Espectacular afiche |
Ridley
Scott dona un potente
icono visual al cine pero de difusa influencia en la CultuPop. Frente a
menciones habituales en las conversaciones, dentro o fuera de la pantalla, de o
no entendidos, de personajes como Rambo,
Mad Max o RoboCop, Rick Deckard (Harrison Ford) y el vehemente entorno distópico de Los Ángeles, Noviembre, 2019 (¡ya mismo!), no tiene ese eco que
acorte una larga explicación.
Ocurre que la intelligentsia progre
cultureta ha convertido Blade Runner en un bibelot cursi, gente que, irónicamente, cuando
su estreno, prefirieron mirar alguna otra cosa, apartando la vista con mohína
expresión desdeñosa, de elitismo agrio al paladear algún celebrado caldo
francés avinagrado.
Los caprichos que mueven las querencias
de estas personas, autoridades de la moda y el buen gusto (satirizados en la sitcom Frasier), les hizo
reparar en esta cavernosa cinta futurista e, inmediatamente, adoptarla en su selectivo
seno. La ¡aclamaron!/apadrinaron erigiendo altas verjas a su alrededor,
apartándola del manoseo del burdo populux, pues podía surtir de elementos de
conversación cuando el tema principal decayese, y parecer estar en la onda.
Los Ángeles, Noviembre, 2019 |
Pero es adhesión infiel e insincera a una
faceta de un posible futuro que se nos muestra por duración de un día. Carece
de la lealtad que otros, en su estreno, le otorgamos, y con claridad
incomparable, vimos qué fallado porvenir estaba cociéndose, irremediable
además. Las grandes concepciones rutilantes de Utopías manifiestas en skylines de tacón de aguja estilo
planeta Mongo, fracasaba.
No era el árido combate por un tanque de
gasolina en el páramo de The road warrior, o la supervivencia
de un cínico aislado en su casa de The Omega Man. Eso eran proscenios
edificados con los escombros de una guerra terminal mundial, o una plaga vírica
incurable. Tramas con base de catástrofe bíblica. Estaba bastante pre-visto. El
Apocalipsis
lo augura.
Una rutinaria inspección iniciará un viaje de descubrimiento para Rick Deckard, que heredará esta singular misión |
Blade
Runner refiere de una
presunta Sociedad democrática (norteamericana) donde impera un bosquejo de
orden y cotidianeidad. Su escenario, la desmesurada Los Ángeles “donde siempre llueve” (falso; el relato
acontece en un día; ¿no puede llover todo un día?), es una urbe exenta de
secuelas de una guerra devastadora. Hay control, situación supervisada.
¿Qué ha pasado, entonces? Las arcologías
que rascan el cielo no son garantía de una confortable vida mejor, según se
pronosticaba en ciertas narraciones (La fuga de Logan), donde hambre,
enfermedad y pobreza son desagradables cosas del bárbaro ayer (Demolition
man).
Rachael Tyrell aumentará ya crecientes conflictos morales que a Deckard origina su empleo |
Los Ángeles es un lugar tenebroso, donde
el pulsante neón sustituye al Sol. Para complicarlo todo, los productos de Tyrell Corp., indistinguibles de los
seres humanos, dan sangrientos problemas.
Entre los deltas de tinieblas y neón habitan
replicantes, androides biológicos (esto también origina controversia; ¡hay
quien les ha visto circuitos!) que azarosamente buscan su pasado para poder
controlar su futuro… con fecha de caducidad, según les ha estigmatizado el
fabricante. Por tanto, apuran sus esfuerzos para prolongar sus días y
disfrutarlos convencidos de que también lo merecen. ¿Acaso no piensan y
sienten?
El periplo del ofuscado Deckard nos
transporta a través de la distopía que sustituye el escenario de Invierno
Nuclear descrito en ¿Sueñan
los androides con ovejas eléctricas? por esta ciudad hostil que atiende
a sus necesidades de forma brutal. Por sus arterias discurren complejidades
existenciales y modernos dramas (el que protagonizan Roy Batty —Rutger Hauer—
y sus desperados renegados de
ingeniería genética), ignorándolos por completo.
Cuando escampa, la ciudad tiene este arrebatador aspecto |
Y esto cautiva al espectador de Blade Runner: su sofisticada imaginería
visual, su barroquismo tenebroso, la certeza, cada vez más nítida, de que el
mañana-mañana será eso/así. No podemos esperar que, por ser puerto hacia los Mundos Exteriores, la cosa mejore.
Estamos en un atolladero cultural/moral
cuyas paredes son demasiado resbaladizas y empinadas para poder escalarlas y
ver si, por Dios, el otro lado es mejor que esta depresión, y allí se avengan a
dejarnos vivir. Prometemos mejorar, comportarnos decentemente. Deckard hace
eso.
Decisiones, decisiones... ¿actuamos como máquina implacable o mostramos generoso desprendimiento humano? |
El traumático ‘retiro’ de estos Nexus-6
y la oscura filosofía que Batty le brinda según agoniza, regalan al estragado
Deckard perfiles de humanidad que o tenía romos por la desidia y la ferocidad
de su labor, o ve ahora, rutilantes a su mirada, empañada por tanto anuncio de
neón.
La versión de cine esto permite intuir,
con esa secuencia final de luz diurna, esperanza, que copias posteriores ha
eliminado para “ensalzar” la confusa analogía del unicornio del onirismo de
Deckard. Esto creo que mutila la trama. En cierto modo, Blade Runner es también elíptica
parábola de la caja de Pandora,
abierta (la nueva calamidad, los replicantes, superiores a sus creadores), y
esas imágenes generaban idea de consuelo.
De colofón, Drew Struzan |
Tampoco
concilio con la, cada vez, más extendida ‘opinión’ de que Deckard era otro
replicante, tal como en la novela de Philip
K. Dick llegan, brevemente, a hacerle creer. Son interesados bulos
comerciales, Propaganda espuria para
mantener, permanente y sin necesidad, nuestro recuerdo sobre esta pasmosa
película.