¿Un guiño seminudista a las nudistas aventuras de John Carter en Barsoom? |
Un repaso a las páginas pulcramente
ilustradas (o, mejor, daily strips)
por Alex Raymond, así como un
análisis realizado desde la perspectiva de obras parecidas, similares, o sólo
aparecidas después, junto a un cítrico
sentido de la realidad y la Historia, permite ver que el hidalgo de los
espacios avecindado en Mongo, Flash
Gordon, virtuoso jugador de polo, es un engranaje de la Propaganda que
empleó el Gobierno norteamericano en beneficio de la causa que pretendía
devolver la democracia a Europa, tras haber pateado los culos nazis (y nipones
imperialistas) hasta sus tumbas.
Pero no siempre fue así; al principio, el
ario Flash, refinado de una selecta serie de virtudes y valores que se suponen
inspiran y contiene el estadounidense (lealtad, valor, sentido de la justicia,
del sacrificio…), es víctima de un secuestro y le “disparan” contra un planeta
errante que amenaza impactar contra la Tierra. Lo acompañan Dale Arden, un bibelot medio dibujado como Betty
Boop (por entonces) y otro estereotipo (de científico loco): Hans Zarkov. Ha ideado un plan para
evitar la brutal catástrofe.
El plan era iniciar un gigantesco homenaje a la aventura, pura y dura, merced a numerosas influencias |
¿El plan? Expedirse a “negociar” con la
masa errante para impedir nos destruya. Pero, bueno, eso son insignificancias
para poner “en órbita” la idea principal: ¡¡acción!!, generar una saga exótica
de aventuras en tierras “nunca vistas” que articulaban fantasías previas como Buck
Rogers, Brick Bradford y el campeón de todas ellas: John
Carter de Barsoom.
Así, inmediatamente Gordon & CÍA son
manipulados por criaturas extravagantes y singulares que los zarandean de acá
para allá para deleite de reyezuelos locales o peor: del tirano achinado Ming, déspota reflejo del miedo norteamericano
al Terror Amarillo, instaurado desde bien pronto en su producción de ficción.
Flash
Gordon, por todo esto,
permite suponer que fue una serie tramada, más que en pos de la evasión o el
aprovechamiento de espacios fantabulosos
que otros no supieron explotar con éxito, para la Propaganda patria. O le
inyectaron esa intención. Según iba volviéndose rampante el Terror Nazi, que
Gordon derrotaría (!) en una saga de vigorosas viñetas llenas de camaradería y
prodigios, Flash va encarnando más virtudes de fortaleza/resistencia
norteamericanas contra una amenaza que codiciaba el mundo.
Mongo rebosa de variedad biológica, aunque un tanto alocada, como aquí podemos ver |
No obstante, “entre guerras” quedaba aún
espacio para brindar al cándido lector de Década 30 escenarios espectaculares
que, conforme la serie avanza hacia Década 40, menos extraños, alienígenas, se
dibujan. Esta terraformación afecta a las estrambóticas razas, estilo Edgar R. Burroughs, de los Hombres León, Hombres Halcón, hombres-lo-que-sea,
que finalmente desaparecen, reinando el armonioso Baring sobre todas ellas.
Un núcleo de la vistosidad de Mongo
(planeta que se antoja, más que esférico, situado sobre plataformas, o niveles
de videojuego, interconectadas sus naciones por puentes, y cuya errante entidad
termina apenas los terrestres se domicilian en él), la pluridad de razas
imaginadas bastante a golpe de ocurrencia súbita, se amalgaman en una
estructura racial humana. Y, si es imposible armonizarlas con el canon de Vitruvio, se eliminan. ¿Complicaciones?
Ninguna.
Mientras Flash Gordon anda de bronca con los compis, un insidioso achinado Ming intrigante mete ideas raras en la cabeza de la perpleja Dale |
Aun Ming, que primero era verdaderamente tirano
amarillo, suerte de caricatura del chino, según ha perpetuado el grafismo,
empieza a tener una muy saludable tez rosada caucásica. Se vuelve estilizada
silueta prusiana con elegantes casacas decoradas con el sigul solar,
conservando sin embargo algunos “atributos” de su “ascendencia” asiática que,
según detona 1940, se evaporan finalmente. Los freaks no tienen lugar aquí.
Por otra parte, Flash Gordon es un personaje arrojado a la palestra de la evasión
(y el citado empleo patriótico de Propaganda, menos colorido que Captain
America) sin que tengamos el menor dato biográfico suyo claro.
Ignoramos de dónde surge su prodigioso
uso del sable, la habilidad superior de atleta que avergonzaría a su
contemporáneo Doc Savage, dónde
adquirió la diestra mesura de estadista que suele mostrar, aunque su política
recuerda a la del “palo en alto”. Es
un metrosexual “a prueba de tentaciones” que inmediatamente despierta las
avideces de las vampiresas de Mongo, opuestas a la cándida, fiel y virginal
Dale Arden, otrora trofeo codiciado por la lujuria desbocada de Ming.
¡Hasta la Princesa Leia estaba por los huesos de Flash! |
Se ilustra a Flash como espejo de
hombres, nobles y reyes, en la mejor tradición de la Caballería artúrica; aun
plebeyo, instruye sobre cómo gobernar a todos los monarcas, hombres o mujeres,
de Mongo. Trasplanta triunfantemente el ideal pregonado por Superman (“la verdad, la justicia y el estilo de vida norteamericano”) a esos pagos
estelares distantes.
Lo cierto es que todo eso andaba
improvisado por el equipo de autores tras las proezas. Había que producir
Producir PRODUCIR y todo valía. Y si, encima, echamos una mano a la patria en tiempos
procelosos, ¡mejor! Y ahí ha quedado, FlashGordon: icono de la ficción-a-ocurrencias que ha perdurado en la memoria
colectiva (al menos, de los que amamos las historietas) y buscando, con arrojo
galante, en otros formatos forma de legar y vivir, imprimir huella cara a la
posteridad. Aun: regresar a las viñetas.