viernes, 31 de julio de 2015

LA MÁQUINA DEL TIEMPO — SIMON WELLS

Afiche. Fue al futuro en pos
de una respuesta. Jamás la
obtuvo. Pero residió allí
Ameno y elegante homenaje que Simon Wells efectúa a la novela que popularizó a su abuelo, H.G. Wells (presente en un retrato del recibidor de la casa de Alexander Hartdegen Guy Pierce—). Esta versión difiere de la de George Pal, más fiel al libro, en que está despojada del contenido político, o especulación social(ista), presente tanto en el relato como el filme mencionado.

Destaca el elemento, sumamente norteamericano, de que sólo una gran GRAN tragedia, o hito colosal, mueve al protagonista a efectuar la gesta. En la novela, el Viajero a través del Tiempo emprende la odisea motu propio, siguiendo la energía de su masiva curiosidad, en sintonía con el deber de imperio civilizador que caracterizaba a todo gran explorador cristiano blanco de entonces.

Para que Hartdegen inicie el viaje, debe morir su prometida, Emma. (¿Qué le sucede a Norteamérica? ¿Ha perdido el gusto por la aventura, per se? ¿Debe imperar un motivo dramático para hacer algo como esto?) Lo espolea intentar evitar su fallecimiento, privar a la Parca de su víctima. No lo inquieta qué paradoja puede crear: invento la máquina para salvarla, evitándome un largo duelo; pero salvándola, ¿para qué creo la máquina? ¿Qué sucede ahora? ¿Hay dos Hartdegen conviviendo en la misma línea espaciotemporal, o corren por carriles a un tiempo paralelos pero imposibles de comunicar entre sí? ¿…Universos adyacentes?

El deceso de esta dama causa una singular aventura
Es lo que tiene especular/escribir sobre viajes temporales: ¡dolor de cabeza!

Hartdegen descubre que el sino es inalterable. El poder de la Parca llega al extremo de modificar de tal modo las situaciones que quien debe morir, muere. Sea de un tiro, o atropellado por un coche de caballos, o por golpe de una maceta que cayera de un quinto. Y entonces, lleno de preguntas, Hartdegen comienza el viaje… a 802.701.

[Que la Muerte llegue pese a cómo se procure evitarla es idea presente en Intentar cambiar el pasado, relato de Frizt Leiber. El guionista, John Logan, parece haberla rescatado para incorporarla a esta versión de La máquina del Tiempo.]

Sustituir los elementos de admonición, hipótesis y política social presentes en la obra original lleva a llenar los huecos con acrobáticos Morlocks más simiescos que nunca, e inmunes al Sol. Son los tiempos modernos; una mínima-nimia ración de acción y/o violencia, deja descontento. ¡Debe rebosar! El cine de Hong Kong ha corrompido los fotogramas americanos; si no hay dos docenas de tiroteos, el personal se aburre.

Que comienza con este caos mecánico
Hartdegen debe enfrentarse solo a los Morlocks porque la sociedad Eloi residuo de las vastas catástrofes que variaron la cara del ancho mundo durante el tiempo que tomó alcanzar 802.701 ha perdido el empuje luchador. Hay cambios, empero. Mientras que en la novela, y la cinta de Pal, los Eloi son pasivos porque la Utopía Manifiesta en la que viven los ha atontado, nada los obliga a competir por cubrir sus necesidades, aquí son víctimas de una sutil manipulación telepática.

Desde su oscuro reino subterráneo, el UberMorlock (Jeremy Irons) somete las mentes tanto de sus semejantes como la de los Eloi, anestesiando su deseo de tener algo distinto, construirlo por sí mismos, aspirar a más. No comparto tanto el dictamen del compubibliotecario (Orlando Jones) respecto a que hubo una escisión de la Humanidad, evolucionando en dos estirpes distintas. Algo así como que una sería más reptil que la otra.

Paradita en el futuro para hacer un amigo virtual
Los Morlocks, industriosos, maquinales, con una presunta superioridad intelectual debido a su elaborado dédalo habitacional, han adquirido una forma distinta forzada por los avatares que la supervivencia les impuso. Se han adaptado a cierta brutalidad. Y los Eloi son apuestos y ribereños porque lo dictó la idea original. Y debemos simpatizar con quienes más se nos parecen.

Que la Luna esté hecha migas orbitando en torno a la Tierra es garrafal fallo. (Otro: Hartdegen nunca descubre por qué nuestro sino es inalterable.) La Luna impide, con su masa actual, que los días duren seis horas y fuertes corrientes de viento, impulsadas por el acelerado giro del planeta, asolen la superficie terráquea (por no citar las mareas). Un satélite tan mermado debe hacer, pienso, que los días duren diez horas, o así, y desde luego, el viento desmontaría la delicada arquitectura polinesia que exhiben estos Eloi.

Una decepción para Hartdegen. El decantado de
la Humanidad es albino, presuntuoso, caníbal
Había no obstante que encontrar una catástrofe brutal que engendrara a los Morlocks e idiotizara a los Eloi. En la película de Pal, víctima de su tiempo, fue una Guerra Mundial Termonuclear. Aquí, un cataclismo cósmico. No debió apelarse a tanto. ¿Quién no nos dice que, dentro de unos años, no volvamos a revivir la tensión de la Guerra Fría? Hasta un meteorito devastador puede hacernos la gran puñeta pasado mañana. Es un peligro constante al que no le prestan la debida atención.

Simon Wells se ajusta a los finales estilo Star Wars: concluye con la gran explosión. Y deja a Harthedge en el Remoto Futuro, planificando el Mañana, inyectado a los Elois la pasión, antigua y decimonónica, por realizar los Grandes Proyectos y el Porvenir Espectacular. En 1900, ya no pintaba nada.

¡Qué gran GRAN aventura sería, pues, construir este futuro!