Afiche coral; revienta de protagonistas |
Este filme de John Carpenter presenta un problema claramente discernible, al
menos: Desolación Williams (Ice Cube), es demasiado el Snake
Plissken de Kurt Russell.
Ice Cube puede haberse esmerado en su labor; pero apenas acercó a Desolación al
cínico carisma de Plissken. Le añoras un wevo.
Constantemente lo verificas según suceden
fotogramas de un relato coral contado en retrospectiva de un astrowestern planteado en el polvoriento
pellejo marciano. Ice Cube hace, dice y actúa como Plissken. Pero sin serlo. Y no
engaña al ojo, causando ese pliegue de molestia que mantiene incómodo en la
butaca.
Mas Fantasmas de Marte acapara aspectos
positivos que pueden convertirla en otra digna cinta de culto de esta suerte de
Sam Peckinpah “menor” que es
Carpenter. Esta vez, el director ha eludido el conflicto político/distópico que
esboza en ambas películas de Plissken para apostar por una evasión aventurera
de plató bien maqueado de Marte.
Afloran los tics ineludibles de su
producción; Carpenter siembra el proscenio de elementos sociales ‘indeseables’,
con tal grado de ambigüedad que no acabas de etiquetarlos de malos absolutos…
ni héroes impolutos. Los villanos son los marcianos,
unos jamás vistos, o ideados. Distantes del concepto “abolsado” de H.G. Wells, o el cabezón verde enano
del folclore habitual. También diferentes a los nudistas imaginados por E.R.
Burroughs, que tanta controversia pudieran dar.
La misión de sus vidas, en el más pleno sentido |
Entes impalpables, poseen los cuerpos de
los colonos que, esforzadamente, terraforman Marte extrayendo valiosos
minerales de sus entrañas. Los cubren de piercings
y yagas “rituales de combate” para luego lanzarlos contra lo que estiman
invasores del sagrado suelo patrio.
Es planteamiento fantástico destinado a
mantener nuestra atención y justificar metraje. Tiene su punto, el que el
nativo, en vez de exponer su sustancia al peligro y la muerte, emplee la carne
del invasor para luchar contra éstos y los aniquile. Mata dos pájaros de un
tiro, pues el otro humano elimina al poseído en defensa propia.
Otro aliciente es la plétora de
‘fracasados’ que tienen una repentina oportunidad tanto de reivindicarse tanto como
individuos como ante la Sociedad que los ha marginado. El grupo que comanda Helena Braddock (Pam Grier), policía lesbiana que depreda a Melanie Ballard (Natasha
Henstridge), agente bajo su mando, no está compuesto por ejemplos de intachable
conducta.
La sádica respuesta a que no estamos solos en el Cosmos |
Carpenter presenta un grupo impregnado de
defectos-y-debilidades que esperan ocultar, o disimular, como bien pueden.
Braddock: su apetencia sexual por Ballard bajo una masculina actitud autoritaria.
(También algo sugiere que acabó destinada en Marte para purgar una infracción.)
Ballard es adicta a una droga, que luego
(en giro singular) la ayuda a librarla de la posesión infernal marciana.
Jericho
Butler (Jason Stathan), de presunta ‘habilidad’
para modificar el polo sexual de sáfico a heterosexual, esgrime esa arrogancia
para ocultar su fanfarronería. Incluso, debilidades de carácter más acusadas.
Desolación es el mal buen hombre de la
querencia mitológica norteamericana del western.
Ladrón y convicto, dista de ser el radiante paladín que describe usualmente el
heroísmo. Pero tiene moral. Ética. Es un superviviente. Aprendió a serlo: por
las malas.
En qué jaleo nos hemos metido. Marte siempre igual: ¡el planeta de los monstruos! |
Carpenter sigue narrando sobre marginados
que la Sociedad ha evacuado de sí pero que, sin embargo, conservan su valor
existencial, o intrínseco. También son individualistas dispuestos a cometer generosamente
el máximo sacrificio por mor de brindar un bien mayor al colectivo.
Indican que las apariencias engañan. Nos juzgáis
por el lomo del libro, despreciando indagar sobre su trama. Carpenter pretende
criticar la superficialidad de las estructuras sociales, con qué rapidez te
etiquetan y, ¡ay!, ese baldón te acompaña ya siempre. Después sucede algo que confirma
nuestro error respecto a esa persona. La primera impresión: es irrepetible.
Desolación lidera, sugiere el final “continuará”, la resistencia contra el agresor
marciano, aliándose con su peor enemigo: Ballard. Hay nexo de unión entrambos:
parias del organigrama oficial, eso facilita su entendimiento. Minimiza sus
diferencias.
Un barroco enemigo nativo que prefiere la carne humana para pelear |
Presentar Marte-humano como un matriarcado también es significativo detalle:
¿es la Madre Tierra un patriarcado? (Qué
ironía.) Esta tesitura: ¿permite suponer una futura guerra
interplanetaria de sexos? ¿O sólo es un giro de la Historia hacia uno de sus
comienzos culturales, prehistóricos, o consecuencia de una disminución del
nacimiento de varones? Siendo ciencia ficción, y teniendo a su disposición un inimaginable
aparato científico, podemos suponer que la ingeniería genética permitiría un
aumento de nacimientos de niños, garantizando la paridad.
Fantasmas
de Marte es socorrida
aventura para, pongamos, resolver las ocasiones en que la programación
televisiva no ofrece nada potable. No es que sea deleznable, ¡qué va! Pero
adolece del mordiente de las hazañas de Plissken. A Desolación le “faltan
tablas”. Un hervor, quizás. Apunta maneras, empero.
Tal vez, pienso, la causa está en que
Plissken es amo único de sus aventuras, dejando hueco a secundarios de distinto
atractivo. Desolación debe sacrificar demasiado protagonismo (del que goza
Plissken) entre los demás participantes de la cinta. Si hubiese monopolizado la
acción, igual otra imagen proyectaría. Igual.