Esfuerzo de Orbis por acreditar la ciencia ficción en este país |
Si bien puede concederse “capacidad”
augur a la ciencia ficción, con honestidad conviene reconocer que el error en
“su” profecía puede ser mayúsculo. Ejemplos, hay. Esta obra de Harry Harrison es uno de cuánto puede
errar una ‘predicción’ efectuada desde el fecundo “género del millón de
puertas”.
Hay que resaltarle, empero, un mérito.
Harrison esboza la preocupación, seria y aguda, por las futuras condiciones de
la Humanidad y el estado (ecológico) del globo en 1966. Contemporizando, por
entonces, y películas de insectos gigantes irradiados aparte, el mundo parecía
instalado en una idea de perdurable invulnerabilidad decimonónica e inagotable
prosperidad pronuclear.
Interesados corros políticos/económicos
gobernaban la Propaganda, torciendo el criterio del ciudadano con la idea de
que estaban en un émulo democrático del Reich
Milenario. En el horizonte se intuía un futuro donde todos gozarían de inacabable
suministro de Coca-Cola, desmesurados Cadillacs, pulcros adosados en
modélicas urbanizaciones pacíficas, la parejita de niños encantadores y un
perro lanudo.
Harry Harrison con expresión de "He visto cosas que no creeríais" |
Sólo debería preocuparles, a estos
ciudadanos de la Edad de Oro Eisenhower, esos sombríos cummies
de la vodka y el borchs. Y, llegados
el caso, un poco los Aliados de ultramar. Nunca se sabe, a ciencia cierta, qué
piensan esos forasteros.
Pensaban: todo sería rutilante y
abundante por siempre jamás, recompensa por superar el tenebroso atolladero de
la Segunda Guerra Mundial y las
sombras (de vergüenza) del Holocausto
judío, principalmente.
Dos o tres locos de cierta entidad
vaticinaban peligro, ¡PELIGRO, Will
Robinson!, con el átomo. Pero Propaganda pronto neutralizaba sus voces
catastrofistas. Su recurso infalible: tacharlas de antiamericanas. Todo resuelto. ¡Al saco de la caza de brujas y las listas negras mccarthyanas!
En un ancho mundo de ensalmo material con
hechuras de pintura de Norman Rockwell,
¿qué permitía pensar que la superpoblación desbocada engendraría penuria
general y el crítico empeoramiento de las condiciones sociales? Propaganda
afirmaba que la Maquinaria produciría sin fin-sin fin satisfactorios
artefactos, y el peligro provendría (rusos aparte) de enigmas de otros mundos;
esos insidiosos marcianos de los platillos volantes. Pero: nada alarmante.
Todo: vencible.
Portada extranjera a lo Judge Dredd |
Harrison escribe, entonces, un ‘augurio’ distópico en que el hambre, la carestía y el hacinamiento en condiciones tan
tercermundistas que ni soñar podían acorralan a la Humanidad. Teoriza (aquí
empieza a errar) con una Tierra superpoblada en 2000AD por siete mil millones de habitantes, aplastados todos debido a una
asfixiante aglomeración, el desempleo, la carencia de sanidad o cobertura
social.
Problema A: es ciencia ficción. Cosa de
críos. (Aunque, en lengua inglesa, la ciencia ficción es un género respetado,
no como aquí.) De insectos radiactivos gigantes que los Marines liquidan. ¿Vais a
creerlo? Problema B: ¡es Propaganda cummie!
Catástrofes-sin-fundamento preconizadas, sí, ajá, para socavar los poderosos
cimientos de nuestra democracia consumista. Problema C: Harrison iría errando
cada vez más.
Normal lo último. “Contemplaba” el futuro
desde un entorno moral que le forzaba a ser conservador. Cierto, le preocupaba,
y mucho, la naturaleza del futuro que sus descendientes iban a gozar. En 1966,
datos expuestos en su obra eran alarmantes. Hoy empezamos a columbrar sus
penalidades ‘anunciadas’, aplacadas (creo que para seguir despistando) por una
Propaganda estimulada por las palabras “conciencia
ecológica” y “reciclaje”.
Reformas en profundidad, sin embargo, mínimas-nimias.
El anti Johnny Rico de Harrison |
Y en el peor escenario: si la cosa
empeora en exceso, liberamos los perros de la guerra y devoran unos pocos millones.
Estabilizada la cosa. ¿Veis? Todo controlado.
Otro fallo a imputar es que Harrison se
aferraba al concepto de nacimientos en progresión constante para justificar su
“predicción”, enmascarada de investigación policíaca emprendida por un vulgar
detective, Andrew Rusch. Éste,
pateándose Manhattan, va contrastando su vida con la de otros miembros del
elenco (Solomon Kahn, Billy Chung, Shirley, Tab…), y esboza
un aterrador 1999 víctima de una política que condenaba todo esfuerzo por
contener las tasas de natalidad desenfrenadas, que para el autor seguían
aumentando, pese a que la gente careciera de hogar y engullera mierda.
Harrison (incrustado en una Sociedad que
creía imposible perder en Vietnam) no consideró que la cercana crisis del petróleo
desencadenaría un pesimismo general por el futuro, cuya influencia modelaría el
ser y pensar del ciudadano, quien miraría más cuidadosamente los gastos.
Y otros mundos fabulosos descritos |
Esta economización forzaría una mutación del
clima social; los preceptos religiosos y conservadores de la época se
cuartearían y desmoronarían. El estatus social, mediante el empleo, el lujo y
su acaparamiento, sustituirían al concepto tradicional de familia. Una
educación liberal más crítica con el poder, unida a un beligerante feminismo,
transformaría el embarazo en obstáculo. Harrison, como otros notables autores de
su época, no tuvo, para nada, presente la condición humana, su volubilidad.
Aun
así, pese a estos “defectos”, ¡Hagan
sitio! ¡Hagan sitio! es un libro recomendable; conviene tenerlo y leerlo. Sombrío,
pesimista, descorazonado, anticipa lateralmente que el lujo vencerá al amor,
pese a las promesas realizadas, como demuestra Shirley cuando deja al
empobrecido Andrew para ir a buscar un protector adinerado en esta Manhattan
del hambre.