domingo, 19 de julio de 2015

THE SOUL OF THE ROBOT — BARRINGTON J. BAYLEY

Portada casi naif. Ninguna
barrera frena a Jasperodus
El alma del robot es un retrato sombrío de una Tierra futura cuya civilización “resurge” tras una época convulsa que borró la Utopía Manifiesta alcanzada antaño: la Era de Tergov. Un puñado de técnicas avanzadas sobreviven, pero otras se las considera magia arcana, perdidas para siempre. Perviven las que tienen una aplicación práctica, siendo la robótica una de estas ciencias supervivientes gracias a sus variadas y considerables aplicaciones, aunque tiene más de artesanía y capricho que de producción fabril.

De hecho, el tenaz/terco protagonista, Jasperodus, es fruto de un anhelo intenso que socavó a sus padres, y tiene un refinamiento y acabado excepcional que se hace codiciar por cuantos le echan el ojo encima. Sus padres se volcaron hasta la desesperación para otorgarle una vida que él aferra con firmeza al instante de su conexión.

Ingratamente, defrauda las esperanzas que depositaron en él: vivir a su lado, abandonándoles. ¡El ancho mundo, los extensos mares y los profundos océanos bajo el alto cielo y todos los vientos le esperan! Un prurito inexplicable: además lo espolea.

Barrington J. Bayley. Poco
leído por estos lares
Nunca Jasperodus considera a sus padres ‘fabricantes’ o ‘constructores’, pese a su naturaleza mecánica/metálica. Barrington J. Bayley tampoco se esfuerza en corregir este aparente error. Parece una extravagancia, un tratamiento social, propio de la época que refiere el autor. Por otra parte, otros robots que aparecen en la novela tienen más tratamiento de mascota que de artefacto, y sus diseñadores y/o constructores sienten por ellos un afecto, o afinidad, que poco tiene que ver con la idea-estándar de que el robot es un electrodoméstico especializado al cual podemos vejar, despreciar, maltratar.

Los robots que participan activamente en la trama son como Jasperodus: artesanías costosas y bruñidas sobremanera para tener una apariencia tal o una inclinación cuál, desenvolviéndose en el mundo con su estilo particular. No se habla de producción en masa, de hileras de figuras metálicas ensambladas en factorías. Hasta las naves que salen, entre lo cutre y lo casposo, desprenden decidido/desesperado aire de rescatadas de nuestro embrionario programa de exploración espacial y adaptadas con un par de potentes motores y una capa nueva de pintura. Pero pese a la curiosa identidad de que gozan en El alma del robot, éstos prosiguen esclavos de la tiránica imagen que un androide parece condenado a proyectar: su literal insensibilidad.

Portada edición nacional
Otra cosa llamativa de El alma del robot es que su trama se desarrolla en Europa (o “Masadelmundo”), en contraposición al cliché, ya casi cultural, de que todo pasa en Norteamérica. Y con ese aire cínico, sombrío, escéptico, del Viejo Continente, Bayley, británico, va contando en unos pocos capítulos cómo un Nuevo Orden Mundial lucha a trompicones, más que con arrojo, por recuperar las glorias de la frustrada utopía con peculiar regusto a apellido ruso.

La historia también opone dos tipos de aspirantes a hegemonía: uno artesanal/agrícola y otro industrial/de cadena de montaje-Henry Ford, siendo el segundo el principal enemigo del ambicioso aunque casi ignorante Emperador Charrane. Es como una parábola de la guerra entre una Europa feudal contra la Norteamérica motorizada que, en principio, lleva las de ganar a tenor de su ingente producción. Atraído por esta gran batalla por el futuro, Jasperodus, inquieto, insaciable, robot-del-Renacimiento, se enfrasca hasta el fondo en ella, empeñado en su implacabilidad mecánica por obtener la victoria. Y Charrane juzga que lo hará a cualquier coste, lo cual trae la ruina del tenaz robot con ese noséqué que le diferencia del resto.

Tras su caída, Jasperodus engullirá una masiva dosis de humildad que le mostrará el mundo con una perspectiva inesperada e insólita, la cual, al final, le obligará a reconciliarse con su pasado, resolver el enigma de su vida, obteniendo la respuesta de por qué se distingue del resto de robots. Y se propone construir, no destruir, como obligación hacia el caro legado recibido.

Imposible negars la influencia
de los 60-70 de la profusa obra
de Bayley
Bayley inserta aspectos místicos en la narración, propia del movimiento New Age. Entrevera la pura ciencia ficción con una espiritualidad sui géneris, buscando innovar, brindar un producto diferente, singular, brillante. Ciertamente, El alma del robot despide una extraña grandeza. Bayley además consigue empotrarnos la idea de estar inmersos en un pantano crepuscular, con raros momentos de luz que revelan fastuosas ruinas del ayer, con enredaderas que deslucen su grandeza irrecuperable.

En una ficción dominada tiránicamente por las Tres Leyes de la Robótica, El alma del robot es una historia audaz, rebelde, disconforme, que se abre paso entre los “sagrados preceptos” con la fuerza de sus puños, la obstinación del carácter de Jasperodus y sus sueños de triunfo, dignos de un conquistador español atajando por las tupidas enramadas amazónicas, que atesora el robot que descubrió que era singular pues poseía alma, y ésta le impulsaba a la grandiosidad.

Quizás no sea una gran obra del género, pero logra propagar resonancias que motivan a releerla con afecto más de una vez. Y ganando, a cada lectura.