jueves, 28 de mayo de 2015

EL PLANETA DE LOS SIMIOS — TIM BURTON

Afiche exótico por la presencia
del elemento simio exótico
El sorprendente y excéntrico realizador dirigió un filme difícil de calificar y que supone un extraño en su peculiar (y barroca) filmografía. No es malo, pero tampoco bueno. No agrada, ni acaba de disgustar. Bordea la decepción, que dudas en abrazar por respeto al conjunto de la obra de Tim Burton. Mas, efectuada la valoración de toda la epopeya, asumes que no era el indicado para rodar esta película.

Cuesta también definir su orientación, pues no acaba de decantarse por la acción, la reflexión moral sobre el maltrato animal, el racismo, la crisis del Estado del Bienestar, la especulación teológica, la ironía marca Burton o aun el homenaje a la película de Charlton Heston, superior a ésta, esencialmente porque, por suerte o intención, sí sabía qué quería contar y cómo.

Burton “termina tirando” por magnificar al Mal (el General Thade  —o Tim Roth—), que además ostenta vestuario más historiado y depurado que el de los monos de 1968. Hay más $. El espectador actual demanda calidad. Espectáculo a raudales. Según el Hollywood moderno.

Inevitable comparar los elaborados vestuarios de
este 'remake' con los disfraces del filme de 1968
La erección de un mundo simio, con sus divergentes arquitecturas (que siguen siendo concepciones humanas, pues realmente ni suponer podemos cómo serían en verdad de edificarlas primates), sus estructuras sociopolíticas, religiosas y demás, atraparon la viva imaginación del director..., casi como para descuidar al elenco humano, encabezado por Mark Walhberg, “héroe” que resulta indiferente al paladar.

Aparece porque… debe. Un humano debe promover el contraste empático a la medida propuesta. Pero Walhberg, al contrario que Heston, atraviesa la película inmaterial. Sin dejar apenas huella. Su personaje carece de carisma. Sus penalidades no te motivan, pues sabes que terminará triunfando salvado por las reglas de una ficción específica. Su compañera de fatigas, Estella Warren, es simple bibelot que impulsa al héroe del sombrero blanco (Walhberg) a realizar su proeza y quedar bien ante todos.

El violento y racista General Thaze promete jalarse
tu galaxia y a tu hermana si no le obedeces
Terminó el retrato humano. Por hambre de fotogramas, regresamos a la cultura simia y su gigantesco set que bascula entre segmentos de nuestra cultura y los bejucos por donde estos primates trepan, u oscilan, para emprender sus quehaceres. Su cuidado detalle delata qué pasión siente Burton por los malos. Porque en el planeta-simio Heston, los monos parecían funcionarios humanos con feas caretas hirsutas y vestuario maoísta. Imitaban del todo/completamente nuestras filias y fobias.

El planeta-simio Burton está mimado A TOPE. Les hace moverse de forma característica y adorna sus rituales de apareo. Toda esa parte “intelectual” del filme es decente, atrayente. Excita imaginar situaciones protagonizadas por simios, los extremos de su trato con una Humanidad inculta y sierva, llena de supersticiones que les subyugan más que sus velludos amos.

Estos supervivientes no durarían en el mundo
de Mad Max ni un fotograma
Mas, apenas empieza la leña, Burton desaparece. Sin llegar a ser torpes, sus escenas de acción (que parece debían primar) no electrizan, dejando insatisfecha nuestra catarsis que, esperando ver trepidantes luchas simio/humanas, confiaba desfogarse.

Siempre he hallado muy sugestiva la Zona Prohibida del planeta simio. Se intuye un vasto-vasto páramo que vete a saber quién/qué lo transita o domina. Los micos, pese a su aparente superioridad tecnológica, cultural y agrícola, semejan a los europeos de cuando Colón. Todo su lado del mundo estaba ampliamente conocido; pero más allá de las Columnas de HérculesZona Prohibida. Y también aquí nos quedamos a la orilla del inspirador erial, poblado por zarrapastrosos que parecen incapaces de rehabilitar una presunta HI/TECH pretérita, causante quizás de la Zona Prohibida y del cisma humanos/simios, u origen de su evolución andante-parlante.

"No, si yo salgo en esta peli por linda; no esperéis
más de mí, ¿vale?
"
Cuesta creer, repasando los grandes hitos de nuestra Historia, y sus impulsores, que no exista un Conan, o Genghis Kan, o Napoleón, entre las filas de tales mendigos. Todos permanecen gregarios tras las greguerías de Kris Kristofferson, que los lidera a la fuerza, según transparenta.

Nos da por pensar que, allí, más adelante, pasado el árido horizonte que alumbra ese día, pudiera haber algo que todavía no ha amenazado la civilización simia. Tal vez, tras una raja de cautivadora devastación tipo Tierra Maldita de Judge Dredd, exista contrapartida humana dispuesta a desafiar su non plus ultra para hallar un émulo simiesco y potencial enemigo que origine una guerra fría.

"¿Qué te dije que te pasaría si me desobedecías,
ummano?
"
Burton, sí, ajá, no parecía qué priorizar del filme. Tal vez pensase realizar una de sus sosegadas y exóticas parábolas irónicas llenas de angulosidades y truculencias de Nivel KER. Quizás los productores acabaron presionándole para dar un aire dinámico a la película, impulso que incomodaba a Burton, impidiéndole desenvolverse con su habitual soltura.

La insignificancia del repertorio humano parece confirmarlo, comparado con qué esmerado está el simio. Al final, su odisea 2001 al planeta simio acaba descompensada, recayendo todo su peso en la actuación de Roth, que sí parecía muy seguro de qué quería y cómo hacerlo, al extremo de martirizar implacable al dios de su especie con tal de tener, definitivamente, la razón y la fuerza en todo.

domingo, 24 de mayo de 2015

KAMANDI – THE LAST BOY OF EARTH — JACK KIRBY

Cubierta nº 1. La referencia a
El planeta de los simios,
¡insoslayable!
El veterano dibujante de cómics Jack Kirby (quizás, el auténtico promotor del Marvel Universe, el pilar fundamental de la Casa de las Ideas, el motor arrollador de bullente fantasía que Stan Lee supo explotar/encauzar sabiamente), durante su exilio de Marvel Comics, engendró varias colecciones en DC Comics, con la esperanza de que ahí tuviese más suerte, y justo reconocimiento, que en su empresa matriz. No fue así. Pero su vasto legado permanece para nuestro deleite y análisis.

Kirby, en esta etapa, empezó a manifestar inquietudes “catastrofistas” sobre el futuro de la Humanidad. La influencia de El planeta de los simios (más el filme de Franklin J. Schaffner que la novela de Pierre Boullé) está patente en la planificación de la distopía Kamandi (en realidad, Command-D, nombre del silo donde el joven protagonista de estas andanzas creció tras el apoqueclipse que barrenó el ancho mundo, y que debe abandonar forzosamente), pero sólo eso: pronto, sintiendo más desatadas que nunca las energías inspiradoras que le dominaban, Kirby empezó a generar su propio “planeta de los animales andantes/parlantes”, encauzando a Kamandi por los senderos del superheroísmo típicos del sello Marvel.

Esboza un toque social de atención en Kamandi (que Kirby desplegó de manera un tanto embarullada —pero con buena intención—) sobre nuestra conducta con los animales, mascotas o no, y la transitoriedad del poder mundano humano (algo que H.G. Wells cristalizara en La guerra de los mundos). Estamos actualmente en la cumbre. La incesante continuidad de días en que lo usual prosigue parece garantizar nuestra permanencia y pervivencia en la cúspide milenios más. Mas ¿y mañana?

Y, fuera del protector (pero agotado)
bunker... ¡sorpresas!
Algo fuera de nuestro control (o no tanto) puede hacer que desaparezca esta sensación de triunfo y ensalmo materialinagotable’ actual: el impacto de un meteoro colosal, una pandemia inédita, o el calentamiento bélico de las superpotencias. En época de la cocción de Kamandi, el miedo a la guerra nuclear era un miedo constante, no sólo una anécdota a anotar en las producciones de Década 80.

Líderes desequilibrados, intransigentes, o ambiciosos, podían decidir presionar el famoso botón rojo y vaporizarnos en un frenético intercambio termonuclear. Hoy día, inmersos en la guerra contra el terror, nos cuesta creer tal posibilidad. Pero es un pánico que puede regresar apenas cualquier Capitoste de las grandes superpotencias decida erigir otro Telón de Acero y abrazar viejas doctrinas imperialistas.

¡Animales andantes-parlantes al mando! ¿Qué fue
del Hombre, y su reinado por designio divino?
Mas la moraleja que Kirby ‘enseñaba’ (nutrida de aventura, ¡más aventura!, ¡es la guerra!) era que los humanos podíamos pasar del mando a la servidumbre en cualquier momento. Nuestro estatus reinante presente es aleatorio, frágil, inestable. Todo eso se constata en distintos momentos “dramáticos” que Kirby imposta durante la narración, quedando sutilmente solapado por los bizarros avatares que dibujaba.

Reclama atención, sin embargo, que la nueva estirpe gobernante, animales andantes/parlantes antropomorfos (conservan sus cráneos casi idénticos a cómo eran cuando caminaban a cuatro patas —¿por qué?—), repiten nuestros mismo errores; se enfrascan en batallas, tienen conspiraciones y ambiciones, traiciones y querellas humanas. Se sugiere que otra forma de vida, estimulada por impulsos biológicos y hormonales diferentes, podría generar distinta idiosincrasia. Una Sociedad donde nuestros valores usuales carecieran de viabilidad. ¡Es idea estimulante! En la citada cinta sobre los simios, éstos (o, al menos, lo que su casta pensante apunta) pretenden esquivar todas nuestras taras para fomentar una civilización más decente, pura, menos violenta, digna de ser encomiada por las culturas estelares que han superado toda la agresividad primigenia y, supuestamente, “nos vigilan”.

Una lucha de tronos atrapa a
Kamandi, y su novia Flor, en
medio de sus problemas
Pero los simios se distinguen de los Hombres en un gen; el resto (la codicia, la violencia, la astucia, la territorialidad tribal…) sigue ahí, latente, listo a estallar. Distinta Sociedad, que superase nuestras deficiencias, de los simios al menos, no la esperemos. (No sé de aves o gatos.)

Kirby debió sentir cierto pánico racial al ver nuestra especie pisoteada y esterilizada sin complejos

(como hacemos nosotros)

por los primates reinantes, y decidió, como Charlton Heston, combatir la idea 
mediante la

(disparatada)

‘asombrosa’ raza de hombres nucleares a la cual pertenece Ben Boxer. (La cosa es que el Hombre continúe en la cúspide, como sea.) Pero los vástagos nucleares no dan el paso preciso para asegurar nuestro reinado ante/entre los animales andantes/parlantes. Residen en la Zona Prohibida (o el símil de Kamandi) tratando de vivir día-a-día, sin más. Reconquistar nuestro estatus soberano no estaba en la agenda de tan singulares seres.

Por suerte,  Ben Boxer les ayuda
Kirby tenía este “problema”: su fertilísima imaginación lo obligaba a avanzar Avanzar AVANZAR sin tregua, galopando una sucesión de fantabulosas inspiraciones que luego se sustentaban precariamente. Un ejemplo: estos hombres nucleares. 

De algún modo debían ayudar a este Mowgli en la Isla del Dr. Moreau a llevar la serie, pero no tenían demasiado sentido en la misma lógica intrínseca de la narración.

No obstante, como (casi) todo lo de Kirby, es ameno e ingenioso relato. Más (extrañas referencias al creacionismo, por ejemplo), no hay. (Esa manía de buscar arquitecturas superiores o conjuras judeomasónicas... terrible.)

domingo, 17 de mayo de 2015

DEAD LIKE ME — BRYAN FULLER

Afiche. La serie desdramatiza (o
intenta) un momento trascendental
de toda vida: su fin
Originalidad (televisiva) consumada con éxito. De nuevo, la muerte, y la Muerte, como trama. Desde el ángulo que, opino, Piers Anthony debió manuscribir On a pale horse. Pero, por mor de su arcaico estilo narrativo, concibió una ampulosa decepción pedante.

Bryan Fuller supo orientar su nave por los meridianos adecuados y, junto a la socarronería que Georgia Lass (Ellen Muth), la adolescente protagonista, encarnaba, llenó las dos temporadas de la serie de una cuidada reflexión de la vida, la muerte, la pérdida, el amor, qué tránsito las ánimas experimentan, golpeadas por los distintos avatares, y el crecimiento, o depresión, que sufren en su viaje existencial.

Es muy recomendable por su fino humor satírico y los cuidados diálogos. Transforman Tan muertos como yo en una deliciosa gema, auténtica rara avis que, por su misma exquisita naturaleza, no logró la continuidad y resonancia que, sin duda, merecía, quedándose en “serie de culto”.

Georgia Lass (Ellen Mut) a punto de descubrir el
más trascendental instante de su existencia. Sí
[Quizás esto fuese, no obstante, buena cosa. Prolongarla igual hacía que esa encomiada (y envidiada) calidad inicial se adulterase y diluyese, cayendo en un abismo de manidos tópicos, zafiedades, aburridas repeticiones estilo CSI.]

Relata Tan muertos como yo las vivencias postmortem de Georgia, víctima de un accidente de carácter cósmico. Imagino que hubo doble intención en matarla así: la de la macabra broma pesada que constituía su deceso y lo “cósmico” del trance.

Georgia queda alistada en un grupo de “aparecidos”, fallecidos que, por inexplicados motivos, aún no ha tenido su tránsito al misterioso y lejano Más Allá. Fantasmas tangibles, tienen rostro distinto al que poseían en vida. Esta brigada arrebata el alma de los que van a morir de forma horrible (aplastados por un piano, ataque de oso, cosas así) antes del deceso, esperando ahorrarle el tremendo trauma al espíritu.

Y compartirá su nueva "vida" con este grupo. Fantasmas
corpóreos condenados por causa extraña a seguir aquí
El “rescatado” permanece unos momentos observando su fin, y reflexiona sobre éste. Sus amargas ironías. Qué pudo ser, y no fue. Sólo queda el lamento, la resignación. Y las “luces” que lo guían al Más Allá.

Este es otro cometido de Georgia, o cualquiera del grupo (RubeMandy Patinkin—, MasonCallum Blue—, RoxyJasmine Guy—, BettyRebecca Gayheart—, DaisyLaura Harris—) al que está asignada. Esas “luces” sugieren ser la recreación de lo que el muerto estima es el Cielo. Paraíso customizado. A la carta. Distinto a ese enorme y único parque apacible, según lo describen muchas mitologías y religiones.

Mediante el trazo de los participantes de la serie, los autores de los libretos examinan agudamente nuestra Sociedad y qué valores crea, qué estructuras filosóficas y morales nos someten o moldean, evitando liberarnos, pese a prometer hacerlo.

Rube (Mandy Patinkin), el líder-gurú del grupo, va a
descubrir qué duro es lidiar con la obstinación de Georgia
Georgia reniega de su condición de aparecida con empleo en una agencia de trabajo temporal (pretexto para construir el análisis de nuestro entorno), según espera sus luces. Considera enormemente injusta su muerte, tan joven. No entiende el mecanismo de la Vida, ni aún menos, el de la Muerte, pero decide combatir este atropello.

Fuller concibe la Creación cuan enorme administración con distintos y detallados departamentos que se ocupan, rigurosamente, de nosotros. Su funcionamiento se nos escapa, aunque no sucede al revés. Georgia, Rube, Mason, Roxy, Daisy, incluso los monstruosos Gravelins que originan los aparatosos accidentes mortales, son funcionarios que, pese a su especial ubicación en el gigantesco esquema de las cosas, no atisban más allá de éste que cualquiera de nosotros. Todo sucede por algo. Resígnate.

Desde las alturas se supone que todo causa menos
impresión. Aun los decesos
La Muerte es tema controvertido. Nos aterra (pienso que, en realidad, por ignorar qué nos espera luego) y la odiamos. Pero es inevitable tránsito, y alivio inexpresable para quienes sufren horriblemente. Supongo que eso compensa las cosas.

Y Fuller y Cía. esperan mostrarnos la Parca como un ente amable aunque víctima de mala prensa. Inexorable burócrata, no tiene favoritos y a nadie condona un segundo extra de vida. Sólo parece tener cierta tolerancia con estos agentes suyos que facilitan el paso de la existencia a la muerte con suave gesto.

Para sobrellevar esta condición especial, Rube, el más veterano, condenado a un proceso de espera mayor por actos que cometió en vida, asume su singular labor como una pausa indefinida que piensa aprovechar gozando de sus pequeños placeres (la Vida se resume a eso: pequeños placeres que emocionan, o conmueven; los grandes hitos, las fortunas masivas, por envidiables que sean, poco reportan en el fondo). Y desea que Georgia replique su filosofía. O acabará mal.

Este grupo tiene también su "deathcueva"; punto
de reunión, debaten su situación y mil cosas más
Georgia termina haciéndolo, a modo, aunque su frustración y enojo por su “prematura” muerte mantienen viva su rebeldía. Empero descubre algo que pocos tienen la suerte de vislumbrar en vida: la malgastó, se trabó en peleas y discusiones familiares estériles. Ahora que los ha perdido, los ama como nunca. A su alcance, pero intocables.

Es la moraleja de Tan muertos como yo: ámalos. Inesperadamente, puedes perderlos. Y no regresan. La vida no es eterna; lo aparenta. Caduca de golpe.

martes, 12 de mayo de 2015

ON A PALE HORSE — PIERS ANTHONY

Cubierta de Michael Whelan
A priori, la premisa que alimenta la trama de la novela de Piers Anthony sorprende por su planteamiento original. Se insiste en que existe una única historia: el viaje, que no forzosamente indica trayecto físico. Refiere también el ‘aprendizaje’ que el protagonista, o los concurrentes al relato, realiza, qué experiencias le hacen crecer o destruyen, constituyendo los avatares los distintos capítulos de la obra.

La novela, pese a su idea original, respeta “la norma” y describe qué viaje efectúa su protagonista, Zane. Pero, repito, la causa de su periplo es lo que hace Sobre un pálido caballo, título español del libro, remarcable. Su argumento.

Zane es un nuncanada lastrado encima por una onerosa aflicción íntima. Un daño, vergüenza, lacerantes remordimientos, conducen sus pasos al Callejón de los Suicidios. Un doloroso tema familiar lo abruma, reseca sus esperanzas, imponiéndole la idea de que sólo al matarse encontrará reposo.

Vive en una pararrealidad, con vagos rasgos ucrónicos/distópicos, donde hechicería y ciencia conviven en aceptable armonía. Inicia su singular viaje al buscar, en un emporio de joyas mágicas, la gema que lo exima de su enorme carga kármica negativa, y consiga brindarle un prometedor porvenir.

Piers Anthony, el autor
Al estar gravemente señalado por la fatalidad, el otrora niño bien/rico fracasa en esto, afirmando por tanto su decisión de suicidarse. También esto lo marra (Sobre un pálido caballo no es una comedia, pese a tener potencial para serlo) mas, en un súbito arrebato de pánico, mata a la Muerte cuando comparece para llevarse su alma pecadora tras el disparo fatal.

La administración del Cosmos está organizada de modo que el matador de la Muerte debe cubrir la vacante, y así Zane “asciende” en la vida. Cosecha almas que tasa antes de expedirlas al Cielo o el Infierno según sea la oscuridad de su contenido.

Todo hasta aquí, fantástico. Original A TOPE. Ya, no obstante, los lastres que arrastra la novela han ido minando su efectividad. Pero sobremanera absorbe el planteamiento audaz, y se prosigue leyendo.

Zane trabará contacto con el Mal, Satán, retrato del yuppie que tanto destacará durante Década 80; éste vende el Infierno como una atractiva Disneylandia de la condenación eterna. Y conocerá el amor, Luna, joven de la que Zane se enamora, y por la cual luchará contra Satán para salvarla de su aciago destino postmortem.

Edición española. La portada,
a años luz de la de Whelan
Esto permite descubrir que Anthony relata una reversa versión del mito de Fausto, otra vuelta de tuerca, incluso, del tema de Orfeo y Eurídice. ¿No lo dije al comienzo? Sólo hay un argumento. Lo demás, son versiones más o menos brillantes.

Es, por tanto, absurdo emperrarse en creer que puede hacerse algo genuino. ¡No lo hay! Sólo un tramo del relato puede serlo. El resto son soportes, ya relatados, e inevitables para conseguir llegar hasta la palabra FIN.

El soberano lastre que carga la novela es la narrativa del autor. Anticuado, ramplón, sin riesgo, conforme avanzamos se hace tedioso, MÁS TEDIOSO, denso sin necesidad, poblado de altanerías góticas que estorban, ralentizan, hacen pastosa la lectura. Con su propuesta impregnada de originalidad, Anthony empezó rompiendo moldes (¡aplauso!), franqueando fronteras. Termina aburriéndote debido a su “docto” lenguaje escrito.

Su convencionalidad escrita (quizás atractiva, y obligada, para cierto delta de lectores) es algo que Anthony debió soltar para atreverse a narrar de modo más osado, suelto, situándose al nivel del gallardo argumento. Todo es plúmbea solemnidad, ampulosa y excedente; hunde estos capítulos.

Pese a mi opinión adversa sobre
su estilo, Anthony goza de una
brillante representación literaria,
estructurada en seriales
Como lector que busca, en la novela, solaz, santuario contra el día-a-día, el estilo me es cada vez más importante. Admiro más a los autores con la audacia de contar de modo más fresco, creativo. Igual, cada vez detesto más los textos con el “formado narrativo” de Sobre un pálido caballo. Atiende los “vicios” de un público sin paladar, temeroso de “lo montaraz”, del impacto con la palabra, o término, en el lector.

Si todo evoluciona, para evitar el anquilosamiento que lleva a la extinción (¿por qué la literatura no debe tener también ese aspecto “orgánico”?), por tanto hay que reclamar respeto, o espacio, para esos estilos “alternativos” que persiguen, más que pergeñar borrosas aberraciones estilísticas que sacian el descomunal y sensible ego del autor, y nada más, impresionar al lector con la construcción de la frase. El (envidiable) género negro es más bizarro en ese sentido (ejemplos surten Richard Stark o James Ellroy), y no entiendo que este ejemplo no pueda extenderse a otros géneros.

Tal vez para la novela “histórica” el estilo de Anthony sea óptimo. Pero, a Sobre un pálido caballo, le ha hecho una faena, sofocando (y negando opciones como la parodia, o la comedia, que podía desarrollar) las enormes posibilidades de un gran argumento, malogrado por mor de perpetuar un conservador formato narrativo.

Tengamos el coraje, como autores, de hacer/contar algo tan “nuevo” como sea posible. Otras formas de arte se atreven. Y consiguen destacar.

jueves, 7 de mayo de 2015

DREDD — PETE TRAVIS

Afiche apropiado. Lo más
oscuro de la Justicia: la Ley
Apenas nada tiene que ver esta adaptación del sombrío personaje de cómic creado por John Warner y el español Carlos Ezquerra con la realizada por Danny Cannon y que, con oculta mano “despótica”, protagonizara/dirigiera Sylvester Stallone. La de Cannon poseía algunos golpes de efecto visuales resultones, mas enfocados a darle una “salida heroica”, de lucimiento, a Stallone, metido en la piel de Judge Joe Dredd, a quien no entendió en absoluto quizás por algún tic de la idiosincrasia norteamericana. Stallone, buen actor dramático, no supo dar empero dimensión psicológica a un hombre hosco, batallador incansable contra el crimen de Mega City One, procurando mantener un equilibrio constante, difícil, precario, entre respetar la Ley y la arbitrariedad de las emociones.

Stallone no podía, parece ser, concebir un antihéroe laborando de legislador, y “metió mano” para humanizarlo, que pudiera mostrar emociones, pese a que su personaje insiste en reprimirlas en sí. Comete el error de despojarse del casco enseguida (junto con parte de su uniforme, queriendo que admiráramos su culturista físico atiborrado de esteroides), expresión de que, así, también se desprendía de Judge Dredd o, al menos, el que leemos.

Mega City One. Tan maldita como el erial desde el
que la contemplamos
Lo recrea; inventa uno que vaga por los pagos desolados de la Tierra Maldita o las atestadas calles de Mega City One esperando, a un tiempo, rehabilitar su nombre y evitar una conjura que haría insoportable la vida en la gigantesca urbe.

Travis, junto al equipo que le asesora y rodea, desarrolla un planteamiento “minimalista” (toda la acción sucede en un megabloque, Peaches Trees, que aumenta la sensación de claustrofobia que supone habitar Mega City One —como el ahorrar en decorados—) para luego llenarlo de detalles que el lector habitual de esta colección va a hallar para su máximo deleite. Así, destacamos referencias a Drokk, Chopper, Kenny Who, Minty u Owen Krysler, figuras que, a lo largo de la dilatada carrera de Dredd, han supuesto pieza más o menos clave en su leyenda gráfica.

Judge Dredd ya tiene trabajo. Máquinas
rápidas y balas instantáneas contra el crimen
Sugerente casi desde el primer momento, es indicativa de la situación en la que estamos la escena en que Dredd se venda los nudillos con esparadrapo, igual que un boxeador antes del combate. Está en los momentos previos a subir al cuadrilátero de las calles de Mega City One y disputar allí un infinito número de asaltos, y quizás con la certeza de que, ese día, morderá la lona.

Admirable es la recreación de la urbe, dilatada, vasta/violenta, agotada, estresante, al filo del cuartomundismo del que apenas la salva la erección de megaestructuras fajadas por megaautopistas que se devoran a sí mismas, imagen del Uroboros y de que Mega City One no conduce a ninguna parte, sólo a la falsa impresión de que sí tiene salida; mas, el erial tras el muro, la Tierra Maldita, tampoco brinda una solución.

Cuando los bloques alojen pequeñas
poblaciones, serán así de infernales
Karl Urban sí entendió a Dredd (quizás por haberlo leído). El neozelandés respeta en todo momento el icono que supone el casco. Trabaja con la poca faz que le permite, y logra motivarnos con una espléndida actuación. Demuestra la pugna, a su vez, consigo mismo. Cumplir con su deber, o desahogarse dando una paliza, mala y de verdad, arbitraria, a un sospechoso. Tiene un alto concepto de la ética profesional. Cuando la novata Cassandra Anderson (Olivia Thilby), durante su complicado training day, asegura que el detenido es culpable al noventa y nueve por ciento, Dredd contesta que no basta para una ejecución.

El Dredd/Stallone habría ejecutado al detenido sobre la marcha, recitando mecánicamente algún artículo de la Ley de Mega City One que le facilitara pretexto válido para proceder tan expeditivo.

Ma Madrigal. Cruel, ajada, intestina. Otro reflejo de
 qué agotada está Mega City One. Su falta de futuro
Este Dredd, por motivos económicos (la andanza de Stallone gafó el asunto; los inversores debían andarse cautelosos), tiene asimismo un interesante sesgo de teleserie; en especial, The Shield. Contemplamos, “avanzadas en el tiempo”, las calles de un Los Ángeles donde la promesa del Mañana-Mañana rutilante “prescrito” en “visiones” (peligrosas) del pasado jamás se cumplirá. Y son deprimentes/deprimidas. Bosquejan un futuro próximo que se ajusta más a la distopía que a la utopía, porque, en la actualidad, el fracaso del Hombre para conseguir el Paraíso terrenal es completo.

Patada en la puerta; asalto a la guarida de Ma.
Sin Anderson, Dredd jamás lo hubiera logrado
El cómic Judge Dredd es paradigma de la distopía. No muestra el futuro basado en un próspero parque de atracciones, sin enfermedad. Las penurias obligan a reciclar los cadáveres en alimento, principalmente para pobres. ¿Puede concebirse visión más negativa del mundo por venir? No importa que haya varios bibelots tecnológicos que pretendan desviar la atención del problema. Mega City One no da solución.

Lena Headey interpreta a una villana respetable: Ma Madrigal. La más acendrada maldad la corroe y la disemina con su monótona voz contaminada del slo-mo que trafica. Con ella, cerramos el círculo. El aprieto de Travis ante un presupuesto digno de Procusto lo solventa con una buena historia y soberbias interpretaciones, las cuales componen un vistazo desolador del futuro.

domingo, 3 de mayo de 2015

ORA:CLE — KEVIN O´DONNELL, JR

Ajada cubierta extranjera
Denso manuscrito redacta Kevin O´Donnell, Jr sobre algo que es nuestra actualidad. Mas, en 1983, parecía una perspectiva llena de pesimismo de un futuro distante dos siglos.

Ora:Cle, trata, esencialmente, de domótica y conexiones por internet de un modo primitivo para lo que disfrutamos. Pinta un escenario a la vez tan profético como excesivo, truco destinado a mantener hincado el anzuelo de nuestro interés en la novela para proseguir leyéndola.

Es profético pues describe un distópico siglo XXII (indicio revelador sobre el proscenio de fondo —Judge Dredd—) donde el calentamiento global obligó a recluir a la Humanidad en megaestructuras de una no nombrada Mega City One. Esto permite que las calles (de vasta anchura, a suponer) rebosen de purificadora vegetación.

Describe problemas con el Islam y sus fieles, equiparando tanto a los fanáticos con los que, ataviados “a la europea”, fingen cordialidad mientras preparan, con cara bonachona, la puñalada trapera.

El autor comentado
Destaca cómo el Hombre, aislado en sus viviendas domóticas, desarrolla una forma de existencia que evoca el de las Bóvedas de acero, pero llevándolas al mínimo-nimio espacio del apartamento de cada ciudadano.

Permanece al tanto de la actualidad y la cobertura de sus necesidades merced al remedo de internet que describe O´Donnell, Jr. Comparada con la actual, es una red muy primitiva. Ora:Cle, además, es un primerizo cyberpunk con zapatillas de felpa que, aun así, obtuvo el Premio Mannesmann Telly en 1987. Supongo que la miopía también afecta a la ciencia ficción, por mucho que, con frecuencia, vista de Casandra y perfile un Mañana-Mañana que podría ser escalofriantemente acertado.

O´Donnell, Jr. añade a sus cautivos personajes, por si las complicaciones fuesen pocas, una amenaza de invasión extraterrestre. ¡Los Dacs acechan! Cazan incautos como el protagonista, Ael Elochenta Aefachese Enefefseis (todo eso), para cobrarse una cabellera humana de qué presumir.

Introducir estos Dacs (tratados como extraños perros semiinteligentes) empieza a verse torpeza desmesurada según avanza un relato trufado de intrigas y luchas por el poder por parte de un comité “de sabios” al que Ael pertenece. Repelido, descubre que está involuntariamente implicado en el complot.

Portada de la edición española
Todo Ora:Cle evaluado, permite comprender que sobran los Dacs; llegan a ser lastre para la novela. Repasas la situación de calentamiento global, el aislamiento semiforzoso que padece la Humanidad, el trajín internacional salpicado de terrorismo… y descubres que sólo eso eran elementos para una gran novela. Mas, además, ¿Dacs?

Incluye otro ominoso peligro: los hombres salvajes de las calles. Apátridas, exiliados, inadaptados, delincuentes… moran en las junglas que festonean los cimientos (desmesurados, imagino) de los megabloques. Al destacar esto, y pensar en qué nulidad anodina es Ael, hombre corriente-moliente, como la mayoría, creí que O´Donnell, Jr. lo forzaría vivir en y ese peligro.

Imaginé: en algún momento, O´Donnell, Jr. lo arrojaba a la calle, víctima de una nefasta concatenación de hechos, y el pobre experto en Historia de Asia se haría un Rambo que, tras esfuerzos, sacrificios y alguna encarnizada contienda, recibía el bálsamo de volver al hogar computarizado junto a su (infiel) esposa.

Y, al contrastar ambos mundos, Ael (los nombres de los concurrentes son alfanuméricos; ¿quería dificultades, lector?) advertía que su compuparaíso habitacional y su jardincito instalado en la terraza era bastante engañoso.

Más en español de este autor
Descubría un inicuo interés en mantener al personal enchufado a la red, interés cebado con miedos reales pero muy adulterados por Propaganda gubernamental, persiguiendo la sumisión ciudadana. Atérralos, y obedecerán. Sin pensar. Una de cada diez cabezas, piensa; las restantes, ¡embisten! Y, bien rebozado en el paráclito, Ael intentaba denunciarlo. Cambiarlo. Algo así de trágico.

Nop. Todo transcurre en el set de su apartamento, el cual visitan distintas figuras para agilizar la trama. Todo tendente a un bosquejo de claustrofobia y aislamiento como cara del inminente futuro que hoy disfrutamos.

Así, Ora:Cle se manifiesta augur; el mundo goza de un milagro comunicacional equívoco que dudo O´Donnell, Jr. fuese aún capaz de imaginar. Gracias a internet, tenemos decenas de impalpables y distantes “amigos”, pero de quienes sabemos entre poco, o nada. (Aun ristras de embustes.) ¿Eso es verdadero contacto humano?

Hemos electrificado las amistades postales dieciochescas, añadiéndoles una fotografía “del perfil” probablemente falso. (¿Cuántos varones no cambian de sexo en la red?) Y, seguro, esas viejas cartas eran más leales que todo lo actual.

Y en su lengua
Estamos cada vez más aislados, pese a que un clic nos conecte con los puntos más remotos del globo, y palabreemos con sus habitantes. Hemos construido una ilimitada uniesfera personal de Mis favoritos; pero, al mirar en torno, descubres qué tamaño real tiene tu Universo: las pulgadas del monitor de la computadora.

Y nos gusta. Deseamos eso porque somos amos de nuestro pequeño mundo virtupersonal. Ahí, mandamos. No nos acogota el otro, grande y físico, mundo externo. Debemos reconocer a O´Donnell, Jr. calidad de visionario. ¡Ovación! 

En lo demás, me temo que tenía tendencia a meter paja innecesaria en los párrafos.