Cubierta de Michael Whelan |
A
priori, la premisa que alimenta
la trama de la novela de Piers Anthony
sorprende por su planteamiento original.
Se insiste en que existe una única historia:
el viaje, que no forzosamente indica
trayecto físico. Refiere también el ‘aprendizaje’
que el protagonista, o los concurrentes al relato, realiza, qué experiencias le
hacen crecer o destruyen, constituyendo los avatares los distintos capítulos de
la obra.
La novela, pese a su idea original, respeta
“la norma” y describe qué viaje efectúa su protagonista, Zane. Pero, repito, la causa de su periplo es lo que hace Sobre
un pálido caballo, título español del libro, remarcable. Su argumento.
Zane es un nuncanada lastrado encima por una onerosa aflicción íntima. Un daño,
vergüenza, lacerantes remordimientos, conducen sus pasos al Callejón de los Suicidios. Un doloroso
tema familiar lo abruma, reseca sus esperanzas, imponiéndole la idea de que
sólo al matarse encontrará reposo.
Vive en una pararrealidad, con vagos
rasgos ucrónicos/distópicos, donde hechicería y ciencia conviven en aceptable
armonía. Inicia su singular viaje al buscar, en un emporio de joyas mágicas, la
gema que lo exima de su enorme carga kármica negativa, y consiga brindarle un
prometedor porvenir.
Piers Anthony, el autor |
Al estar gravemente señalado por la fatalidad, el otrora niño bien/rico fracasa en esto, afirmando por tanto su
decisión de suicidarse. También esto lo marra (Sobre un pálido caballo no
es una comedia, pese a tener
potencial para serlo) mas, en un súbito arrebato de pánico, mata a la Muerte cuando comparece para
llevarse su alma pecadora tras el disparo fatal.
La administración del Cosmos está organizada
de modo que el matador de la Muerte
debe cubrir la vacante, y así Zane “asciende”
en la vida. Cosecha almas que tasa antes de expedirlas al Cielo o el Infierno según sea la oscuridad de su contenido.
Todo hasta aquí, fantástico. Original A TOPE. Ya, no obstante, los
lastres que arrastra la novela han ido minando su efectividad. Pero sobremanera
absorbe el planteamiento audaz, y se prosigue leyendo.
Zane trabará contacto con el Mal, Satán, retrato del yuppie que tanto destacará durante
Década 80; éste vende el Infierno como una atractiva Disneylandia de la condenación eterna. Y conocerá el amor, Luna, joven de la que Zane se enamora, y por la cual luchará contra
Satán para salvarla de su aciago destino postmortem.
Edición española. La portada, a años luz de la de Whelan |
Esto permite descubrir que Anthony relata una reversa versión del mito de Fausto,
otra vuelta de tuerca, incluso, del tema
de Orfeo y Eurídice. ¿No lo dije al
comienzo? Sólo hay un argumento. Lo demás, son versiones más o menos
brillantes.
Es, por tanto, absurdo emperrarse en
creer que puede hacerse algo genuino.
¡No lo hay! Sólo un tramo del relato puede serlo. El resto son soportes, ya
relatados, e inevitables para conseguir llegar hasta la palabra FIN.
El soberano
lastre que carga la novela es la narrativa
del autor. Anticuado, ramplón, sin riesgo, conforme avanzamos se hace tedioso, MÁS TEDIOSO, denso sin
necesidad, poblado de altanerías góticas que estorban, ralentizan, hacen
pastosa la lectura. Con su propuesta impregnada de originalidad, Anthony empezó
rompiendo moldes (¡aplauso!), franqueando fronteras. Termina aburriéndote debido
a su “docto” lenguaje escrito.
Su convencionalidad escrita (quizás
atractiva, y obligada, para cierto delta de lectores) es algo que Anthony debió
soltar para atreverse a narrar de modo más osado, suelto, situándose al nivel
del gallardo argumento. Todo es plúmbea solemnidad, ampulosa y excedente; hunde
estos capítulos.
Pese a mi opinión adversa sobre su estilo, Anthony goza de una brillante representación literaria, estructurada en seriales |
Como lector que busca, en la novela,
solaz, santuario contra el día-a-día, el estilo me es cada vez más importante.
Admiro más a los autores con la audacia
de contar de modo más fresco,
creativo. Igual, cada vez detesto
más los textos con el “formado narrativo” de Sobre un pálido caballo. Atiende los “vicios” de un público sin
paladar, temeroso de “lo montaraz”, del impacto con la palabra, o término, en
el lector.
Si todo evoluciona, para evitar el anquilosamiento
que lleva a la extinción (¿por qué
la literatura no debe tener también ese aspecto “orgánico”?), por tanto hay que
reclamar respeto, o espacio, para esos estilos “alternativos” que persiguen,
más que pergeñar borrosas aberraciones estilísticas que sacian el descomunal y sensible
ego del autor, y nada más, impresionar al lector con la construcción de la
frase. El (envidiable) género negro
es más bizarro en ese sentido
(ejemplos surten Richard Stark o James Ellroy), y no entiendo que este
ejemplo no pueda extenderse a otros géneros.
Tal vez para la novela “histórica” el
estilo de Anthony sea óptimo. Pero, a Sobre
un pálido caballo, le ha hecho una faena, sofocando (y negando opciones
como la parodia, o la comedia, que podía desarrollar) las enormes posibilidades
de un gran argumento, malogrado por mor de perpetuar un conservador formato
narrativo.