Cubierta nº 1. La referencia a El planeta de los simios, ¡insoslayable! |
El veterano dibujante de cómics Jack Kirby (quizás, el auténtico
promotor del Marvel Universe, el pilar fundamental de la Casa de las Ideas, el motor arrollador
de bullente fantasía que Stan Lee
supo explotar/encauzar sabiamente), durante su exilio de Marvel Comics, engendró varias
colecciones en DC Comics, con la esperanza de que ahí tuviese más suerte, y justo reconocimiento, que en su empresa
matriz. No fue así. Pero su vasto legado permanece para nuestro deleite y
análisis.
Kirby, en esta etapa, empezó a manifestar
inquietudes “catastrofistas” sobre
el futuro de la Humanidad. La influencia de El planeta de los simios (más el filme de Franklin J. Schaffner que la novela de Pierre Boullé) está patente en la planificación de la distopía Kamandi (en realidad, Command-D,
nombre del silo donde el joven protagonista de estas andanzas creció tras el apoqueclipse que barrenó el ancho
mundo, y que debe abandonar forzosamente), pero sólo eso: pronto, sintiendo más
desatadas que nunca las energías inspiradoras
que le dominaban, Kirby empezó a generar su propio “planeta de los animales
andantes/parlantes”, encauzando a Kamandi por los senderos del superheroísmo típicos del sello Marvel.
Esboza un toque social de atención
en Kamandi (que Kirby desplegó de
manera un tanto embarullada —pero con buena intención—) sobre nuestra conducta con los animales, mascotas o no, y la
transitoriedad del poder mundano humano (algo que H.G. Wells cristalizara en La guerra de los mundos). Estamos
actualmente en la cumbre. La incesante continuidad de días en que lo usual prosigue
parece garantizar nuestra permanencia y pervivencia en la cúspide milenios más.
Mas ¿y mañana?
Y, fuera del protector (pero agotado) bunker... ¡sorpresas! |
Algo fuera
de nuestro control (o no tanto) puede hacer que desaparezca esta sensación de triunfo y ensalmo material ‘inagotable’ actual: el impacto de un meteoro
colosal, una pandemia inédita, o el calentamiento
bélico de las superpotencias. En
época de la cocción de Kamandi, el
miedo a la guerra nuclear era un miedo constante, no sólo una anécdota a anotar en las producciones
de Década 80.
Líderes desequilibrados, intransigentes,
o ambiciosos, podían decidir presionar el famoso botón rojo y vaporizarnos en un frenético intercambio termonuclear.
Hoy día, inmersos en la guerra contra el
terror, nos cuesta creer tal posibilidad. Pero es un pánico que puede
regresar apenas cualquier Capitoste
de las grandes superpotencias decida erigir otro Telón de Acero y abrazar viejas
doctrinas imperialistas.
¡Animales andantes-parlantes al mando! ¿Qué fue del Hombre, y su reinado por designio divino? |
Mas la moraleja que Kirby ‘enseñaba’ (nutrida de aventura, ¡más aventura!,
¡es la guerra!) era que los humanos podíamos pasar del mando a la servidumbre
en cualquier momento. Nuestro estatus reinante presente es aleatorio, frágil,
inestable. Todo eso se constata en distintos momentos “dramáticos” que Kirby imposta durante la narración, quedando sutilmente solapado por los bizarros avatares
que dibujaba.
Reclama atención, sin embargo, que la
nueva estirpe gobernante, animales andantes/parlantes antropomorfos (conservan
sus cráneos casi idénticos a cómo eran cuando caminaban a cuatro patas —¿por
qué?—), repiten nuestros mismo errores; se enfrascan en batallas, tienen
conspiraciones y ambiciones, traiciones y querellas humanas. Se sugiere que otra forma de vida, estimulada por impulsos
biológicos y hormonales diferentes, podría generar distinta idiosincrasia. Una Sociedad donde nuestros valores usuales
carecieran de viabilidad. ¡Es idea estimulante! En la citada cinta sobre los
simios, éstos (o, al menos, lo que su casta pensante apunta) pretenden esquivar
todas nuestras taras para fomentar una civilización más decente, pura, menos
violenta, digna de ser encomiada por las culturas estelares que han superado
toda la agresividad primigenia y, supuestamente, “nos vigilan”.
Una lucha de tronos atrapa a Kamandi, y su novia Flor, en medio de sus problemas |
Pero los simios se distinguen de los
Hombres en un gen; el resto (la codicia, la violencia, la astucia, la territorialidad
tribal…) sigue ahí, latente, listo a estallar. Distinta Sociedad, que superase
nuestras deficiencias, de los simios al menos, no la esperemos. (No sé de aves
o gatos.)
Kirby debió sentir cierto pánico racial al ver nuestra especie pisoteada y
esterilizada sin complejos
(como hacemos nosotros)
por los primates reinantes, y decidió,
como Charlton Heston, combatir la
idea
mediante la
(disparatada)
‘asombrosa’ raza de hombres nucleares a la cual pertenece Ben Boxer. (La cosa es que el Hombre continúe en la cúspide, como
sea.) Pero los vástagos nucleares no dan el paso preciso para asegurar nuestro
reinado ante/entre los animales andantes/parlantes. Residen en la Zona Prohibida (o el símil de Kamandi) tratando de vivir día-a-día,
sin más. Reconquistar nuestro estatus soberano no estaba en la agenda
de tan singulares seres.
Por suerte, Ben Boxer les ayuda |
Kirby tenía este “problema”: su fertilísima imaginación lo obligaba
a avanzar Avanzar AVANZAR sin tregua, galopando una sucesión de fantabulosas inspiraciones que luego se
sustentaban precariamente. Un ejemplo: estos hombres nucleares.
De algún modo
debían ayudar a este Mowgli en la
Isla del Dr. Moreau a llevar la
serie, pero no tenían demasiado sentido en la misma lógica intrínseca de la
narración.
No obstante, como (casi) todo lo de Kirby,
es ameno e ingenioso relato. Más (extrañas referencias al creacionismo, por ejemplo), no hay. (Esa manía de buscar arquitecturas superiores o conjuras judeomasónicas... terrible.)