miércoles, 25 de marzo de 2015

HELLBOY — MIKE MIGNOLA (Y JOHN BYRNE Y BILL WRAY)

Todo dicho: despertar al demonio (que hay en Hellboy)
No. Esta no es la usual serie de acción, un poco loca, que impera en el mainstream. Hellboy (Anung Un Rama) se asemeja al Rick Deckard de Blade Runner, paseando su abrigo por los salones más decadentes de cualquier castillo encantado que, en realidad, enmascara, más que sepulta, las ruinas colosales de un culto anterior al Hombre (comidilla sutil arrancada de los Mitos de Cthuluh de H.P. Lovecraft, y quizás a las teorías de Von Dänniken), cuando no era muy diferente de otras criaturas preparadas para el sacrificio.

Hellboy procede de esos tiempos, aunque por alguna dislocación cuántica, o mágica, su presencia entre nosotros es mucho más actual. Pero no se siente de esa estirpe que debe barrenos de la Historia del Cosmos y el Tiempo para dejar lugar a inconcebibles seres que rozan una especie de divinidad y gobernar las galaxias con un carácter que se nos antoja despótico.

Los nazis suponen una fuente de
aventuras e inspiración para esta
serie, merced a la "duplicidad" del
III Reich; magia y máquinas
MikeMignola, co-creador del personaje (pues algo añadió John Byrne al concepto), nos lanza a las aventuras del singular demonio con un estilo impactante, esquemático, pero ampliamente efectivo, que insta imitación a otras firmas. Mignola ha ido resumiendo su línea “primigenia”, que podemos verificar en Ironwolf, más cerca de un… Neal Adams, o Howard Chaikin, más natural, para buscar una expresividad que obligue al lector a leer las andanzas del sujeto de rojo el resto de páginas.

Hellboy es un personaje que tiene cierta controversia; algunos lo encuentran insoportable por mor de su lentitud, algo que no le veo. Abundan los momentos dinámicos y su trazo realza lo dramático del suceso. Desde aquél Semilla de Destrucción (que sugiere ser experimento arriesgado que coció felizmente bien), Anung Un Rama ha ido chocando con las maquinaciones de Rasputín, quien con ayuda de desaforados espiritistas nazis materializó a esta asombrosa criatura a nuestro mundo, y sus ramificaciones.

Mignola ha ido construyendo una especie de catedral en torno a la idea de que Hellboy porta la llave de nuestra extinción: su singular mano derecha pétrea, y que Rasputín codicia para provocar un irrevocable Fin del Milenio que instalará esos seres con tentáculos de factura Lovecraft al mando.

¿Quién dijo que es un personaje
aburrido? ¡Si se mete en broncas!
Esa columna vertebral se nutre de subtramas basadas en un rico folclore internacional, narrándolas ora con leve ironía, o con el tremendismo característico de la saga principal. Esa génesis flamígera, vista con perspectiva desde el tomo La isla, apuntala el que Semilla de Destrucción iba a ser un one shot aventurero y a ver si hay suerte y ganamos unos pavos extras. Igual, hasta podemos publicar un par de números más.

Hellboy surge en ese momento de ruptura con las majors (DC Comics, Marvel Comics) y la efusión de independientes (Image, Dark Horse), que pretendían aportar aires nuevos de renovación/rebelión/regeneración a las viñetas, explorando “nuevas” formas de expresión, de contar, de imaginar personajes.

Las estructuras ‘caducas’ de las majors no podían perpetuarse. Los mejores dibujantes corrieron el riesgo y montaron sus sellos editoriales esperando obtener una tajada más grande del pastel de las tiendas de cómics, y un respeto que las majors no solían darles. La jugada, como ocurriera con Hellboy, salió bien. O medio bien, comparando los resultados posteriores de algunos de esos personajes “rebeldes” que querían competir con iconos demasiado asentados como Superman, Batman o los X-Men.

Los croosovers no han sido una
buena idea; pero el mercado los
impone, así que...
Al margen de toda la parafernalia de emulación de los superhéroes (porque en el fondo, eso era: copia, algo que sugería que el dibujante tal tenía planeada cierta saga para X-Men, pero el editor lo prohibió, el autor cogió el rebote, montó su independiente, publicó “su saga”, y quince números después, agotado, sin ideas, sin el pretendido impulso renovador, volvía al redil), Hellboy merodeó catacumbas y sepulcros en busca del terrible trasgo que inquietaba a la próxima población indefensa.

Sobre todo esto planea la idea milenarista de liberación del Dragón ideada por Rasputín (con cada derrota, cada vez más desleído, más borroso, menos influyente) como leal siervo de esas voluntades de Lovecraft enclaustradas en fundas pétreas transparentes desde Dios sabrá cuándo. Semilla de Destrucción contiene un elemento extraño, alienígenas que reaparecerán en El gusano vencedor, donde gran parte del plan de exterminio humano y sus secuelas es revelado. No casa. No encaja. Hellboy tiene una línea “paranormal” de acción.

Un toque de humor entre tanta aventura sepulcral
Y por suculenta que, de entrada, parezca la idea de combinar elementos tan dispares y a ver cómo se articulan, sigue siendo ese engranaje chirriante que, afortunadamente, Mignola supo eliminar de la trama. Aparenta ser una sugerencia de Byrne, como una forma de enlazar mitologías de cómic “clásicas” que aquietaran al lector, sedado a base de esas ocurrencias.

Peor suerte tuvo Hellboy con los crossovers, que Mignola admite fueron experiencia negativa. Pero bueno: de los errores debemos aprender. Y parece ser que Mignola es de los afortunados incapaces de repetirlos.

Más aún: Hellboy ha ido en constante progresión.