domingo, 15 de marzo de 2015

BLADE RUNNER — RIDLEY SCOTT

Espectacular afiche
Ridley Scott dona un potente icono visual al cine pero de difusa influencia en la CultuPop. Frente a menciones habituales en las conversaciones, dentro o fuera de la pantalla, de o no entendidos, de personajes como Rambo, Mad Max o RoboCop, Rick Deckard (Harrison Ford) y el vehemente entorno distópico de Los Ángeles, Noviembre, 2019 (¡ya mismo!), no tiene ese eco que acorte una larga explicación.

Ocurre que la intelligentsia progre cultureta ha convertido Blade Runner en un bibelot cursi, gente que, irónicamente, cuando su estreno, prefirieron mirar alguna otra cosa, apartando la vista con mohína expresión desdeñosa, de elitismo agrio al paladear algún celebrado caldo francés avinagrado.

Los caprichos que mueven las querencias de estas personas, autoridades de la moda y el buen gusto (satirizados en la sitcom Frasier), les hizo reparar en esta cavernosa cinta futurista e, inmediatamente, adoptarla en su selectivo seno. La ¡aclamaron!/apadrinaron erigiendo altas verjas a su alrededor, apartándola del manoseo del burdo populux, pues podía surtir de elementos de conversación cuando el tema principal decayese, y parecer estar en la onda.

Los Ángeles, Noviembre, 2019
Pero es adhesión infiel e insincera a una faceta de un posible futuro que se nos muestra por duración de un día. Carece de la lealtad que otros, en su estreno, le otorgamos, y con claridad incomparable, vimos qué fallado porvenir estaba cociéndose, irremediable además. Las grandes concepciones rutilantes de Utopías manifiestas en skylines de tacón de aguja estilo planeta Mongo, fracasaba.

No era el árido combate por un tanque de gasolina en el páramo de The road warrior, o la supervivencia de un cínico aislado en su casa de The Omega Man. Eso eran proscenios edificados con los escombros de una guerra terminal mundial, o una plaga vírica incurable. Tramas con base de catástrofe bíblica. Estaba bastante pre-visto. El Apocalipsis lo augura.

Una rutinaria inspección iniciará un viaje de
descubrimiento para Rick Deckard,
que heredará esta singular misión
Blade Runner refiere de una presunta Sociedad democrática (norteamericana) donde impera un bosquejo de orden y cotidianeidad. Su escenario, la desmesurada Los Ángeles “donde siempre llueve” (falso; el relato acontece en un día; ¿no puede llover todo un día?), es una urbe exenta de secuelas de una guerra devastadora. Hay control, situación supervisada.

¿Qué ha pasado, entonces? Las arcologías que rascan el cielo no son garantía de una confortable vida mejor, según se pronosticaba en ciertas narraciones (La fuga de Logan), donde hambre, enfermedad y pobreza son desagradables cosas del bárbaro ayer (Demolition man).

Rachael Tyrell aumentará ya crecientes conflictos
morales que a Deckard origina su empleo
Los Ángeles es un lugar tenebroso, donde el pulsante neón sustituye al Sol. Para complicarlo todo, los productos de Tyrell Corp., indistinguibles de los seres humanos, dan sangrientos problemas.

Entre los deltas de tinieblas y neón habitan replicantes, androides biológicos (esto también origina controversia; ¡hay quien les ha visto circuitos!) que azarosamente buscan su pasado para poder controlar su futuro… con fecha de caducidad, según les ha estigmatizado el fabricante. Por tanto, apuran sus esfuerzos para prolongar sus días y disfrutarlos convencidos de que también lo merecen. ¿Acaso no piensan y sienten?

El periplo del ofuscado Deckard nos transporta a través de la distopía que sustituye el escenario de Invierno Nuclear descrito en ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? por esta ciudad hostil que atiende a sus necesidades de forma brutal. Por sus arterias discurren complejidades existenciales y modernos dramas (el que protagonizan Roy BattyRutger Hauer— y sus desperados renegados de ingeniería genética), ignorándolos por completo.

Cuando escampa, la ciudad tiene este arrebatador
aspecto
Y esto cautiva al espectador de Blade Runner: su sofisticada imaginería visual, su barroquismo tenebroso, la certeza, cada vez más nítida, de que el mañana-mañana será eso/así. No podemos esperar que, por ser puerto hacia los Mundos Exteriores, la cosa mejore.

Estamos en un atolladero cultural/moral cuyas paredes son demasiado resbaladizas y empinadas para poder escalarlas y ver si, por Dios, el otro lado es mejor que esta depresión, y allí se avengan a dejarnos vivir. Prometemos mejorar, comportarnos decentemente. Deckard hace eso.

Decisiones, decisiones... ¿actuamos como máquina
implacable o mostramos generoso desprendimiento
humano?
El traumático ‘retiro’ de estos Nexus-6 y la oscura filosofía que Batty le brinda según agoniza, regalan al estragado Deckard perfiles de humanidad que o tenía romos por la desidia y la ferocidad de su labor, o ve ahora, rutilantes a su mirada, empañada por tanto anuncio de neón.

La versión de cine esto permite intuir, con esa secuencia final de luz diurna, esperanza, que copias posteriores ha eliminado para “ensalzar” la confusa analogía del unicornio del onirismo de Deckard. Esto creo que mutila la trama. En cierto modo, Blade Runner es también elíptica parábola de la caja de Pandora, abierta (la nueva calamidad, los replicantes, superiores a sus creadores), y esas imágenes generaban idea de consuelo.


De colofón, Drew Struzan
Tampoco concilio con la, cada vez, más extendida ‘opinión’ de que Deckard era otro replicante, tal como en la novela de Philip K. Dick llegan, brevemente, a hacerle creer. Son interesados bulos comerciales, Propaganda espuria para mantener, permanente y sin necesidad, nuestro recuerdo sobre esta pasmosa película.