jueves, 2 de abril de 2015

TROPAS DEL ESPACIO — ROBERT A. HEINLEIN

Portada de una de las tantas
ediciones aquí habidas del libro
No creo que en Tropas del espacio haya tanto lobo fascista-imperialista-militarista-ordenancista como sus detractores denuncian. Hay algo, pero también, apreciado con objetividad, descubres ese desengrasante aire socarrón que corroe bastante el supuesto “argumento negativo” impostado por el autor, el John Milius de la ciencia ficción, el también polémico Robert A. Heinlein.

Starship troopers es, ante todo, una intensa novela de aventuras, narrada en primera persona, que cruza vastos escenarios castrenses, e incorpora creencias de Heinlein respecto a la profesión marcial, trasladadas a valores que describen nuestros ejércitos modernos: tropa profesional voluntaria, brigadas “pequeñas” pero extensamente entrenadas provistas de una masiva panoplia de HI/TECH superior que anule las defensas rivales de inmediato, causando reducido número de bajas entre nuestras fuerzas, o sea, las de los buenos… al tiempo que, de un solo y devastador golpe, quite las ganas de contraatacar al enemigo.

Es la teoría, al menos. La práctica dibuja diseños más atroces que extienden cancerosos tentáculos hacia la población civil; la que, hipotéticamente, debe protegerse, aun la del bando opuesto.

Robert A. Heinlein maquinando alguna cosa
fascista, según su (injusta) negra leyenda
También tengo observado que los detractores de esta novela (juvenil, recordemos) procuran ignorar cuando y en qué ambiente aparece: la Guerra Fría a toda potencia, la Amenaza Roja rampante frente a la tibia Distensión, los rescoldos de la caza de brujas del mccarthysmo aún despidiendo calor. La guerra de Corea, reciente...

Todo esto son datos que se desprecian. Pero deben considerarse. Un escritor, hasta de ciencia ficción, no deja de ser tanto cronista de su época como de los reflujos sociales, políticos, económicos, que la modelan. Y por la condición de las opiniones y creencias de Heinlein, tachado sin rodeos de fascista (la mejor manera de “cargarte” a alguien es endosarle esa etiqueta; ¡causa repulsión instantánea!), éste se entregaría a construir un artefacto propagandístico que instruyese a las futuras generaciones de lectores en la defensa de la patria, Dios y, en su caso regional, la tarta de manzanas.

El problema, sostengo, de esta novela reside en que cierta orientación política se ha cebado en ella, haciendo gala de una espléndida hipocresía de paso. Han considerado que la ciencia ficción, al igual que el cómic, o el teatro, sobre todo esas obras “experimentales” ininteligibles que confunden al espectador, pero mejor decimos que es sublime que te cagas, o quedas como un tarado fascistoide, es de izquierdas. Un patrimonio exclusivo sito en altos altares, lejos del vulgo con ideas contrarias, porque pueden contaminarla.

Una de las tantas cubiertas
foráneas de la novela
Supongamos que Stanislaw Lem, sólo por ser autor del otro lado del Telón de Acero, hubiese escrito el Tropas del espacio soviético. ¿Se varearía como se martiriza la historia de Heinlein, o la aplaudirían y ¡aclamarían! como un intrépido ejemplo de…, de…? ¿Mordaz antibelicismo en proscenio bélico?

La historia de Tropas del espacio, laureada, aclamada, triturada, esparcidas sus cenizas al alto cielo y entre todos los vientos para regocijo de los críticos, víctima preferente de los autores “liberales” y los críticos “progresistas”, es irónicamente similar a la de los juguetes G.I. Joe: durante parte de los cincuenta y sesenta del siglo XX (la época de la América pujante-triunfante merced a sus victorias en ultramar) constituían como un “espinazo moral” de formación infantil (como trasunto del adoctrinamiento del nacional-socialismo de las Juventudes Hitlerianas).

Empero llegó el pacifismo y la abominación de la guerra (provista de inspirados trovadores), que detonaría en la repulsión por la guerra de Vietnam, y la Sociedad defenestró a los muñecos patrióticos-guerreros. Los fabricantes, negándose sin embargo a perder un mercado, les dieron “otra orientación”: pasaron de ser tropas de asalto a valerosos defensores de la libertad-democracia mundial, opuestos a enmascarados tiranos y conglomerados terroristas de difusa ubicación.

Y, también, en cómic, previo paso
por la pantalla de plata
Vaya, ¿no os suena un poco a nuestra actualidad? Los ejércitos han dejado de ser una fuerza que podía imponer dictaduras (al menos, en las democracias occidentales; en otros puntos del globo, siguen “sirviendo” para eso) para ser ayuda parapolicial contra el terrorismo internacional… de difusa ubicación. Trasladan sus teatros de operaciones a remotos países plagados de eriales y dunas a fin de abortar allí otro 11-S 2001, aunque el resultado es más indefinible.

Preparados para combatir tropas especializadas, carros blindados y demás quincalla, el bando contrario empero sólo necesita entre uno a tres pistoleros desequilibrados (o adoctrinados en un credo que garantiza un Edén sin parangón; depende de qué lado dé la noticia) para matar cuantos deseen entre personas inocentes e inadvertidas.

Recapitulando: es lástima que una entretenida novela de aventuras, preñada de un fino humor digno de Twain, sea maltratada por célebres críticos, o aun personas con buen instinto para la reseña, sólo porque, en algún momento, alguien decidió colocarle cierto sanbenito. Su saña tiene, empero, la virtud de promover el interés de quienes estamos más despiojados de prejuicios. La política es invento del Diablo, y conviene verlo/saberlo para disfrutar de joyas literarias como Tropas del espacio.