Afiche por Drew Struzan |
El realizador mejicano, confeso fan del
cómic, y sobre todo del que traslada a fotogramas, intenta crear un retrato
fiel del personaje ideado por Mike Mignola (con ayuda de John
Byrne) y que genera tanta apasionada repulsión como adicción. Ron Perlman, embutido en una aparatosa superestructura
de látex, encarna a Hellboy, moviéndose
por todo el proscenio salvando gatitos.
Aunque Hellboy no trabaja solo, pues está
integrado en un cuerpo secreto de defensa paranormal norteamericano (Los
Cazafantasmas, pero en gubernamental; por tanto, todo velado por el
secretismo oficial y las paranoias adjuntas de quienes intentan salvar el mundo
día-a-día al margen de los telediarios), y que en el filme está bastante detallado,
cuando mejor trabaja Hellboy es solo.
Figuras tan exóticas como Abe Sapiens, o Liz Sherman, que engrosan el historial del personaje para
humanizarlo, generando de paso ese merchandising
que enfebrece al pintoresco colectivo coleccionista conocido últimamente como freakies,
en mi opinión roban protagonismo a Hellboy. Y no molan. Son un obstáculo;
tienen una elegante función de soporte para el héroe en un momento determinado.
Pero carecen del carisma que acopia Hellboy. Verlos en pantalla… inquieta.
Ralentizan. Demoran. Si de por sí el cómic tiende a la lentitud para ganar
suspense y atmósfera, que consuman momentos en secundarios “poco agraciados”
genera cierta desafección por la cinta.
Rasputín y su quincalla steampunk-nazi hace de comadrona para traer a la semilla de destrucción entre nosotros |
Pienso que se debe al poderoso y triunfal
individualismo que la ficción lleva, desde siempre, empotrándonos en los sesos.
Todo tipo de injurias nos apedrean, a los comunes mortales, y la caída termina
produciéndose inevitablemente. Personajes como Hellboy también sufren su copiosa manta de agresiones, físicas,
verbales y/o emocionales. Pero las vencen.
Tienen ese acero, ¡MÁS ACERO!, ahí
dentro, y del que tiran, para imponerse y lanzarnos el inequívoco mensaje de
que, chaval, ¡también puedes tú! Nos adoctrinan para ser fuertes, lograr metas,
coronar escarpadas cumbres, conquistar adversidades, ajá, sí, y dormir
plácidamente después.
Nuestro encarnado protagonista trabaja con todos estos apalancados y alguno más |
La vida real… no es así. Terminamos
necesitando apoyo. A veces, la fuerza procede de un amable consejo, o una maternal
palabra dulce, enunciada por quien carece de los vigorosos músculos de Hellboy. El mensaje subliminal de Hellboy (por ejemplo), de vencer a todo
coste, sin importar cuál sea la adversidad, se desvirtúa, se cuartea. El
individualista queda de puta madre magistral en ficción. Tienta a ser imitado, ¡por
supuesto! Nuestra pobre carne mortal requiere, sin embargo, del árnica de la
solidaridad y la comprensión con bastante frecuencia.
Mas Hellboy es ignífugo y puede
enfrentarse a aberrantes criaturas del Remoto Pasado, o aun realidades
paralelas sanguinarias, superando el trance con relativa dificultad. ¡Qué
envidia!
Como el tétrico adefesio que carga a la espalda |
Esa parte del filme, que tanto apela a lo
ilustrado por Mignola, a su vez sustentado en los “delirios” fantabulosos de H.P. Lovecraft sobre titánicos astronautas, en última instancia,
con facultades sobrenaturales, desluce un tanto su curso. Son actores dentro de
corazas de látex, que gruñen (¿por qué? ¿No tienen idioma? ¿Por qué deben mugir,
si luego resultan ser altos duques del Huerco?) como todo parlamento, y se
mueven con torpeza, destruyendo toda ilusión de “credibilidad”.
Hellboy no es radical exterminándolos. Del Toro “se recrea” permitiendo que el
bruto ‘sobrenatural’ cause víctimas y daños, impidiendo a Hellboy proceder
expeditivo (lo esperado), pues ingeniar el chiste estilo John McCleane antes del tiro de gracia parece la auténtica
preocupación de Hellboy.
Hellboy aquí espera impedir el Fin del Milenio y la liberación del Dragón, trágico suceso que cuenta con
la fatal ayuda de nazis adictos a
una causa distinta al Reich Milenario
proclamado por la fastuosa y rimbombante Propaganda nacional-socialista,
embaucados por Rasputín en su
peculiar cruzada para destruir nuestro pequeño mundo y edificar sobre su
escombrera algo mejor. Para Rasputín, es de suponer.
Nazis, misticismo delirante... ¡menudo cacao! Y ¡funciona! |
Los nazis han terminado siendo fuente de
anécdotas e historias que caminan bien o descarrilan del todo. En Hellboy son semilla de destrucción,
gerentes de un Armagedón bastante resultón y creíble. Todas esas máquinas de
sesgo steampunk y conjuros raros. Les
dignifican. En producciones menos cuidadas, o sólo pensadas al descuido de
obtener algún rápido beneficio, son un recurso payaso, estereotipado, que
¡asombroso!, insulta al espectador por su burda puesta en escena.
Del Toro empero ofrece un filme
interesante (visual, ante todo) y adecuadamente servido para el buen esparcimiento.
Salva esa franja horaria que destinamos al ocio, tanto como para financiar una
secuela mucho más elaborada (otra vez: desde lo visual) que esta primera
entrega.
Pero Hellboy tiene la bala adecuada para ellos |
Como apunte final, cuan ociosa digresión,
señalar que, al contrario de otros regidores, más encastrados en la “arrogante”
dignidad que puedan aportar “los clásicos”, del Toro ve en la historieta un
importante recurso cultural fluente en argumentos sólidos para el cine. El
clasismo habitual de la “alta escuela” reniega del medio con una emoción que
recuerda al miedo, el de que el público descubra que todo su jactancioso
artificio es oropel, y le dé la espalda. Así que mejor masacra al cómic,
salvando su suntuosa situación.