Portada de una de las tantas ediciones aquí habidas del libro |
No creo que
en Tropas
del espacio haya tanto lobo
fascista-imperialista-militarista-ordenancista como sus detractores denuncian.
Hay algo, pero también, apreciado con objetividad, descubres ese desengrasante aire
socarrón que corroe bastante el supuesto “argumento negativo” impostado por el
autor, el John Milius de la ciencia
ficción, el también polémico Robert A.
Heinlein.
Starship troopers es, ante
todo, una intensa novela de aventuras, narrada en primera persona, que cruza
vastos escenarios castrenses, e incorpora creencias de Heinlein respecto a la
profesión marcial, trasladadas a valores que describen nuestros ejércitos
modernos: tropa profesional voluntaria, brigadas “pequeñas” pero extensamente
entrenadas provistas de una masiva panoplia de HI/TECH superior que anule las
defensas rivales de inmediato, causando reducido número de bajas entre nuestras
fuerzas, o sea, las de los buenos… al tiempo que, de un solo y devastador
golpe, quite las ganas de contraatacar al enemigo.
Es la teoría,
al menos. La práctica dibuja diseños más atroces que extienden cancerosos
tentáculos hacia la población civil; la que, hipotéticamente, debe protegerse,
aun la del bando opuesto.
Robert A. Heinlein maquinando alguna cosa fascista, según su (injusta) negra leyenda |
También tengo
observado que los detractores de esta novela (juvenil, recordemos) procuran
ignorar cuando y en qué ambiente aparece: la Guerra Fría a toda potencia, la Amenaza Roja rampante frente a la tibia Distensión, los rescoldos de la caza de brujas del mccarthysmo
aún despidiendo calor. La guerra de Corea, reciente...
Todo esto son
datos que se desprecian. Pero deben considerarse. Un escritor, hasta de ciencia
ficción, no deja de ser tanto cronista de su época como de los reflujos
sociales, políticos, económicos, que la modelan. Y por la condición de las
opiniones y creencias de Heinlein, tachado sin rodeos de fascista (la mejor manera de “cargarte” a alguien es endosarle esa
etiqueta; ¡causa repulsión instantánea!), éste se entregaría a construir un
artefacto propagandístico que instruyese a las futuras generaciones de lectores
en la defensa de la patria, Dios y, en su caso regional, la tarta de manzanas.
El problema,
sostengo, de esta novela reside en que cierta orientación política se ha cebado
en ella, haciendo gala de una espléndida hipocresía de paso. Han considerado
que la ciencia ficción, al igual que
el cómic, o el teatro, sobre todo esas obras “experimentales” ininteligibles
que confunden al espectador, pero mejor decimos que es sublime que te cagas, o
quedas como un tarado fascistoide, es de izquierdas.
Un patrimonio exclusivo sito en altos altares, lejos del vulgo con ideas
contrarias, porque pueden contaminarla.
Una de las tantas cubiertas foráneas de la novela |
Supongamos
que Stanislaw Lem, sólo por ser
autor del otro lado del Telón de Acero,
hubiese escrito el Tropas del espacio
soviético. ¿Se varearía como se martiriza la historia de Heinlein, o la
aplaudirían y ¡aclamarían! como un intrépido ejemplo de…, de…? ¿Mordaz
antibelicismo en proscenio bélico?
La historia
de Tropas del espacio, laureada,
aclamada, triturada, esparcidas sus cenizas al alto cielo y entre todos los
vientos para regocijo de los críticos, víctima preferente de los autores
“liberales” y los críticos “progresistas”, es irónicamente similar a la de los
juguetes G.I. Joe: durante parte de los cincuenta y sesenta del siglo XX
(la época de la América pujante-triunfante merced a sus victorias en ultramar)
constituían como un “espinazo moral” de formación infantil (como trasunto del adoctrinamiento del nacional-socialismo de las Juventudes Hitlerianas).
Empero llegó
el pacifismo y la abominación de la guerra (provista de inspirados trovadores),
que detonaría en la repulsión por la guerra de Vietnam, y la Sociedad defenestró a los muñecos patrióticos-guerreros.
Los fabricantes, negándose sin embargo a perder un mercado, les dieron “otra
orientación”: pasaron de ser tropas de asalto a valerosos defensores de la
libertad-democracia mundial, opuestos a enmascarados tiranos y conglomerados
terroristas de difusa ubicación.
Y, también, en cómic, previo paso por la pantalla de plata |
Vaya, ¿no os
suena un poco a nuestra actualidad? Los ejércitos han dejado de ser una fuerza
que podía imponer dictaduras (al menos, en las democracias occidentales; en
otros puntos del globo, siguen “sirviendo” para eso) para ser ayuda
parapolicial contra el terrorismo internacional… de difusa ubicación. Trasladan
sus teatros de operaciones a remotos países plagados de eriales y dunas a fin
de abortar allí otro 11-S 2001, aunque el resultado es más indefinible.
Preparados
para combatir tropas especializadas, carros blindados y demás quincalla, el
bando contrario empero sólo necesita entre uno a tres pistoleros
desequilibrados (o adoctrinados en un credo que garantiza un Edén sin parangón;
depende de qué lado dé la noticia) para matar cuantos deseen entre personas
inocentes e inadvertidas.
Recapitulando:
es lástima que una entretenida novela de aventuras, preñada de un fino humor
digno de Twain, sea maltratada por
célebres críticos, o aun personas con buen instinto para la reseña, sólo porque,
en algún momento, alguien decidió colocarle cierto sanbenito. Su saña tiene,
empero, la virtud de promover el interés de quienes estamos más despiojados de
prejuicios. La política es invento del Diablo, y conviene verlo/saberlo para
disfrutar de joyas literarias como Tropas
del espacio.