Afiche japonés que destaca los máximos ingredientes del filme |
Comentemos este adrenalítico bofetón al costumbrista cine europeo, entendido éste, me explico,
como monocromas mascaradas deprimentes de personajes del rellano de tu casa,
testamento misógino (aunque anhelando sexo) de intelectuales frígidos que
detestan cuanto sea divertido, o colorido, o fantabuloso, rodeados y apoyada su insípida visión del ocio por un
corifeo de volubles críticos dispuestos a ¡aclamar! y aplaudir cualquier plomo
con tal de que pierda dinero pero adquiera “la” pose estética. “La” pose es
fundamental. “La” pose proporciona poder discriminatorio.
Afortunadamente,
contamos con unas cuantas firmas (europeas) rebeldes que abrazan, sin complejos,
los mitos cinemericanos (o australianos)
de amplio agrado popular y trabajan con comodidad en proyectos similares,
inspirados, que no copiados, porque en sus grandes planicies pueden extender
los brazos sin palpar al cotilla del quinto, como ocurre en nuestro amado cine patrio de revancha y
reescritura de la Historia al gusto o el de neuras de las brumas norteñas.
"Tú eres la mejor, Snake... digo, Sinclair", anima el amigo y jefe de Rhona Mitra, superheroína |
El filme
relata cómo un potente virus de vehementes secuelas y altamente letal, el segador (no le temas, nena —¿por qué
no? Es la Parca—), contagia Escocia,
y el gobierno del Reino Unido aísla a la población tras un nuevo Muro de Adriano. Librados a su suerte,
en 2034 creen que allí sólo quedan
despobladas ruinas.
Inglaterra
está aislada del resto del mundo y Londres, en particular, es un hervidero de
corrupción, hacinamiento y crimen (para hacer más grandiosa su fábula, Marshall
recurre a material de Judge Dredd —Doomsday es muy 2000AD, por cierto—) y donde el
virus reaparece. (Esto del aislamiento internacional lo ha aprovechado un espabilado para publicar narraciones de
nefasta catalogación.) Las autoridades, regidas por un sutil e inflexible Canaris (esto, por el capitoste nazi,
¿no?), interpretado por David O´Hara,
y que manipula al indeciso primer ministro como quiere, tienen pruebas de que
en Glasgow hay supervivientes, y
ordenan a Bill Nelson (Bob Hoskins) que organice una misión de
rescate.
Escena-homenaje a 1997... Rescate en Nueva York. (Ni todo ese arsenal bastará para lo que la espera) |
Como en toda
tralla de esta índole que se precie, hay un hombre (mujer, en este caso) idóneo/a
para la emergencia: Eden Sinclair (Rhona Mitra), que acumula valores
(aparte de su atractivo físico) para ser leyenda urbana.
Pero las
cosas se complican y permiten a Sinclair y su grupo demostrar que están
elegidos para la gloria (el ejemplo: Norton
—Adrian Lester—), o palmarla de la
forma más sangrienta posible. La principal causa de penalidades para el comando
es Sol (Craig Conway), líder caníbal pasado de rosca; la segunda, el
descubrimiento de que estos pagos escoceses de antropófagos están en guerra,
desarrollando el salvajismo más visceral.
Lo dicho: bárbaros caníbales llenos de rencor co-acaudillados por esta nueva Boudica |
Marshall, que
se apoya generosamente en 1997… Rescate en Nueva York (el
laconismo cortante de Sinclair; que ella sea tuerta, la “difícil” misión de
rescate con cuenta atrás…) y The road warrior (esos páramos
escoceses poblados por caníbales ataviados con harapos, cuero y acero), y
suficientes viñetas como para no conseguir un sugerente decantado final, acaso estrella
demasiadas dificultades en Sinclair, creando dos malos igual de poderosos y con
carisma, secundados por huestes y edecanes a su vez con interés.
Y tanto
villano al que abatir en corto plazo de tiempo, amén de una alta concentración
de violencia en pocos minutos de metraje, puede en ocasiones causar estrago. Ocurre
también: que mientras The road warrior
es épica desde el primer fotograma (sí, ajá, en serio), Doomsday sólo logra hacerse aparatosa, frisando lo espectacular,
mas no… lo épico. Pero, adviertes, alguien capaz de organizar todo esto demuestra
ambición, y está plantando las semillas de una secuela aún más potente.
Al mando, Sol. Si no grita, no se siente al mando |
Aun así, el
realizador también parece consciente de que sólo tiene esta oportunidad, e
intenta delinear, con la máxima precisión posible, los elementos de la próxima
entrega para luego abreviar explicaciones. Sol murió (en la poco creíble
persecución automovilística), pero queda el medievalizado Dr. Kane (o Malcolm Mcdowell),
al que Sinclair le debe un par de palizas malas y de verdad.
Para
funcionar, Doomsday recurre a un tipo
latente de exterminio que periódicamente nos
visita: la plaga. (El término “plaga”, descubres según lo sacudes, sirve de
pretexto para que cualquier manta arrope lo más inefable e indefendible,
adquiriendo la nefasta forma del repelente
zombi.) Las guerras son devastadoras, pero las epidemias matan más deprisa.
El remedio, si lo hay, tarda en llegar.
Hail, Sinclair! La nueva reina de los desahuciados escoceses caníbales. Para ella, reinar en el Infierno es preferible a servir en el Cielo |
Y, para distinguirla,
Marshall envuelve “su” plaga en sinuosas conspiraciones políticas que nos hacen
ver qué víctimas somos en el orden de las cosas: no sólo nos mata la
enfermedad, sino que, en base a inhumanos cálculos, el Estado puede aprovechar la situación para hacer “una purga”, quitar
bultos, y entronizarse por siempre en el Poder apareciendo como el salvador in extremis.
Pero, al caso:
esto es pretexto para lo que de verdad le interesaba a Marshall: ¡dar tralla!,
forjando de paso una nueva leyenda urbana, Eden Sinclair, que merece tenerse
presente… por si acaso aparece la plaga y precisamos una sanadora cualificada.