) El comunista Wells admira que se ha conseguido.

El trabajo agotador, la enfermedad, la lucha de clases… todo el martirio histórico, ha fenecido ¡finalmente!, sí, AJÁ, y lo reemplaza unos Campos Elíseos donde el goce, el cachondeo y la pereza caracterizan a la Humanidad. Esto termina siendo un grave problema para el activo Viajero, alter ego de Wells, trasunto también del Gran Explorador-Cristianizador Blanco tipo Rudyar Kipling. La Humanidad, en su cúspide, cuando más extraordinarios deberían ser logros y conocimientos, con una Ciencia benefactora que iluminase hacia una Grandiosidad Aún Mayor (anímica, sin duda), cuanto hay son retozonas criaturas de conducta hostil bajo la presión de sus inquisiciones.

¿Qué pasó, qué fue, cómo se llegó a esto? ¿La Humanidad merece la Utopía; o la Utopía es, sin embargo, veneno que corrompe el espíritu? ¿Impide la superación?, elucubra. Las preguntas se aglomeran en su mente. La respuesta que obtiene el Viajero, quizás no la correcta, son los Morlocks. Los obreros, especula, aplastados tras siglos de opresión capitalista, son hijos de Hécate (suerte de suprema humillación del sometimiento del Dinero.) Temen al Sol. Mas son, descubre, los amos. Se alimentan de los pasivos Eloi, algo que estremece su culto sentido de civilización.

Verne fue primero adaptado al cine, pero Wells
parece que recibió un trato más "espectacular"
Imposible creer que el obrero, que con tanta pasión el solidario Wells defendía, ofendido por cómo lo oprimía el Capital, trascendiera así su Humanidad esencial. Posee máquinas, su intrincado mundo subterráneo evidencia superioridad intelectual… mas es caníbal. ¿Qué pasó; qué fue; cómo llegó a esto? Creo que Wells había visto, pese a todo, truco en el sindicalismo. No luchaba tanto por llevar justicia y prosperidad como por convertirse en la fuerza dominante que, la Historia, al final, conoció como estalinismo.

Esto no arredra al Viajero; vuelve a emplear su máquina. Y seguimos esperando su regreso. Qué prodigios contará esta vez.

jueves, 23 de julio de 2015

TRANSFORMERS — MICHAEL BAY

Afiche para encandilar chavales
Tutelado por Steven Spielberg, Michael Bay construye un fastuoso juguete virtual cuyas únicas pretensiones son obtener un taquillazo récord. Lo demás es un aditamento empalagoso, ñoño y estereotipado con regusto a plástico duro. El elenco lo demuestra, excluyendo la prodigiosa obra de ingeniería por computadora que los Transformers resultan ser en sí (muy alejados de los conocidos de la serie de animación de Década 80). Los actores, empezando por Megan Fox, similar a maniquí animado y cincelado con instrumental estético especializado, no son sino sombras de personas que remata la inefable interpretación de John Torturro.

Su desquiciado agente de agencia ultrasecreta, mortales enemigas de Fox Mulder, carga, es pesado, y circula por parámetros que previos actores, jugando a lo mismo, han impostado en la memoria del espectador para su hartazgo.

Pero Transformers, presuntos robots con alma, mero y potente espectáculo de ocio frenético, arroja sin embargo un par de oscuras lecturas que consiguen afear la imagen de Estados Unidos. No sé si sus autores lo han tenido presente, u ocurrido.

En realidad, todo va de que este adolescente
muy crecidito quiere un coche. Los robots
alienígenas, son los teloneros del asunto
Desde el primer fotograma, casi, Bay se esfuerza por mostrar un potente músculo bélico norteamericano que funciona engrasada eficiencia. Panoplia de aviones, blindados, portaaviones… y, sobre todo, excelentes soldados dignos de historieta de Sergeant Fury o Sergeant Rock. Estamos aquí, en el arenoso culo del mundo, luchando por la paz, la libertad y la tarta de manzanas, respaldados por un arsenal que corta el hipo.

Sin pretender imponernos, pese a que este despliegue pueda desprender esa idea.

Esa exhibición “matonesca”, a la que sin duda el Departamento de Defensa estadounidense ha colaborado entusiasmado (“mirad el tamaño de nuestros cojones, rojos y aliados del resto del mundo”), pretende darle al planeta motivos para temer a EE.UU. Te pasas con nosotros, y te arrollamos. (Que luego hayan perdido la guerra contra un puñado de beduinos afganos, es harina de otro costal.)

...porque quiere impresionar a la pava esta. Y
el coche en el idóneo sustituto de su masculinidad.
O complemento, vaya usted a saber
Sin embargo, toda esa quincalla marcial queda absolutamente anulada por el poder de los androides cósmicos. Uno solo barre toda oposición fuertemente encastillada en una de sus bases. ¿Qué mensaje están lanzando Bay/Departamento de Defensa? ¿Que un Transformer tiene tal capacidad de combate que supera muy mucho cuanto poseen, por destructivo que sea, y debemos invertir en armas aún más poderosas? ¿O que, pese a todo, no tienen tanta fuerza como aparentan?

Finalizada la reseña. Porque he hecho un adecuado resumen de la película, afirmando que las actuaciones son de risible cartón piedra metrosexual, los Transformers están hechos de puta madre magistral (acaso un pelín barrocos), el guión parece improvisado, y hay un aspecto sombrío en todo esto que tampoco quita el sueño.

"¡Mátalo tú que me dan miedo!" Todo una película
para mostrarnos el apabullante aparato militar
USA... derrotado por un robot cósmico
He tirado a la vertiente propagandística militarista por darle miga al tema. Acaso es el ángulo decente por el cual debemos enfocar Transformers. Norteamérica ha digerido fatal el 11-S 2001, y es evidente que ante el planeta, y su propia clientela, debe demostrar que no son un artificio de poder sin verdadera sustancia detrás del decorado, sino que hincha los bíceps y se le ponen del tamaño exagerado de Hulk.

Es como un sigul que ejecutan ante otro macho cuando pretenden conquistar a la hembra de la manada. Con esos limpios, laaaargos y elípticos planos, de hombres luchando en la abrasadora arena del desierto, protegiendo la vida de nativos que luego les minan el paso del convoy, Bay se ha puesto en la estela de Lenny Riefensthal, pero en colores USA. Tiene derecho, desde luego.

Este tío te raya vivo. Se carga solito el filme
Mas convendría recordar que estamos ante una evasión a la que se le espera contenido, por mínimo-nimio que sea, en virtud a sus realizadores. Irrita comprobar que todo el drama se limita a un adolescente con más años que un nudo lloriqueando por tener su primer coche, y mostrar esa imagen acomodada y redonda del burgués norteamericano medio que puede derrochar cuanto le venga en gana. El resto del ancho mundo lo paga.

A cambio, nos amparan con la apabullante alharaca de su armamento…, que puede ser empero fácilmente aplastado por un reducido escuadrón de androides cósmicos andante-pensantes mecánico/metálicos.

Eso sí: el aparatoso apartado de SFX que anima a
los Transformers, espléndido
Transformers no está diseñada ni para salvarte el día ni para ser la película de tu vida. Sus motivaciones, muy falsas, responden a impulsos nerviosos extremos que recuerdan el consejo de Stan Lee para dar aspecto vivaz a una plancha de cómic. Bay sabe buscar el encuadre. Pone la cámara allá donde el efecto será más notable. Realza el heroísmo al de las gestas auspiciadas por la Propaganda fascista. Y, además, vende la idea de que sus autores son demócratas. Pero no le pidan nada más. Un instante de profundidad, de introspección, de análisis. De sombras.

Todo es esa apariencia de plástico bruñido que muestran los semblantes de los actores, resplandor capaz de competir con el del metal pulido de los Transformers. Si les abres por dentro, les encontrarás huecos. Pero ¡bien por Bay! Logró el GRAN taquillazo.

domingo, 19 de julio de 2015

THE SOUL OF THE ROBOT — BARRINGTON J. BAYLEY

Portada casi naif. Ninguna
barrera frena a Jasperodus
El alma del robot es un retrato sombrío de una Tierra futura cuya civilización “resurge” tras una época convulsa que borró la Utopía Manifiesta alcanzada antaño: la Era de Tergov. Un puñado de técnicas avanzadas sobreviven, pero otras se las considera magia arcana, perdidas para siempre. Perviven las que tienen una aplicación práctica, siendo la robótica una de estas ciencias supervivientes gracias a sus variadas y considerables aplicaciones, aunque tiene más de artesanía y capricho que de producción fabril.

De hecho, el tenaz/terco protagonista, Jasperodus, es fruto de un anhelo intenso que socavó a sus padres, y tiene un refinamiento y acabado excepcional que se hace codiciar por cuantos le echan el ojo encima. Sus padres se volcaron hasta la desesperación para otorgarle una vida que él aferra con firmeza al instante de su conexión.

Ingratamente, defrauda las esperanzas que depositaron en él: vivir a su lado, abandonándoles. ¡El ancho mundo, los extensos mares y los profundos océanos bajo el alto cielo y todos los vientos le esperan! Un prurito inexplicable: además lo espolea.

Barrington J. Bayley. Poco
leído por estos lares
Nunca Jasperodus considera a sus padres ‘fabricantes’ o ‘constructores’, pese a su naturaleza mecánica/metálica. Barrington J. Bayley tampoco se esfuerza en corregir este aparente error. Parece una extravagancia, un tratamiento social, propio de la época que refiere el autor. Por otra parte, otros robots que aparecen en la novela tienen más tratamiento de mascota que de artefacto, y sus diseñadores y/o constructores sienten por ellos un afecto, o afinidad, que poco tiene que ver con la idea-estándar de que el robot es un electrodoméstico especializado al cual podemos vejar, despreciar, maltratar.

Los robots que participan activamente en la trama son como Jasperodus: artesanías costosas y bruñidas sobremanera para tener una apariencia tal o una inclinación cuál, desenvolviéndose en el mundo con su estilo particular. No se habla de producción en masa, de hileras de figuras metálicas ensambladas en factorías. Hasta las naves que salen, entre lo cutre y lo casposo, desprenden decidido/desesperado aire de rescatadas de nuestro embrionario programa de exploración espacial y adaptadas con un par de potentes motores y una capa nueva de pintura. Pero pese a la curiosa identidad de que gozan en El alma del robot, éstos prosiguen esclavos de la tiránica imagen que un androide parece condenado a proyectar: su literal insensibilidad.

Portada edición nacional
Otra cosa llamativa de El alma del robot es que su trama se desarrolla en Europa (o “Masadelmundo”), en contraposición al cliché, ya casi cultural, de que todo pasa en Norteamérica. Y con ese aire cínico, sombrío, escéptico, del Viejo Continente, Bayley, británico, va contando en unos pocos capítulos cómo un Nuevo Orden Mundial lucha a trompicones, más que con arrojo, por recuperar las glorias de la frustrada utopía con peculiar regusto a apellido ruso.

La historia también opone dos tipos de aspirantes a hegemonía: uno artesanal/agrícola y otro industrial/de cadena de montaje-Henry Ford, siendo el segundo el principal enemigo del ambicioso aunque casi ignorante Emperador Charrane. Es como una parábola de la guerra entre una Europa feudal contra la Norteamérica motorizada que, en principio, lleva las de ganar a tenor de su ingente producción. Atraído por esta gran batalla por el futuro, Jasperodus, inquieto, insaciable, robot-del-Renacimiento, se enfrasca hasta el fondo en ella, empeñado en su implacabilidad mecánica por obtener la victoria. Y Charrane juzga que lo hará a cualquier coste, lo cual trae la ruina del tenaz robot con ese noséqué que le diferencia del resto.

Tras su caída, Jasperodus engullirá una masiva dosis de humildad que le mostrará el mundo con una perspectiva inesperada e insólita, la cual, al final, le obligará a reconciliarse con su pasado, resolver el enigma de su vida, obteniendo la respuesta de por qué se distingue del resto de robots. Y se propone construir, no destruir, como obligación hacia el caro legado recibido.

Imposible negars la influencia
de los 60-70 de la profusa obra
de Bayley
Bayley inserta aspectos místicos en la narración, propia del movimiento New Age. Entrevera la pura ciencia ficción con una espiritualidad sui géneris, buscando innovar, brindar un producto diferente, singular, brillante. Ciertamente, El alma del robot despide una extraña grandeza. Bayley además consigue empotrarnos la idea de estar inmersos en un pantano crepuscular, con raros momentos de luz que revelan fastuosas ruinas del ayer, con enredaderas que deslucen su grandeza irrecuperable.

En una ficción dominada tiránicamente por las Tres Leyes de la Robótica, El alma del robot es una historia audaz, rebelde, disconforme, que se abre paso entre los “sagrados preceptos” con la fuerza de sus puños, la obstinación del carácter de Jasperodus y sus sueños de triunfo, dignos de un conquistador español atajando por las tupidas enramadas amazónicas, que atesora el robot que descubrió que era singular pues poseía alma, y ésta le impulsaba a la grandiosidad.

Quizás no sea una gran obra del género, pero logra propagar resonancias que motivan a releerla con afecto más de una vez. Y ganando, a cada lectura.

lunes, 13 de julio de 2015

ROLLERBALL — NORMAN JEWISON

Poster. Destaca la violencia en él
Quizás la más conocida, influyente y esclarecedora distopía, filmada sobre guión de William Harrison, autor del relato base del libreto. La acusan de ser excesivamente ceremoniosa debido a la BSO, sinfónica (!). Tal vez, pero prefiero pensar que mejor desarrolla un augurio que va cumpliéndose con inexorable exactitud. Mas, inmersos en el momento en que sucede, no podemos apreciarlo.

Conviene reconocerle, a la Sociedad Corporativa regente del mundo del Rollerball, que aprovechó la naturaleza salvaje del Hombre (reflejo del amor de Dios por la violencia; la creó en abundancia) para arroparla con un espectáculo multimedia internacional que perseguía dos fines: de catarsis y enseñanza.

Rollerball esboza un mundo futuro utópico sin guerra, pobreza o enfermedad (reservándose ciertas adiciones “controladas” —absurda fabulación de la ciencia ficción—). El populux reside en ordenadas, limpias urbes estilo futurista/Buckminster Fuller. Todos, en apariencia, son felices. Pueden tenerlo todo, efecto del ensalmo materialista que ahora disfrutan.

A la carga: Jonathan E tiene algo que decir, y lo
hace aquí, así
Por lo común, en las utopías de ciencia ficción, la violencia es tara de mal recuerdo que una alteración devuelve a las pulcras calles y las prolijas maneras sociales, tornándolas al bestialismo. La Sociedad Corporativa sabe que no puede quitarse del Hombre tan nefasto “atributo” y que, reprimirlo podría generar una masa de descontento subterráneo que un día estallaría con irreprimible fuerza. La Sociedad Corporativa no es hipócrita. Sacia las frustraciones individuales, manipulándolas con un juego brutal.

Ocurre en un entorno controlado y cerrado. Las Guerras Corporativas obligaron a sacrificios que un puñado de psicópatas rodadores podrían malograr, fastidiando el costoso invento en torneos anárquicos.

Jonathan E (James Caan) lidera absolutamente el juego. Lleva una década rodando en el estadio con forma de ruleta, causando lesiones y muertes. En apariencia, su obstinación por jugar y luego negarse a dejarlo, según le mandan “por su bien”, viene del que un Ejecutivo le arrebatara la esposa, Ella (Maud Adams), ejemplo de que este paraíso materialista no es tan salubre ni benéfico como su Propaganda apunta. Pero la causa de su rebeldía es más profunda.

La masa quiere oír su mensaje porque es su voz,
aunque lo ignoran
El ciudadano tiene pocas libertades. No vota; obedece lo que el Directorio Ejecutivo, asistido por computadora, decida. Parece haber aún potestad de libre opinión, pero sólo en un ámbito personal o familiar.

Ocurre que estamos viviendo este mundo. De siempre, ha existido una Autoridad, fruto de la fuerza o el “mandato divino”. Luego se inventó la democracia, permitiéndonos elegir la pesadilla gobernante a nuestro gusto. Esto sucedía en una esfera “local” y por y para gente más o menos “conocida”.

En nuestra procelosa Unión Europea, un distante grupo de burócratas legislan sobre nuestras vidas contradiciendo tradiciones o costumbres que han hecho estable el país durante siglos. Estos burócratas son luego esclavos del criterio fijado por un potente lobby económico-empresarial refugiado tras siglas carentes de alma. La gente, en plata, les importa un carajo a esos burócratas. Dicen, ante la TV, preocuparse de nosotros. Pero persiguen brindar los beneficios bestiales que quieren sacar las Corporaciones que costean sus privilegios.

Esta pareja pretende derribar el mundo que frías
mentes comerciales han construido... sin saberlo
¿Qué hacer con los desempleados de las empresas deslocalizadas en un país concreto? Montan el teatrito del reciclado-laboral-mediante-cursos (para atiborrar sindicalistas bolsillos) y allá os apañéis después. Se organizan comicios, para tranquilizarnos y dar sensación de verdadero control democrático, los políticos (cebados de prebendas Corporativas) mitinean (nuestro Rollerball) y votamos algo parecido a lo ya habido.

La gente esgrime entonces su podemosgasmo apoyando gente que, en el fondo, busca el prestigioso coche oficial. Forman parte del teatro/Rollerball. Sólo que disimulan algo mejor… por ahora.

Rollerball también versa sobre el eterno enfrentamiento entre David (Jonathan E) y Goliat (las Corporaciones), y cómo el David rodador va descubriendo cómo el titán teme al individuo. El Rollerball se organizó con un objetivo social/laboral: la inutilidad del esfuerzo individual.

El poder no piensa quedarse quieto. Y presiona
El filme, sin embargo, insta a ¡luchar! en defensa de nuestros derechos inalienables; que vigilemos qué intención posterior tienen cuando nos regalan algo. Nada es gratis. Pero el valiente (terco, en este caso) individualista (el mito norteamericano) Jonathan E, una vez se erige voz disidente de la masa oprimida por la molicie Corporativa, mostrando que el individuo logra cosas por sí solo, ¿qué mundo piensa construir? Esto debe tenerse presente también.

Jonathan E no tiene ideario ni programa económico-sociopolítico. Sólo lucha, ofendido porque arbitrariamente este neofeudalismo computarizado le robó la esposa. Y encarna el subconsciente anhelo indócil de la Sociedad civil por rebelarse a un poder omnímodo y controlador. Esto, cuan instinto, ya existía en él antes de la separación.

Lo único que interesa al atleta: el juego. La victoria
Pero ¿qué construirá fuera del Rollerball, al que todo debe? Porque le señalan líder. ¿Algo anterior a las Guerras Corporativas? ¿Con derecho a errar? Y ¿cuántos yerros pueden cometerse antes del fatal e irreversible?

Y la gente, realmente, ¿quiere capitanear sus vidas, o prefiere que se las pastoreen? ¿Cuánto duraría el carisma y glamour de Jonathan E fuera del Rollerball, enfrentado al tomar decisiones cotidianas, pero de ramplón ámbito global?

lunes, 6 de julio de 2015

LA LARGA MARCHA — STEPHEN KING

Cubierta. Sin piedad. El juego
lo demanda
Como Richard Bachman, el paisano de Maine ofrece en esta novela otra incursión en la ciencia ficción distópica. La estimo su obra que más horror pueda inducir, pese a que, no se desarrolla en/entre los iconos habituales del género: la maldición, la venganza de ultratumba, el nósfero, el licantro, o escribe sobre engendros estelares, “herederos” de Lovecraft, capaces de generar un intenso, aunque íntimo, terror que fulmina, de formas creativas, a sus víctimas, entregados a este infierno, lo gusten o no.

¿Por qué la que más terror pudiera generar? Porque versa sobre miedos íntimos y mucho más viscerales que un hirsuto hombre-lobo, folclore de dudosa existencia. Hace grande a King el profundo psicoanálisis que efectúa del personal; aun un secundario intrascendental tiene algo que le brinda autenticidad. King ha observado al mundo laaargo rato. Cual coleccionista de insectos, fue catalogando cantidad de sujetos que, con el alfiler de su prosa, ensartó en el papel que recoge sus párrafos.

Si escribiese sobre algo derrotista y social, alguna milonga ‘intelectual’ al agrado de un pequeño (pero muy influyente) lobby de lectores, sería una figura ¡aclamada! hasta el empalago. Todas las excelsas academias literarias mundiales le tendrían un sitial de honor preparado. Pero escribe terror, hermano pobretón de la ciencia ficción. El estigma es tan profundo que King jamás podrá superarlo. El desprecio elitista se cebará en él in saecula saeculorum.

Stephen King en aquella época en que "el hombre
de  negro huía a través del desierto
..."
Las elites desdeñan (pues desprecian bucear en sus letras) que King atiende todos los segmentos sociales que tanto TANTO encomian en escritores quizás menos capacitados, pero queridos por estos “entendidos”. King desbroza las complejidades de su Sociedad merced al retrato de individuos que muestran cantidad de planos grises. No se recrea en la figura plana del psicópata de largo cuchillo que destroza víctimas porque sí.

Creo que, pese a todo, detesta esa imagen del Terror, cinematográficamente muy apreciada. Lo del cine es la exhumación de vísceras con abundante hemorragia, destello de acero desde la oscuridad, compitiendo con la mirada de chispeante locura del psicópata. La casquería: como todo fin.

King sirve el banquete, ajá, sí, pero antes, o durante, cuenta su origen. No busca tu piedad con el asesino. Sólo relata que nada es tan arbitrario como el cine muestra.

Portada de la edición de
Martínez Roca
Sugiere evidencia, la lectura de La Larga Marcha, dos cosas: que a King le dio por los concursos extremos (otro ejemplo: El Fugitivo) y exageró la premisa, y que el norteamericano tiene hambre de dictadura, para combatirla, vencerla y demostrar la potencia de sus libertades. Semeja ritual de madurez que sienten aún deben pasar.

En El Fugitivo, el dictator lo compone Corporaciones-Gobierno-TV. Cuenta con el respaldo de la población, arracimada en bloques miserables, y absolutamente adicta a la salvaje dieta de concursos con muertes y mutilaciones. El espectro de las libertades que dicen sirvió de marco para modernas cartas magnas europeas es un relente incapaz de inducir recuerdo.

En La Larga Marcha, el juego es una competición, muy poco espectacular (comparada con El Fugitivo), donde cien jóvenes caminan Caminan CAMINAN hasta que sólo quede uno para recibir el Premio; al parecer, bestial cantidad de dinero y  privilegios sociales. Sin descanso. Sin paradas para reponer fuerzas. Anda, o revienta, la consigna del torneo. La gente lo sigue con pasión desde sus televisores, u orillan la carretera para vitorear a la extenuada tropa que, en cualquier momento, es sacudida por el estampido de un rifle que elimina a un concursante que se paró, cayó agotado, o no camina a la velocidad mínima establecida. Todo, para mayor gloria del gobierno del autócrata El Comandante.

Otra incursión de King en la
ciencia ficción distópica televisiva
de concursos asesinos
Ray Garraty participa en la enferma competición siguiendo unas nebulosas razones que ni él mismo logra precisar. No es el único que anda perdido sobre por qué eligió este suicidio. El pretexto: el Premio. Un competidor es ¡aclamado! por su pueblo como un héroe. Entrega su vida por el fin aberrante de proporcionar una ejecución televisada.

Aunque… si repasamos la programación actual, advertiremos que los espacios más vistos son los que escarban en la miseria humana. Todo, so pretexto de “denunciar” una sórdida historieta “social” que no resuelve en la práctica ninguna situación.

Y está el terror… Imagínate rodeado de gente que va a morir en cualquier momento, dentro de una calamidad que permite forjar un fuerte anillo de camaradería, instigado a caminar sin tregua por una carretera desnuda de protección al clima, hundiéndote más en las depresiones de tus pensamientos, el repaso de tu vida, contrastada con la experiencias oídas al resto de concursantes, tu agotamiento, que acentúa la impresión de estupidez al participar en un concurso asesino. Todo porque El Comandante, y sus Escuadrones, afirman que la Larga Marcha es caro deber patriótico.

Durante lo más profundo de la noche, solo, acuciado por todo esto, empujado a andar, oyes el disparo que ejecuta a tu último y mejor amigo en este mundo…