Afiche. Fue al futuro en pos de una respuesta. Jamás la obtuvo. Pero residió allí |
Ameno y elegante homenaje que Simon Wells efectúa a la novela
que popularizó a su abuelo, H.G. Wells
(presente en un retrato del recibidor de la casa de Alexander Hartdegen —Guy
Pierce—). Esta versión difiere de la de George Pal, más fiel al libro, en que está despojada del contenido político, o especulación social(ista), presente
tanto en el relato como el filme mencionado.
Destaca el elemento, sumamente
norteamericano, de que sólo una gran GRAN tragedia, o hito colosal, mueve al
protagonista a efectuar la gesta. En la novela, el Viajero a través del Tiempo emprende la odisea motu propio, siguiendo la energía de su masiva curiosidad, en
sintonía con el deber de imperio civilizador que caracterizaba a todo gran
explorador cristiano blanco de entonces.
Para que Hartdegen inicie el viaje, debe
morir su prometida, Emma. (¿Qué le sucede a Norteamérica? ¿Ha perdido el gusto por la aventura, per se? ¿Debe imperar un motivo dramático para hacer algo como esto?) Lo espolea
intentar evitar su fallecimiento, privar a la Parca de su víctima. No lo
inquieta qué paradoja puede crear: invento la máquina para salvarla, evitándome
un largo duelo; pero salvándola, ¿para qué creo la máquina? ¿Qué sucede ahora? ¿Hay
dos Hartdegen conviviendo en la misma línea espaciotemporal, o corren por
carriles a un tiempo paralelos pero imposibles de comunicar entre sí?
¿…Universos adyacentes?
El deceso de esta dama causa una singular aventura |
Es lo que tiene especular/escribir sobre
viajes temporales: ¡dolor de cabeza!
Hartdegen descubre que el sino es
inalterable. El poder de la Parca llega al extremo de modificar de tal modo las
situaciones que quien debe morir, muere. Sea de un tiro, o atropellado por un
coche de caballos, o por golpe de una maceta que cayera de un quinto. Y
entonces, lleno de preguntas, Hartdegen comienza el viaje… a 802.701.
[Que
la Muerte llegue pese a cómo se procure evitarla es idea presente en Intentar cambiar el pasado, relato de Frizt Leiber. El guionista, John
Logan, parece haberla rescatado para incorporarla a esta versión de La máquina del Tiempo.]
Sustituir los elementos de admonición,
hipótesis y política social presentes en la obra original lleva a llenar los huecos
con acrobáticos Morlocks más
simiescos que nunca, e inmunes al Sol. Son los tiempos modernos; una
mínima-nimia ración de acción y/o violencia, deja descontento. ¡Debe rebosar! El
cine de Hong Kong ha corrompido los fotogramas americanos; si no hay dos
docenas de tiroteos, el personal se aburre.
Que comienza con este caos mecánico |
Hartdegen debe enfrentarse solo a los
Morlocks porque la sociedad Eloi residuo
de las vastas catástrofes que variaron la cara del ancho mundo durante el
tiempo que tomó alcanzar 802.701 ha perdido el empuje luchador. Hay cambios,
empero. Mientras que en la novela, y la cinta de Pal, los Eloi son pasivos
porque la Utopía Manifiesta en la que viven los ha atontado, nada los obliga a
competir por cubrir sus necesidades, aquí son víctimas de una sutil
manipulación telepática.
Desde su oscuro reino subterráneo, el UberMorlock (Jeremy Irons) somete las mentes tanto de sus semejantes como la de
los Eloi, anestesiando su deseo de tener algo distinto, construirlo por sí
mismos, aspirar a más. No comparto tanto el dictamen del compubibliotecario (Orlando
Jones) respecto a que hubo una escisión de la Humanidad, evolucionando en
dos estirpes distintas. Algo así como que una sería más reptil que la otra.
Paradita en el futuro para hacer un amigo virtual |
Los Morlocks, industriosos, maquinales,
con una presunta superioridad intelectual debido a su elaborado dédalo
habitacional, han adquirido una forma distinta forzada por los avatares que la
supervivencia les impuso. Se han adaptado a cierta brutalidad. Y los Eloi son
apuestos y ribereños porque lo dictó la idea original. Y debemos simpatizar con
quienes más se nos parecen.
Que la Luna esté hecha migas orbitando en
torno a la Tierra es garrafal fallo. (Otro: Hartdegen nunca descubre por qué nuestro
sino es inalterable.) La Luna impide, con su masa actual, que los días duren
seis horas y fuertes corrientes de viento, impulsadas por el acelerado giro del
planeta, asolen la superficie terráquea (por no citar las mareas). Un satélite
tan mermado debe hacer, pienso, que los días duren diez horas, o así, y desde
luego, el viento desmontaría la delicada arquitectura polinesia que exhiben
estos Eloi.
Una decepción para Hartdegen. El decantado de la Humanidad es albino, presuntuoso, caníbal |
Había no obstante que encontrar una
catástrofe brutal que engendrara a los Morlocks e idiotizara a los Eloi. En la
película de Pal, víctima de su tiempo, fue una Guerra Mundial Termonuclear.
Aquí, un cataclismo cósmico. No debió apelarse a tanto. ¿Quién no nos dice que,
dentro de unos años, no volvamos a revivir la tensión de la Guerra Fría? Hasta
un meteorito devastador puede hacernos la gran puñeta pasado mañana. Es un
peligro constante al que no le prestan la debida atención.
Simon Wells se ajusta a los finales
estilo Star Wars: concluye con la gran explosión. Y deja a Harthedge
en el Remoto Futuro, planificando el Mañana, inyectado a los Elois la pasión,
antigua y decimonónica, por realizar los Grandes Proyectos y el Porvenir
Espectacular. En 1900, ya no pintaba nada.
¡Qué gran GRAN aventura sería, pues,
construir este futuro!