miércoles, 29 de abril de 2015

DOOMSDAY — NEIL MARSHALL

Afiche japonés que destaca los
máximos ingredientes del filme
Comentemos este adrenalítico bofetón al costumbrista cine europeo, entendido éste, me explico, como monocromas mascaradas deprimentes de personajes del rellano de tu casa, testamento misógino (aunque anhelando sexo) de intelectuales frígidos que detestan cuanto sea divertido, o colorido, o fantabuloso, rodeados y apoyada su insípida visión del ocio por un corifeo de volubles críticos dispuestos a ¡aclamar! y aplaudir cualquier plomo con tal de que pierda dinero pero adquiera “la” pose estética. “La” pose es fundamental. “La” pose proporciona poder discriminatorio.

Afortunadamente, contamos con unas cuantas firmas (europeas) rebeldes que abrazan, sin complejos, los mitos cinemericanos (o australianos) de amplio agrado popular y trabajan con comodidad en proyectos similares, inspirados, que no copiados, porque en sus grandes planicies pueden extender los brazos sin palpar al cotilla del quinto, como ocurre en nuestro amado cine patrio de revancha y reescritura de la Historia al gusto o el de neuras de las brumas norteñas.

"Tú eres la mejor, Snake... digo, Sinclair", anima
el amigo y jefe de Rhona Mitra, superheroína
El filme relata cómo un potente virus de vehementes secuelas y altamente letal, el segador (no le temas, nena —¿por qué no? Es la Parca—), contagia Escocia, y el gobierno del Reino Unido aísla a la población tras un nuevo Muro de Adriano. Librados a su suerte, en 2034 creen que allí sólo quedan despobladas ruinas.

Inglaterra está aislada del resto del mundo y Londres, en particular, es un hervidero de corrupción, hacinamiento y crimen (para hacer más grandiosa su fábula, Marshall recurre a material de Judge Dredd Doomsday es muy 2000AD, por cierto—) y donde el virus reaparece. (Esto del aislamiento internacional lo ha aprovechado un espabilado para publicar narraciones de nefasta catalogación.) Las autoridades, regidas por un sutil e inflexible Canaris (esto, por el capitoste nazi, ¿no?), interpretado por David O´Hara, y que manipula al indeciso primer ministro como quiere, tienen pruebas de que en Glasgow hay supervivientes, y ordenan a Bill Nelson (Bob Hoskins) que organice una misión de rescate.

Escena-homenaje a 1997... Rescate en Nueva York.
(Ni todo ese arsenal bastará para lo que la espera)
Como en toda tralla de esta índole que se precie, hay un hombre (mujer, en este caso) idóneo/a para la emergencia: Eden Sinclair (Rhona Mitra), que acumula valores (aparte de su atractivo físico) para ser leyenda urbana.

Pero las cosas se complican y permiten a Sinclair y su grupo demostrar que están elegidos para la gloria (el ejemplo: NortonAdrian Lester—), o palmarla de la forma más sangrienta posible. La principal causa de penalidades para el comando es Sol (Craig Conway), líder caníbal pasado de rosca; la segunda, el descubrimiento de que estos pagos escoceses de antropófagos están en guerra, desarrollando el salvajismo más visceral.

Lo dicho: bárbaros caníbales llenos de rencor
co-acaudillados por esta nueva Boudica
Marshall, que se apoya generosamente en 1997… Rescate en Nueva York (el laconismo cortante de Sinclair; que ella sea tuerta, la “difícil” misión de rescate con cuenta atrás…) y The road warrior (esos páramos escoceses poblados por caníbales ataviados con harapos, cuero y acero), y suficientes viñetas como para no conseguir un sugerente decantado final, acaso estrella demasiadas dificultades en Sinclair, creando dos malos igual de poderosos y con carisma, secundados por huestes y edecanes a su vez con interés.

Y tanto villano al que abatir en corto plazo de tiempo, amén de una alta concentración de violencia en pocos minutos de metraje, puede en ocasiones causar estrago. Ocurre también: que mientras The road warrior es épica desde el primer fotograma (sí, ajá, en serio), Doomsday sólo logra hacerse aparatosa, frisando lo espectacular, mas no… lo épico. Pero, adviertes, alguien capaz de organizar todo esto demuestra ambición, y está plantando las semillas de una secuela aún más potente.

Al mando, Sol. Si no grita, no se siente al mando
Aun así, el realizador también parece consciente de que sólo tiene esta oportunidad, e intenta delinear, con la máxima precisión posible, los elementos de la próxima entrega para luego abreviar explicaciones. Sol murió (en la poco creíble persecución automovilística), pero queda el medievalizado Dr. Kane (o Malcolm Mcdowell), al que Sinclair le debe un par de palizas malas y de verdad.

Para funcionar, Doomsday recurre a un tipo latente de exterminio que periódicamente nos visita: la plaga. (El término “plaga”, descubres según lo sacudes, sirve de pretexto para que cualquier manta arrope lo más inefable e indefendible, adquiriendo la nefasta forma del repelente zombi.) Las guerras son devastadoras, pero las epidemias matan más deprisa. El remedio, si lo hay, tarda en llegar.

Hail, Sinclair! La nueva reina de los desahuciados
escoceses caníbales. Para ella, reinar en el
Infierno es preferible a servir en el Cielo
Y, para distinguirla, Marshall envuelve “su” plaga en sinuosas conspiraciones políticas que nos hacen ver qué víctimas somos en el orden de las cosas: no sólo nos mata la enfermedad, sino que, en base a inhumanos cálculos, el Estado puede aprovechar la situación para hacer “una purga”, quitar bultos, y entronizarse por siempre en el Poder apareciendo como el salvador in extremis.

Pero, al caso: esto es pretexto para lo que de verdad le interesaba a Marshall: ¡dar tralla!, forjando de paso una nueva leyenda urbana, Eden Sinclair, que merece tenerse presente… por si acaso aparece la plaga y precisamos una sanadora cualificada.

sábado, 25 de abril de 2015

APOCALIPSIS ISLAND — VICENTE GARCÍA

Portada de un libro que demuestra
que los humanos del mundo zombi
son gilipollas
Apoyemos también a nuestros autores efectuando comentario sobre su producción. En defensa de la libertad de expresión y creación, señalemos que, por repulsiva que sea y absurdo que el planteamiento nos parezca, la “literatura” de, o, sobre zombis tiene derecho a existir. (Bien aislada y muy espaciada su aparición, eso sí.) Debe ser el implacable juez de los lectores quienes luego la condenen al olvido, muchas gracias, por siempre jamás, amén, si procede.

En un mundo decente, desde luego, y con lectores de buen asentado criterio, esto ya habría sucedido. Los zombis se contemplarían como una (pestilente) extravagancia ocasional, alternativa a los Grandes Temas habituales del ocio, confiando en que, siglos más tarde, regresaran con un par de historias al respecto.

En nuestro dislocado mundo de lectores de aborregado/borreguil criterio extraviado, los zombis han (aún lo hacen) capitalizado un buen segmento de nuestro esparcimiento, abarrotando las pantallas de cine, de TV, cómics y libros, recibiendo ¡aclamación! sin parangón (!) encima.

Junto a su obra, el autor: Vicente García. 
(Y un apalancado enmascarado)
Referiremos sobre un texto que bien parece ser paradigma de toda esa gramática desquiciada que sobre esta hedionda temática hay. Se reconoce que todos estos libros están muy mal escritos (por personas a las que llamar amateurs es todavía dedicarles caro elogio), llenos de disparates e improvisaciones llegadas de modo súbito, y protagonizadas por repelentes personajes descerebrados. Estos "escritores" son tan arrogantes que toman a sus lectores por gilipollas, pues todas estas "peripecias" serían imposibles en un mundo provisto del arsenal que nosotros poseemos. Barreríamos esa plaga en pocos días.

Vicente García nos “deleita” con tal lujo de detalles, tomando como punto de partida una situación de aislamiento y clausura forzosa. Los paisanos de Mallorca son inmolados por mor de un abstracto concepto sanitario/defensivo-no-sé-qué que el autor nunca termina de explicar; al menos, plausiblemente.

¡Pero hay más libros! Esto es digno
del Tribunal de los Derechos Humanos
 de La Haya
Apocalipsis Island no es, per se, una novela. (Como tampoco la palabra “apocalipsis” —revelación— refiere a un cataclismo brutal estilo MadMax, o el término versus no significa rivalidad, o disputa, o contra. Pero estas imperfecciones han cuajado en la cultura, empleándose libérrimamente.) En numerosas páginas constata su naturaleza de primer borrador, que la autócrata autoridad del propietario de la editorial que imprime el libro lanza al estupefacto mercado para nuestro salvaje flagelo.

El texto rebosa contradicciones, fragmentos absurdos, personajes aborrecibles y resalta las cuantiosas fobias y filias (“podemistas”) del escritor. Salta, al lector con un grado mínimo-nimio de cultura literaria, la brutal impericia del autor. Salpica el “relato” con sugerencias de que tenía una idea central más o menos tolerable (Mallorca víctima de muertos vivientes, su población sacrificada por un oscuro concepto gubernamental genocida, ya citado) que podía fraguar en algún cuento largo o novela corta de cierto interés, raspando aun alguna calidad.

¡Otra secuela! Pero ¿pueden ser
creíbles estos estragos zombis en
un mundo armado con napalm y
armas nucleares tácticas?
Empero, para lograr darle cuerpo de desdramatizada y pueril novela, el escritor la embute bien de paja (mental) y golpes de improvisaciones contradictorias. También demuestra una soberana pobreza de vocabulario, un torpe uso de la gramática y la ortografía, un atolondrado sentido del tiempo y la narración, xenofobia hacia los andaluces, y un interesado desprecio teófobo.

Todo lo de izquierdas, sin embargo, es brillo y esplendor, mejora para la Humanidad; estremece comprobar qué arrebatada defensa, mediante el insípido protagonista de esta gárgola “literaria”, el autor hace de la “anarquía participativa”, y que llega a ser argumento del libro en un determinado capítulo.

El resto: el shooting game sobre el muerto ambulante habitual del “género”. No más.

Mientras oleadas de apestosos caníbales postmortem devoran medio Mallorca, el prota (o sea, el escritor) y un líder de una población local (lindo golpe: ¡un líder anarquista! Pero ¿no los aborrecen?) se ponen a hacer proselitismo de las bondades de la aludida “anarquía participativa”, fundamentada en los sacros principios evangélicos postulados por Alan Moore en V de Vendetta… ´Nuff said! Excelsior! Mine Make Marvel, a eso decimos.

Toma ya: en plan Batman Año Uno. ¡Y
por un prosélito anónimo!
El autor ya ha dado cuanto tiene de escritor antes de llegar a este esperpéntico episodio. Ya nos ha breado, de mala manera, con sus ocurrencias y desmesurada ineptitud como juntaletras, con toda su gama de espontaneidades acontecidas tras un momento de pausa o charleta con un amigo. El escritor presume de ser valiosa pieza de colaboración tanto en editoriales como programas radiofónicos; no obstante, ignora que lo que llama “parte de atrás” de un portaaviones se denomina popa.

Es elemental, conocimiento básico para todo escritor que se precie. Menos él, al que no le pedíamos fuese Joseph Conrad. Sólo que supiese eso. (Y que una explosión capaz de desgarrar un portaaviones norteamericano genera una devastadora onda expansiva con poder para arrasar la bahía donde estaba atracado.)

Y, por si no nos quedó claro: ¡más
orígenes! Remozados en tripas
El escritor nos restriega su asquerosa parafilia necrófila disimulándola de “libro”, uno que, ni siquiera, promueve la risa por sus groseras, abundantes y constantes deficiencias. Es descabalado tributo a un “género” que debería causar desabrida destemplanza generalizada, al menos en un mundo coherente.

En otra empresa, Apocalipsis Island ni se hubiera mirado. En Dolmen se publica porque… es el caprichoso juguete editorial del escritor, aparente sumo pontífice del zombi en España. Honroso título de grave responsabilidad, y para certificar qué trascendental cargo apostólico es, ha puesto la casi total producción de su editorial al servicio de la causa. Veremos qué pasa con Dolmen cuando la fiebre zombi refluya y no tenga otro material que vender al respetable.

miércoles, 22 de abril de 2015

VAN HELSING — STEPHEN SOMMERS

Afiche con fecha de estreno
Apuntalándose en destacados monstruos de Universal que, durante Década 30, coparon la pantalla de plata, Sommers construye un potente espectáculo visual confiando homenajear aquella época, como el instinto que inspiró a diversos realizadores a sacar de los vetustos volúmenes del gótico más rancio, arcaico y aburrido (como Frankenstein, de Mary Shelley) unas pocas pesadillas que cobraron carne mortal en Bela Lugosi, o Boris Karloff.

La actualidad, empero, obliga a un completo remozado del concepto y el género. El espectador de hoy no puede sentir pánico, o repulsión, o inquietud, ante una sombra que se desliza, generada por un actor cariacontecido que se las da de “misterioso”, con el B/N realzado su histrionismo.

¡Hay que dar tralla!, y Sommers lo hace. Confiando llenar las salas, entrega una producción vagamente imbuida en espíritu de videojuego (pues el target que más consumiría la película sería adicto a los entretenimientos virtuales), y vigoriza la imagen de estos fenómenos del pagano pasado del terror, arrancándoles la costra de plúmbeos estereotipos manidos que los fosilizaba.

Van Helsing en postura heroica
para motivar entusiasmos
También jugó con los grises estilo relato Alan Moore, o Michael Moorcock: el malo no lo es tanto, o lo es a disgusto. Y el bueno tiene un pasado que prefiere ignorar, olvidar, deseando que jamás hubiera sucedido.

Sommers surfeó entonces la estela “modernizadora” de Darkman y Blade, por citar dos ejemplos. Sam Raimi había tocado, con notable éxito, tres figuras dignas de los monstruos Universal, como El Hombre Invisible, El Fantasma de la Ópera y el escultor que Vincent Price encarnara en Los crímenes del museo de cera, recreándolos en una sola y dinámica figura.

Blade destruía la añeja mugre que acartona el mito del nósfero, al arrogante aristócrata de la más profunda y supersticiosa Rumanía, amo de acólitos obtusos víctimas de un hábil tragasables armado con un vaso de agua bendita y una estaca de madera. Los nósferos de Blade, jóvenes y ambiciosos, vivían el día-a-día discotequero dándole otro sentido a las palabras “raíces profanas y sangrientas”.

Replicado por la dominante
Anna Valerious, hembra alfa
Ayuda al turno de actualizar de Sommer un Hugh Jackman empotrado en la imagen de Clint Eastwood, tanto en su faceta de pistolero Sin Nombre de western-spaguetti de Sergio Leone como de Harry el Sucio. El Gabriel Van Helsing del australiano no es el Abraham Van Helsing de Anthony Hopkins en Drácula. Semeja un decimonónico Blade Runner steampunk a sueldo del Vaticano, que el director caracteriza como una fuerza integradora de cultos enfrentados a paganas abominaciones que desafían la voluntad divina con su sola existencia.

Apenas hay interés en ahondar en la psicología de los principales participantes del filme, aunque logran soslayar las actuaciones planas, o arquetípicas. Todos guardan algo oscuro que macula sus almas. Pecados que purgar. Sommers consigue que el breve bosquejo efectuado baste para permitirnos ver que estos personajes tienen motivaciones recónditas (más allá de ganar el perdón divino) que los espolean a proceder como lo hacen.

Y, a modo, ambos manipulados
por este bien acompañado Drácula
Destaca Drácula (Richard Roxburgh), que aunque parece encasquillado en el rol del corrupto noble valaco, de ahí avanza por fértiles parámetros de creatividad, generando una actuación distinta. Tiene superpoderes. Humor. Ironiza con su situación.

El Monstruo de Frankenstein (Shuler Hensley) también despide contrastes. Aparece como un ser atormentado, consciente de qué objetivo tiene su dramática génesis. Maldición de la que pretende escapar, confiando desarrollarse como un sujeto culto y sensible, pese a su atroz apariencia. Pero se lo impiden.

Kate Beckinsale (Anna Valerious) sí bordea el cliché. Sale como tía buena en réplica a la seca virilidad de macho alfa de Van Helsing, profesional con larga y dolorosa experiencia cuyo eco anubla sus días. Sommers detiene aquí el desarrollo de las identidades. (Por eso David WenhamCarl— parece gilipollas.) Ahora… ¡es la hora de las tortas! O el personal abandona la sala.

Un trío un poco cantoso, como para irse de copas.
En especial, el fortachón remendado por doquier
Y se entrega al brioso espectáculo, sin olvidar a qué fin sirve la historia, que, en ciertos momentos, tiene regusto a secuela apócrifa de La Liga De Los Extraordinarios Caballeros. Van Helsing muestra demasiados enlaces como para obviarlo.

El intenso matraqueo circense (de esas caídas, te levantas baldado, no con ganas de recibir más) induce reflexión: en algún momento, el cine de acción dejó de ser un compendio de acrobacias, más o menos creíbles, para transformarse en un despliegue de excesos e imposibles donde los actores hacen el doble de lo que podía esperarse, y es poco. No basta una bala para matar: debe dispararse todo el cargador.

Fotograma alegórico: todos llevan máscaras
en esta briosa producción
No vale hacer una arriesgada voltereta: hay que bordar el triple mortal. Van Helsing peca de estos excesos que van llevando al cine de acción a un peligroso callejón: ¿cómo superar lo insuperable, quedando bien?

Empero, siendo indulgentes con estos detalles, la cinta es un ameno y cuidado deleite visual que, sin complejos, rompe cánones enmohecidos, atreviéndose a imaginar con libertad. Que sea así no significa que deba ser así… especialmente cuando lo habido es malo y da para más.

viernes, 17 de abril de 2015

EL ASOMBROSO CABEZA DE TORNILLO — MIKE MIGNOLA

Estas imágenes se muestran para
reforzar el comentario
El padre de Hellboy nos ofrece una ingeniosa parodia del gótico, burlándose de él mediante Cabeza de Tornillo, ente robótico de orígenes secretos. Al menos, en su primera andanza. Mignola no para en ese “estilo” de lanzar pullas: también se mofa de sí mismo al envolver esta aventura de corte steampunk (a lo Wild Wild West) de los cataclismos prebíblicos de Hellboy y las figuras de autoridad, dibujadas estáticas y encumbradas en una sapiencia enigmática, pura farfolla arrogante que puede ocultar la más absoluta ignorancia.

También dispara contra los zombis. El enemigo al que Cabeza de Tornillo frustra planes (aunque el propio Emperador Zombi no duda en boicotearse) es un altanero y un tanto inepto muerto viviente maqueado en ropajes decimonónicos que le brindan una vaga dignidad. Henchido de la megalomanía característica de los supervillanos del mainstream, el Emperador Zombi persigue apoderarse de una joya embrujada cuyo poder cabalga entre los fetiches cargados de letal hechicería de la Era Hyboria y el Arca Perdida.

Lincoln llamando al héroe
Mignola, para narrar esta singular parodia, ilustra amplias viñetas bañadas en negro. Le ha cogido gusto a oscurecer su trabajo, y debe ser el cliente predilecto de Pelikan, por la cantidad de tinta que consume. Le socorre un agraciado color (de Dave Steward) que realza lo contado, francamente esquemático, pero impregnado de médula. Aducimos a la parodia, algo difícil de conseguir.

Arropan al Emperador Zombi ayudantes de poca utilidad; están diseñados para ampliar el gag. Tampoco escapa del sarcasmo el voluntarioso Cabeza de Tornillo, leal recurso al servicio de Abraham Lincoln, y cuya labor ha salvado anteriormente nuestro ancho mundo. El Emperador Zombi y él, sugiere Mignola, ya se han enfrentado antes, prevaleciendo Cabeza de Tornillo.

La elección de la temática demuestra o un grado sublime de inspiración o la rampante genialidad de Mignola, como también muestra su deseo de apartarse del sombrío palio que desprende Hellboy. No obstante, no puede del todo/completamente deshonrar a quien le ha inmortalizado; no es tan soberbio. Es agradecido, y por eso hace un cóctel de referencias en esta historieta, premiada con el Eisner.

El Emperador Zombi y su
inepta hueste
Se siente cómodo en los tenebrosos escenarios barrocos pulverulentos y plagados de telarañas, las ruinas antiguas y arcanas que refieren siniestros episodios casi previos al Hombre, todo cuanto Lovecraft se empeñó en hacer grandioso desde los párrafos de sus relatos en una modesta publicación pulp, que está demostrándose la literatura de calidad, capaz de engendrar fantabulaciones modernas del cine, semillero de los Grandes Clásicos de la actualidad.

Desde ese confort, dibuja un secreto episodio de la Historia que carga sobre los hombros de Cabeza de Tornillo, puro elemento propio de Jules Verne: remachado por doquier, disparado contra el Emperador Zombi con un cañón, dinámico aventurero estilo Doc Savage, salva al mundo de las amenazas menos mecánicas que podría generar un Dr. Arliss Loveless y las más mágicas que encarna el Emperador Zombi.

Aprovecho para hacer digresión contra la moda de los zombis. Felizmente, cae. Su carne putrefacta empieza a encontrar las tumbas de donde jamás debió salir. Porque una cosa es tener un par de filmes afortunados que aportan variedad al espectro del ocio, y otra una Sociedad entera volcada a un fenómeno repelente como son los zombis. Cojones, ¡que son cadáveres ambulantes! ¿No tenemos fetichismos más saludables que descubrir que lo que pone al personal es la necrofilia?

Sin compasión con el héroe
El país ha sufrido este repelente azote, ¡encumbrándolo! Ya estamos descamándonos de esa suciedad para recorrer espacios más amplios y, sobre todo, salubres. Con Cabeza de Tornillo, Mignola se adelantó en defensa de esos otros Universos de ficción que estaban viéndose acorralados por la necrofilia mórbida/morbosa de un colectivo que, desde su pequeñez, lograba irracionalmente imponerse.

También Cabeza de Tornillo expresa el que una elegante y medida mezcla de tipos de aventuras es idónea forma de contar una historia. Los zombis, a los que ODIO, como a quienes ciegamente les veneran, son sólo eso: el shooting game descerebrado sobre criaturas plagadas de vermes y moscas que van dando tumbos, o se motorizan con súbito estallido de energía en pos de carne fresca.

Esto no abruma a Cabeza
de Tornillo
El tiroteo es toda el “alma” zombi: esas gilipolleces de que son la transferencia del miedo al contagio, trasunto de las plagas medievales, o un soterrado discurso del seguidismo al líder, que las masas descerebradas (los zombis) siguen sin plantearse el doctrinario, o hasta algo de corte religioso para meter otra lasca teófoba, son eso: carajotadas prepotentes.

En la creación sólo impera una cosa: ganar $; vender algo por una buena cantidad de dinero, y hacerse un prestigio para cobrar más Más MÁS. Los discursos antes citados, obra de ‘inteligencias’ aburridas que quieren ganar notoriedad así, es guano mental. Lo que prima es la diversión, que esté bien realizada. Y Mignola, con Cabeza de Tornillo, lo consigue. Con nota alta. Pasen y lean.

lunes, 13 de abril de 2015

CUANDO EL DESTINO NOS ALCANCE — RICHARD FLEISCHER

Impactante afiche original
El guionista Stanley R. Greenberg dramatiza para los fotogramas la novela ¡Hagan Sitio! ¡Hagan Sitio! de  Harry Harrison,  suerte de ‘precoz’ anuncio de terribles carencias al albor de 2000AD. El libro describe una Nueva York (concretamente, la isla de Manhattan) saturada. Rebosa de población desnutrida y sucia que no sabe cómo encarar el día-a-día. Una Sociedad víctima de una autista inercia conservadora.

La distopía de Harrison evidencia ciertas restricciones creativas fruto de un pensamiento “conservador” e ingenuo planteamiento de la “política de las masas”. Ilustra unas apabullantes condiciones de vida tercermundistas que la población estadounidense soporta con un estoicismo que ridiculiza la flema británica ante la adversidad. Harrison no quiso pensar en que una drástica desaparición de las virtudes del Estado del Bienestar provocaría en la gente el querer causar violentas algaradas. ‘Sus americanos’ guardan orden y turno ante la miseria progresiva en que la superpoblación les ha hundido, generando algún conato de disturbios más parecidos a un estéril aspaviento colérico que a una sublevación.

Harrison, so pretexto de una investigación policial, desarrolló más el romance entre las ruinas del viejo mundo agotado y las decadentes estructuras del nuevo famélico futuro de su libro, intercalando “anécdotas” de lo mal MAL que todo está, sin atreverse a más.

Estos dos "no se veían" desde
Los diez mandamientos
Empero, el director Richard Fleischer, con ayuda de Greenberg, vieron carnaza en el texto, estupendas ideas que un “acomodado” Harrison desaprovechó. Descentraron la relación romántica, empleándola mejor como argucia para ablandar a un implacable y expeditivo Charlton Heston, transformándolo así en alguien con conciencia, capaz de ser sensible a los horribles sucesos investigados.

Su encarnación del detective Thorn es mucho mayor y elaborada que la que Harrison hace de su Andrew Rusch, personaje demasiado anodino para soportar el pesado protagonismo. Rusch es pequeño, acomplejado, mínimo-nimio. Intrascendente. El corrupto Thorn toma al mundo por la pechera y lo saquea sin escrúpulos.

Multitudes okupas por doquier. Qué remedio
Trisca por el atestado Manhattan buscando un fin del día algo mejor que el comienzo. Es digno exponente de la dramática rotación que la figura del Héroe estaba ya dando en vísperas de Década 70, impregnada de pesimismo por el futuro. La idea de que el Mañana-Mañana en verdad iba a fracasar estrepitosamente, sin remedio, aferró al colectivo. No eran ya augurios oscuros en libros aislados. Sino certeza. Y la figura del “salvador” empezó a distar apenas de la del villano.

Los estándares morales surgidos tras la Segunda Guerra Mundial estaban deshilvanándose. El titán, Norteamérica, recibía una paliza, mala y de verdad, en Vietnam, ¡impensable acontecimiento!, y más por la entidad del enemigo: en inferioridad de medios ante todo. Resintió su poderío. Para más inri, la crisis del petróleo mostró, al mundo habituado al despilfarro, qué finito es todo. Y un planeta que pensaba que la materia prima era inagotable, y podía derrochar cuanta quisiera, empezó a reconsiderar opciones. Todo esto fecunda la película.

Los aromas del ayer cautivan al duro policía Thorn
Soylent Green, título original del filme, aprovecha (casi) al máximo las propuestas no desarrolladas por un ‘timorato’ Harrison. Podemos imaginar a Greenberg y Fleischer diciéndose: Pero ¿no estaba viéndolo Harrison? Ante la situación límite que describe, ¿no comprende que la gente sucumbiría al canibalismo? Sería de esas leyendas urbanas “infundadas” presentes en las charlas. Cosa que Rusch evitaría indagar por miedo a la verdad. Pero ahí estaría. Y tanta gente apiñada APIÑADA, ¿no extendería velozmente epidemias imposibles de atajar por falta de medicamentos?

Y los de hoy, le sacan el alma
Ellos tampoco barrenaron en esto; supongo que, con “el misterio” de las galletas verdes, el espectador iría ya anublado para casa. No obstante, la desgarradora llamada final de Thorn en la iglesia, su mano ensangrentada extendida como suplicando socorro al Altísimo, pierde fuelle ante la muelle moral de un mundo asediado por la hambruna persistente. De acuerdo: no jalamos Soylent Green; lo cocinan con cadáveres, ¡brrr! ¿Qué comemos, entonces?

La película afirma que los océanos se secan; no hay peces. ¿Qué queda? Gente. Del resto, comestible, apenas nada. Habría conatos de rechazo-y-repugnancia, ajá, sí, pero cuando apretase el hambre… Su inexorable lógica…

La población lo aceptaría, y en breve, ¿parecería normal? No sé hasta qué punto, empero, zamparte al abuelo transformado en galleta mutaría el pensamiento global, forzaría la recuperación por lo que hubo antes. ¿O el personal alzaría los hombros, se adaptaría, y empezaría a servir directamente carne humana en el menú? El Gobierno ¿no la proporciona como Soylent Green? ¿Por qué Chez Moritz no podría, pagadas las correspondientes tasas?

Una verdad que Thorn no querría haber descubierto
Cuando el destino nos alcance enseña lo que un libro “con posibles” puede ser cuando le aplican oscuridad. Novela y película son muestras, además, de cómo un pensamiento en torno a un planteamiento concreto varía en pocos años. De qué forma las carencias endurecen a las Sociedades, cómo muere un inocente candor de boy scout para abrazar una voracidad egoísta, reflejo de sus privaciones y apetitos, que deben ser satisfechos como sea.

jueves, 9 de abril de 2015

¡HAGAN SITIO! ¡HAGAN SITIO! — HARRY HARRISON

Esfuerzo de Orbis por acreditar
la ciencia ficción en este país
Si bien puede concederse “capacidad” augur a la ciencia ficción, con honestidad conviene reconocer que el error en “su” profecía puede ser mayúsculo. Ejemplos, hay. Esta obra de Harry Harrison es uno de cuánto puede errar una ‘predicción’ efectuada desde el fecundo “género del millón de puertas”.

Hay que resaltarle, empero, un mérito. Harrison esboza la preocupación, seria y aguda, por las futuras condiciones de la Humanidad y el estado (ecológico) del globo en 1966. Contemporizando, por entonces, y películas de insectos gigantes irradiados aparte, el mundo parecía instalado en una idea de perdurable invulnerabilidad decimonónica e inagotable prosperidad pronuclear.

Interesados corros políticos/económicos gobernaban la Propaganda, torciendo el criterio del ciudadano con la idea de que estaban en un émulo democrático del Reich Milenario. En el horizonte se intuía un futuro donde todos gozarían de inacabable suministro de Coca-Cola, desmesurados Cadillacs, pulcros adosados en modélicas urbanizaciones pacíficas, la parejita de niños encantadores y un perro lanudo.

Harry Harrison con expresión de
"He visto cosas que no creeríais"
Sólo debería preocuparles, a estos ciudadanos de la Edad de Oro Eisenhower, esos sombríos cummies de la vodka y el borchs. Y, llegados el caso, un poco los Aliados de ultramar. Nunca se sabe, a ciencia cierta, qué piensan esos forasteros.

Pensaban: todo sería rutilante y abundante por siempre jamás, recompensa por superar el tenebroso atolladero de la Segunda Guerra Mundial y las sombras (de vergüenza) del Holocausto judío, principalmente.

Dos o tres locos de cierta entidad vaticinaban peligro, ¡PELIGRO, Will Robinson!, con el átomo. Pero Propaganda pronto neutralizaba sus voces catastrofistas. Su recurso infalible: tacharlas de antiamericanas. Todo resuelto. ¡Al saco de la caza de brujas y las listas negras mccarthyanas!

En un ancho mundo de ensalmo material con hechuras de pintura de Norman Rockwell, ¿qué permitía pensar que la superpoblación desbocada engendraría penuria general y el crítico empeoramiento de las condiciones sociales? Propaganda afirmaba que la Maquinaria produciría sin fin-sin fin satisfactorios artefactos, y el peligro provendría (rusos aparte) de enigmas de otros mundos; esos insidiosos marcianos de los platillos volantes. Pero: nada alarmante. Todo: vencible.

Portada extranjera a lo
Judge Dredd
Harrison escribe, entonces, un ‘augurio’ distópico en que el hambre, la carestía y el hacinamiento en condiciones tan tercermundistas que ni soñar podían acorralan a la Humanidad. Teoriza (aquí empieza a errar) con una Tierra superpoblada en 2000AD por siete mil millones de habitantes, aplastados todos debido a una asfixiante aglomeración, el desempleo, la carencia de sanidad o cobertura social.

Problema A: es ciencia ficción. Cosa de críos. (Aunque, en lengua inglesa, la ciencia ficción es un género respetado, no como aquí.) De insectos radiactivos gigantes que los Marines liquidan. ¿Vais a creerlo? Problema B: ¡es Propaganda cummie! Catástrofes-sin-fundamento preconizadas, sí, ajá, para socavar los poderosos cimientos de nuestra democracia consumista. Problema C: Harrison iría errando cada vez más.

Normal lo último. “Contemplaba” el futuro desde un entorno moral que le forzaba a ser conservador. Cierto, le preocupaba, y mucho, la naturaleza del futuro que sus descendientes iban a gozar. En 1966, datos expuestos en su obra eran alarmantes. Hoy empezamos a columbrar sus penalidades ‘anunciadas’, aplacadas (creo que para seguir despistando) por una Propaganda estimulada por las palabras “conciencia ecológica” y “reciclaje”. Reformas en profundidad, sin embargo, mínimas-nimias.

El anti Johnny Rico de Harrison
Y en el peor escenario: si la cosa empeora en exceso, liberamos los perros de la guerra y devoran unos pocos millones. Estabilizada la cosa. ¿Veis? Todo controlado.

Otro fallo a imputar es que Harrison se aferraba al concepto de nacimientos en progresión constante para justificar su “predicción”, enmascarada de investigación policíaca emprendida por un vulgar detective, Andrew Rusch. Éste, pateándose Manhattan, va contrastando su vida con la de otros miembros del elenco (Solomon Kahn, Billy Chung, Shirley, Tab…), y esboza un aterrador 1999 víctima de una política que condenaba todo esfuerzo por contener las tasas de natalidad desenfrenadas, que para el autor seguían aumentando, pese a que la gente careciera de hogar y engullera mierda.

Harrison (incrustado en una Sociedad que creía imposible perder en Vietnam) no consideró que la cercana crisis del petróleo desencadenaría un pesimismo general por el futuro, cuya influencia modelaría el ser y pensar del ciudadano, quien miraría más cuidadosamente los gastos.

Y otros mundos fabulosos descritos
Esta economización forzaría una mutación del clima social; los preceptos religiosos y conservadores de la época se cuartearían y desmoronarían. El estatus social, mediante el empleo, el lujo y su acaparamiento, sustituirían al concepto tradicional de familia. Una educación liberal más crítica con el poder, unida a un beligerante feminismo, transformaría el embarazo en obstáculo. Harrison, como otros notables autores de su época, no tuvo, para nada, presente la condición humana, su volubilidad. 

Aun así, pese a estos “defectos”, ¡Hagan sitio! ¡Hagan sitio! es un libro recomendable; conviene tenerlo y leerlo. Sombrío, pesimista, descorazonado, anticipa lateralmente que el lujo vencerá al amor, pese a las promesas realizadas, como demuestra Shirley cuando deja al empobrecido Andrew para ir a buscar un protector adinerado en esta Manhattan del hambre.

lunes, 6 de abril de 2015

STARSHIP TROOPERS — PAUL VERHOEVEN

Afiche. Falso: el enemigo es siempre
el mismo. Su forma sí cambia
El director de procedencia holandesa, Paul Verhoeven, otro encadenado a las polémicas, ciertas o inventadas, acertó eligiendo al protagonista, sí, ajá, de esta sardónica adaptación de la controvertida novela de Robert A. Heinlehin.

Para el crédulo Johnny Rico escogió a un Casper Van Dien que daba la talla para lo que el Ejército satirizado por Heinlehin (bueno, por extensión, también el de la vida real) quiere para nutrir sus filas: culturista de mentón cuadrado, ejemplar ario perseguido por la Propaganda nazi, falta de ego y ponderación, capaz de imponer la brutalidad indispensable (que encarnan el Sargento ZimClancy Brown—, Ace LevyJake Busey—, o Carl JenkinsNeil Patrick Harris—), porque, si no, ¡nadie iría a combatir!, salvo los freakies que gustan de los uniformes, la disciplina y destruir vidas y haciendas ajenas so pretexto de defender causas y principios sagrados.

La vida es así y, por desgracia, debe haber de todo. Aun sujetos tan negativos, incapaces de ser felices si no es fastidiando al prójimo de diversas formas.

Justo el prototipo ario/atlético codiciado por todo
Ejército: Johnny Rico. No piensa, sólo obedece
Pero centrándonos en la materia: cuanta persona que me hablaba del filme, ¡lo tundía! Militarista. Absurdo. Excesivo. ‘Justificaba’ las matanzas imperialistas yanquis (qué fuerte. Y qué curioso: los rusos jamás JAMÁS las han causado; ni los soviéticos tuvieron deseos imperialistas), trocadas en oleadas de bichos (imagen despectiva del enemigo) a los que disparar sin cesar como en el más delirante shooting game.

Conocía la novela, y sabía que los bichos… ¡eran el enemigo! La Humanidad, al expandirse por el Cosmos, topaba un invertebrado “alter ego” agresivo. ¿Por qué no? ¿Vamos a estar siempre bajo el palio panteísta trekkie de humanoides hostiles, o qué? Además, Tropas del espacio tiene un mordiente lúdico (los tiroteos) que debe considerarse. ¿Qué importa cuál sea el rival? Heinlein precisaba uno, e ideó bichos.

Alístate y viajarás... a planetas tela de beligerantes
No podía entender, por tanto, por qué combatir al enemigo insectil del relato era causa para incrementar el demérito de una excelente y cítrica adaptación como es la realizada por Verhoeven. Pero, los progres piensan así.

Por otra parte, algo de lo que los militares se valen para efectuar levas es a la erótica de las armas, y las de Starship Troopers deslumbran más que modelos de Playboy. El arsenal tiene una relevancia fundamental en la película; recordemos la secuencia en que tres miembros de la Infantería Móvil “seducen” a unos niños, en un parque, para enrolarse alucinándoles con sus imponentes rifles y municiones.

Los behemots sepultados te darán la bienvenida
De este modo Verhoeven (o Edward Neumeier, guionista, que recupera aquí el potencial ácido de RoboCop) destaca qué dogmatizada hacia el “Servicio que otorga la ciudadanía” (antiguo concepto hoplita) está la Sociedad descrita en ambos documentos. Rasczak (Michael Ironside), en su clase, intenta incluso desmotivar a los alumnos para no ingresar en barras, creando suerte de refuerzo psicológico negativo que planta una semilla en el cerebro de los jóvenes: Cuando tanto TANTO lo denuestan, ¡es porque tiene cosa buena!

Tampoco debemos escandalizarnos por lo del “fracaso de la democracia”, porque un somero repaso a nuestra Historia reciente delata qué fácilmente la democracia es víctima. Y no tanto de extremismos o fascismos como de los mismos “servidores” de la democracia, que la pervierten, corrompen, o prostituyen, en nombre del saqueo sistemático de las instituciones, causando detrimento de los servicios sociales básicos.

Infantería Móvil: listos para toda acción donde sea
Y deteriora la fe en la democracia la actitud de “amnistía” como los políticos “premian” tales conductas, previa ampulosa denuncia con contundentes palabras de nulo peso. ¡Convierten la democracia en una mascarada de delincuentes!

Heinlein/Verhoeven/Neumeier eran, por tanto, conscientes de que la masa sacrificará, sin dolor, la libertad-democracia por un Sistema, pasablemente justo, que garantice un paraíso material, como el descrito en libro y filme. Abunda la prosperidad (o tal parece) a cambio de que el poder de decidir (importante frase) lo ostenten unos pocos, en principio templados en un crisol de penalidades que les hacen más comprensivos de las necesidades humanas, no como los abstractos sabios moralistas tendentes a utopías irreales, ilusorias.

Viejos amigos escolares, el avatar bélico les
imposta una marcada y siniestra madurez
También Verhoeven delata lo relativo de la fuerza física. Las féminas concursantes, Dizzy Flores (Dina Meyer), Carmen Ibáñez (Denise Richards), o la Capitana Deladrier (Brenda Strong), alcanzan, u ostentan, puestos de responsabilidad distintos al de los varones, tan noqueados que ni aspiran a machos alfa. Estas mujeres proponen alternativas lógicas a problemas que Johnny espera resolver con un tiroteo.

Starship Troopers acabará siendo (si no es ya) un grandioso filme que romperá sin dificultad la viscosa costra de descalificaciones (siempre más fáciles de dar que en conceder méritos) que, otrora, recibió. De ser “de culto”, se convertirá en obra maestra de la sátira antimilitarista, que empleó con sabiduría sus excesos (‘rictus’ de Verhoeven que, creo, usó con generosa liberalidad aquí) para denunciar la sangrante incompetencia militar (el desastre de Klendathu), que sólo se sacia cuando masacra lo mejor de una generación en tierras lejanas.