Todo dicho: despertar al demonio (que hay en Hellboy) |
No. Esta no es la usual serie de acción,
un poco loca, que impera en el mainstream. Hellboy (Anung Un Rama) se asemeja al Rick Deckard de Blade Runner, paseando su abrigo por los salones más
decadentes de cualquier castillo encantado que, en realidad, enmascara, más que
sepulta, las ruinas colosales de un culto anterior al Hombre (comidilla sutil
arrancada de los Mitos de Cthuluh de
H.P. Lovecraft, y quizás a las
teorías de Von Dänniken), cuando no
era muy diferente de otras criaturas preparadas para el sacrificio.
Hellboy procede de esos tiempos, aunque
por alguna dislocación cuántica, o mágica, su presencia entre nosotros es mucho
más actual. Pero no se siente de esa estirpe que debe barrenos de la Historia
del Cosmos y el Tiempo para dejar lugar a inconcebibles seres que rozan una
especie de divinidad y gobernar las galaxias con un carácter que se nos antoja
despótico.
Los nazis suponen una fuente de aventuras e inspiración para esta serie, merced a la "duplicidad" del III Reich; magia y máquinas |
MikeMignola, co-creador del
personaje (pues algo añadió John Byrne
al concepto), nos lanza a las aventuras del singular demonio con un estilo
impactante, esquemático, pero ampliamente efectivo, que insta imitación a otras
firmas. Mignola ha ido resumiendo su línea “primigenia”, que podemos verificar
en Ironwolf,
más cerca de un… Neal Adams, o Howard Chaikin, más natural, para
buscar una expresividad que obligue al lector a leer las andanzas del sujeto de
rojo el resto de páginas.
Hellboy es un personaje que tiene cierta
controversia; algunos lo encuentran insoportable por mor de su lentitud, algo
que no le veo. Abundan los momentos dinámicos y su trazo realza lo dramático
del suceso. Desde aquél Semilla de Destrucción (que sugiere
ser experimento arriesgado que coció felizmente bien), Anung Un Rama ha ido chocando
con las maquinaciones de Rasputín,
quien con ayuda de desaforados espiritistas
nazis materializó a esta asombrosa criatura a nuestro mundo, y sus
ramificaciones.
Mignola ha ido construyendo una especie
de catedral en torno a la idea de que Hellboy porta la llave de nuestra
extinción: su singular mano derecha pétrea, y que Rasputín codicia para
provocar un irrevocable Fin del Milenio
que instalará esos seres con tentáculos de factura Lovecraft al mando.
¿Quién dijo que es un personaje aburrido? ¡Si se mete en broncas! |
Esa columna vertebral se nutre de
subtramas basadas en un rico folclore internacional, narrándolas ora con leve
ironía, o con el tremendismo característico de la saga principal. Esa génesis
flamígera, vista con perspectiva desde el tomo La isla, apuntala el que Semilla de Destrucción iba a ser un one
shot aventurero y a ver si hay suerte y ganamos unos pavos extras. Igual,
hasta podemos publicar un par de números más.
Hellboy surge en ese momento de ruptura con las majors
(DC
Comics, Marvel Comics) y la efusión de independientes (Image,
Dark
Horse), que pretendían aportar aires nuevos de renovación/rebelión/regeneración
a las viñetas, explorando “nuevas” formas de expresión, de contar, de imaginar
personajes.
Las estructuras ‘caducas’ de las majors no podían perpetuarse. Los
mejores dibujantes corrieron el riesgo y montaron sus sellos editoriales
esperando obtener una tajada más grande del pastel de las tiendas de cómics, y
un respeto que las majors no solían
darles. La jugada, como ocurriera con Hellboy,
salió bien. O medio bien, comparando los resultados posteriores de algunos de
esos personajes “rebeldes” que querían competir con iconos demasiado asentados
como Superman,
Batman
o los X-Men.
Los croosovers no han sido una buena idea; pero el mercado los impone, así que... |
Al margen de toda la parafernalia de
emulación de los superhéroes (porque en el fondo, eso era: copia, algo que
sugería que el dibujante tal tenía planeada cierta saga para X-Men, pero el editor lo prohibió, el
autor cogió el rebote, montó su independiente, publicó “su saga”, y quince
números después, agotado, sin ideas, sin el pretendido impulso renovador,
volvía al redil), Hellboy merodeó
catacumbas y sepulcros en busca del terrible trasgo que inquietaba a la próxima
población indefensa.
Sobre todo esto planea la idea
milenarista de liberación del Dragón
ideada por Rasputín (con cada derrota, cada vez más desleído, más borroso,
menos influyente) como leal siervo de esas voluntades de Lovecraft enclaustradas
en fundas pétreas transparentes desde Dios sabrá cuándo. Semilla de Destrucción contiene un elemento extraño, alienígenas
que reaparecerán en El gusano vencedor, donde gran parte del plan de exterminio
humano y sus secuelas es revelado. No casa. No encaja. Hellboy tiene una línea “paranormal” de acción.
Un toque de humor entre tanta aventura sepulcral |
Y por suculenta que, de entrada, parezca la
idea de combinar elementos tan dispares y a ver cómo se articulan, sigue siendo
ese engranaje chirriante que, afortunadamente, Mignola supo eliminar de la
trama. Aparenta ser una sugerencia de Byrne, como una forma de enlazar
mitologías de cómic “clásicas” que aquietaran al lector, sedado a base de esas ocurrencias.
Peor suerte tuvo Hellboy con los crossovers, que Mignola admite
fueron experiencia negativa. Pero bueno: de los errores debemos aprender. Y
parece ser que Mignola es de los afortunados incapaces de repetirlos.
Más aún: Hellboy ha ido en constante
progresión.