Portada casi naif. Ninguna barrera frena a Jasperodus |
El alma del
robot es un retrato sombrío de
una Tierra futura cuya civilización “resurge” tras una época convulsa que borró
la Utopía Manifiesta alcanzada
antaño: la Era de Tergov. Un puñado
de técnicas avanzadas sobreviven, pero otras se las considera magia arcana,
perdidas para siempre. Perviven las que tienen una aplicación práctica, siendo
la robótica una de estas ciencias supervivientes gracias a sus variadas y
considerables aplicaciones, aunque tiene más de artesanía y capricho que de
producción fabril.
De hecho, el
tenaz/terco protagonista, Jasperodus,
es fruto de un anhelo intenso que socavó a sus padres, y tiene un refinamiento
y acabado excepcional que se hace codiciar por cuantos le echan el ojo encima.
Sus padres se volcaron hasta la desesperación para otorgarle una vida que él aferra
con firmeza al instante de su conexión.
Ingratamente,
defrauda las esperanzas que depositaron en él: vivir a su lado, abandonándoles.
¡El ancho mundo, los extensos mares y los profundos océanos bajo el alto cielo
y todos los vientos le esperan! Un prurito inexplicable: además lo espolea.
Barrington J. Bayley. Poco leído por estos lares |
Nunca
Jasperodus considera a sus padres ‘fabricantes’ o ‘constructores’, pese a su
naturaleza mecánica/metálica. Barrington
J. Bayley tampoco se esfuerza en corregir este aparente error. Parece una
extravagancia, un tratamiento social, propio de la época que refiere el autor.
Por otra parte, otros robots que aparecen en la novela tienen más tratamiento
de mascota que de artefacto, y sus diseñadores y/o constructores sienten por
ellos un afecto, o afinidad, que poco tiene que ver con la idea-estándar de que
el robot es un electrodoméstico especializado al cual podemos vejar,
despreciar, maltratar.
Los robots
que participan activamente en la trama son como Jasperodus: artesanías costosas
y bruñidas sobremanera para tener una apariencia tal o una inclinación cuál,
desenvolviéndose en el mundo con su estilo particular. No se habla de
producción en masa, de hileras de figuras metálicas ensambladas en factorías.
Hasta las naves que salen, entre lo cutre y lo casposo, desprenden
decidido/desesperado aire de rescatadas de nuestro embrionario programa de
exploración espacial y adaptadas con un par de potentes motores y una capa
nueva de pintura. Pero pese a la curiosa identidad de que gozan en El alma del robot, éstos prosiguen
esclavos de la tiránica imagen que un androide parece condenado a proyectar: su
literal insensibilidad.
Portada edición nacional |
Otra cosa llamativa
de El alma del robot es que su trama
se desarrolla en Europa (o “Masadelmundo”), en contraposición al
cliché, ya casi cultural, de que todo pasa en Norteamérica. Y con ese aire
cínico, sombrío, escéptico, del Viejo Continente, Bayley, británico, va
contando en unos pocos capítulos cómo un Nuevo Orden Mundial lucha a
trompicones, más que con arrojo, por recuperar las glorias de la frustrada
utopía con peculiar regusto a apellido ruso.
La historia
también opone dos tipos de aspirantes a hegemonía: uno artesanal/agrícola y
otro industrial/de cadena de montaje-Henry
Ford, siendo el segundo el principal enemigo del ambicioso aunque casi
ignorante Emperador Charrane. Es
como una parábola de la guerra entre una Europa feudal contra la Norteamérica
motorizada que, en principio, lleva las de ganar a tenor de su ingente
producción. Atraído por esta gran batalla por el futuro, Jasperodus, inquieto,
insaciable, robot-del-Renacimiento, se enfrasca hasta el fondo en ella,
empeñado en su implacabilidad mecánica por obtener la victoria. Y Charrane
juzga que lo hará a cualquier coste, lo cual trae la ruina del tenaz robot con ese
noséqué que le diferencia del resto.
Tras su
caída, Jasperodus engullirá una masiva dosis de humildad que le mostrará el
mundo con una perspectiva inesperada e insólita, la cual, al final, le obligará
a reconciliarse con su pasado, resolver el enigma de su vida, obteniendo la
respuesta de por qué se distingue del resto de robots. Y se propone construir,
no destruir, como obligación hacia el caro legado recibido.
Imposible negars la influencia de los 60-70 de la profusa obra de Bayley |
Bayley inserta
aspectos místicos en la narración, propia del movimiento New Age. Entrevera la
pura ciencia ficción con una espiritualidad sui
géneris, buscando innovar, brindar un producto diferente, singular,
brillante. Ciertamente, El alma del robot
despide una extraña grandeza. Bayley además consigue empotrarnos la idea de estar
inmersos en un pantano crepuscular, con raros momentos de luz que revelan
fastuosas ruinas del ayer, con enredaderas que deslucen su grandeza
irrecuperable.
En una ficción
dominada tiránicamente por las Tres
Leyes de la Robótica, El alma del
robot es una historia audaz, rebelde, disconforme, que se abre paso entre los “sagrados preceptos” con la
fuerza de sus puños, la obstinación del carácter de Jasperodus y sus sueños de
triunfo, dignos de un conquistador español atajando por las tupidas enramadas
amazónicas, que atesora el robot que descubrió que era singular pues poseía
alma, y ésta le impulsaba a la grandiosidad.
Quizás no sea
una gran obra del género, pero logra propagar resonancias que motivan a
releerla con afecto más de una vez. Y ganando, a cada lectura.