Phikip K Dick y su gato, fiel confidente |
Antes (creo) que Carl Sagan y Richard Turco
difundieran la aterradora teoría de la Mutua Extinción Asegurada, preconizada
por Vladimir A. Alexandrov, mediante
el Invierno Nuclear, Philip K. Dick en
¿Sueñan
los androides con ovejas eléctricas? lo preconfiguraba.
No del modo devastador y letal como los
citados científicos lo describen, sino mediante una analogía, el polvo,
demasiado concordante sin embargo con una notable secuela del Invierno Nuclear:
la nieve.
Recordemos: Rick Deckard, cazarrecompensas del SFPD, persigue ‘andrillos’ fugados de Marte (tras una
sangrienta evasión) por una San Francisco nublada y silenciosa azotada por
eventuales flagelos radiactivos que se incrementan merced a los céfiros
caprichosos y la hora. El alto cielo, empañado por el polvo arrastrado por
todos los vientos, es pantalla opaca que difunde una claridad solar propia del
crepúsculo a pleno mediodía estival.
Novela que se engrandece con cada lectura |
En un intercambio nuclear (aun limitado),
los incendios generarían copiosas masas de humo, hollín y pirotoxinas que,
inyectados en la atmósfera, la ensombrecerían gradualmente. La oscuridad
aportaría un descenso glacial de las temperaturas, y esto, a nevadas, ‘nieve
negra’ impregnada de partículas radiactivas que terminarían incrustadas, largo
tiempo, en la tierra, la madera, el agua… pare usted de contar.
La Humanidad, ya brutalmente golpeada por
la guerra termonuclear y sus inmediatas secuelas de histeria, vandalismo y
caos, empezaría a morir víctima de un asesino silencioso e invisible, cuya
labor constante tardaría milenios en decaer.
Bueno, la ficción nos ha regalado
“ejemplos” de supervivientes a todo esto más o menos brillantes, o recordados.
La cruda verdad les dificulta las cosas, empero. Las mutaciones, causa de la
radiación, no aportan superpoderes, tampoco. Cava tumbas. Degenera el ADN.
Origina otros traumas.
Película que se acercó mucho al real terror de una guerra termonuclear |
El panorama inmediato a una guerra
nuclear es vívidamente similar al que Dick describe en la novela referida.
Falta el frío, pero introduce el omnipresente polvo como sustituto de la nieve,
ya dije. El polvo que empaña el gran azul cae, depositándose constante e
insidioso por doquier, cubriendo al planeta con una gris mortaja, que achata
sus aristas.
Esto es otra evidencia de qué potente
capacidad predictiva gozan tanto la ciencia ficción como sus autores,
‘adelantados de la anticipación’ y ‘visionarios’ que consiguen atisbar cinco
minutos más allá del futuro, esté o no previsto. Siendo también humanos, son
falibles. El caso de Dick que nos ocupa, no intuyó que la oscuridad del polvo
helaría los parajes, y el frío aún dificultaría más la labor de Deckard.
Mas queda patente cuán bien encaminado
estaba… sin saberlo.
También interesa señalar qué importancia
tienen estos datos, merced al año de publicación de ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? Por entonces, los
baratos filmes de Roger Corman sobre
catástrofes mutadas debido a la radiación eran insectos gigantes, o
aberraciones similares. Todo bastante digerible.
Aunque también puede ser peor, como Mensajero del futuro demostraba (¡y es mejor la peli que el libro!) |
El mundo intuía (gracias a Propaganda
gubernamental trufada de inexactitudes —voluntarias— y embustes —deliberados—)
que una guerra nuclear era mala. Algo más bestia que luchada con blockbusters,
como durante la Segunda Guerra Mundial. Pero: sus secuelas, por avasalladoras
que fuesen, podían solventarse con buen y honesto trabajo americano. Y en
cuanto a la radiación… eso lo arrastra el viento. ¿A dónde? No importaba.
Vasto es el ancho mundo y, por el camino,
su poder asesino terminaría desgastándose, consecuencia del tránsito y el
humano agotamiento.
Propaganda ocultaba qué barrena de
verdadera devastación exterminaría al mundo. No habría una insólita situación
de precariedad-y-supervivencia que devolvería temporalmente a la Humanidad a la
barbarie. O el Far West. Todo
terminaría arreglándose. Es ley de vida.
Víctima y verdugo enfrentados en un duelo, que también es un viaje de descubrimiento, colofón de Blade Runner |
Numerosos relatos “de supervivientes” lo
confirman. Procedían de erróneos datos oficiales y la necesidad del autor de
imprimir esperanza. Un tenebroso y deprimente cuento, o novela, sobre gente que
acababa muriendo debido a la guerra nuclear (y más durante los años “fuertes”
de la Amenaza Roja , cuando
Norteamérica —y la OTAN por
extensión— debía mostrar poderío), no sólo podía juzgarse antipatriótico;
tampoco sería del agrado de lectores más o menos dogmatizados por un credo
anticomunista.
Dick, sin embargo, indiferente a esta
nebulosa concepción antipatriótica, etc., movido por la compulsión de lanzar
otro hijo literario al ancho mundo, escribe esta oda a la Masiva Extinción
Asegurada con elementos originales que es, empero, proscenio del drama de un
verdugo a sueldo cuya labor comienza a causarle trastornos morales al comprobar
que su objetivo cada vez es más humano y menos maquinal, salvaguarda que pierde
y entorpece su puntería.
El tóxico ambiente del filme es un reflejo del omnipresente polvo originado por la guerra exterminadora de la novela |
Empieza a difuminarse la frontera entre
lo creado y su creador. El primero nota dentro de sí la influencia de la chispa
de la vida que lo anima, primero, a imitar al creador, y luego, a
independizarse de él. A crear a su vez, aunque sea su look particular.
Pero ponderemos sobre la trascendencia
del que Philip K. Dick, víctima de drogas y delirios, con vagas nociones
científicas como mucho, pudiera “predecir” nuestra extinción de un modo tan
novedoso para la época…