jueves, 9 de abril de 2015

¡HAGAN SITIO! ¡HAGAN SITIO! — HARRY HARRISON

Esfuerzo de Orbis por acreditar
la ciencia ficción en este país
Si bien puede concederse “capacidad” augur a la ciencia ficción, con honestidad conviene reconocer que el error en “su” profecía puede ser mayúsculo. Ejemplos, hay. Esta obra de Harry Harrison es uno de cuánto puede errar una ‘predicción’ efectuada desde el fecundo “género del millón de puertas”.

Hay que resaltarle, empero, un mérito. Harrison esboza la preocupación, seria y aguda, por las futuras condiciones de la Humanidad y el estado (ecológico) del globo en 1966. Contemporizando, por entonces, y películas de insectos gigantes irradiados aparte, el mundo parecía instalado en una idea de perdurable invulnerabilidad decimonónica e inagotable prosperidad pronuclear.

Interesados corros políticos/económicos gobernaban la Propaganda, torciendo el criterio del ciudadano con la idea de que estaban en un émulo democrático del Reich Milenario. En el horizonte se intuía un futuro donde todos gozarían de inacabable suministro de Coca-Cola, desmesurados Cadillacs, pulcros adosados en modélicas urbanizaciones pacíficas, la parejita de niños encantadores y un perro lanudo.

Harry Harrison con expresión de
"He visto cosas que no creeríais"
Sólo debería preocuparles, a estos ciudadanos de la Edad de Oro Eisenhower, esos sombríos cummies de la vodka y el borchs. Y, llegados el caso, un poco los Aliados de ultramar. Nunca se sabe, a ciencia cierta, qué piensan esos forasteros.

Pensaban: todo sería rutilante y abundante por siempre jamás, recompensa por superar el tenebroso atolladero de la Segunda Guerra Mundial y las sombras (de vergüenza) del Holocausto judío, principalmente.

Dos o tres locos de cierta entidad vaticinaban peligro, ¡PELIGRO, Will Robinson!, con el átomo. Pero Propaganda pronto neutralizaba sus voces catastrofistas. Su recurso infalible: tacharlas de antiamericanas. Todo resuelto. ¡Al saco de la caza de brujas y las listas negras mccarthyanas!

En un ancho mundo de ensalmo material con hechuras de pintura de Norman Rockwell, ¿qué permitía pensar que la superpoblación desbocada engendraría penuria general y el crítico empeoramiento de las condiciones sociales? Propaganda afirmaba que la Maquinaria produciría sin fin-sin fin satisfactorios artefactos, y el peligro provendría (rusos aparte) de enigmas de otros mundos; esos insidiosos marcianos de los platillos volantes. Pero: nada alarmante. Todo: vencible.

Portada extranjera a lo
Judge Dredd
Harrison escribe, entonces, un ‘augurio’ distópico en que el hambre, la carestía y el hacinamiento en condiciones tan tercermundistas que ni soñar podían acorralan a la Humanidad. Teoriza (aquí empieza a errar) con una Tierra superpoblada en 2000AD por siete mil millones de habitantes, aplastados todos debido a una asfixiante aglomeración, el desempleo, la carencia de sanidad o cobertura social.

Problema A: es ciencia ficción. Cosa de críos. (Aunque, en lengua inglesa, la ciencia ficción es un género respetado, no como aquí.) De insectos radiactivos gigantes que los Marines liquidan. ¿Vais a creerlo? Problema B: ¡es Propaganda cummie! Catástrofes-sin-fundamento preconizadas, sí, ajá, para socavar los poderosos cimientos de nuestra democracia consumista. Problema C: Harrison iría errando cada vez más.

Normal lo último. “Contemplaba” el futuro desde un entorno moral que le forzaba a ser conservador. Cierto, le preocupaba, y mucho, la naturaleza del futuro que sus descendientes iban a gozar. En 1966, datos expuestos en su obra eran alarmantes. Hoy empezamos a columbrar sus penalidades ‘anunciadas’, aplacadas (creo que para seguir despistando) por una Propaganda estimulada por las palabras “conciencia ecológica” y “reciclaje”. Reformas en profundidad, sin embargo, mínimas-nimias.

El anti Johnny Rico de Harrison
Y en el peor escenario: si la cosa empeora en exceso, liberamos los perros de la guerra y devoran unos pocos millones. Estabilizada la cosa. ¿Veis? Todo controlado.

Otro fallo a imputar es que Harrison se aferraba al concepto de nacimientos en progresión constante para justificar su “predicción”, enmascarada de investigación policíaca emprendida por un vulgar detective, Andrew Rusch. Éste, pateándose Manhattan, va contrastando su vida con la de otros miembros del elenco (Solomon Kahn, Billy Chung, Shirley, Tab…), y esboza un aterrador 1999 víctima de una política que condenaba todo esfuerzo por contener las tasas de natalidad desenfrenadas, que para el autor seguían aumentando, pese a que la gente careciera de hogar y engullera mierda.

Harrison (incrustado en una Sociedad que creía imposible perder en Vietnam) no consideró que la cercana crisis del petróleo desencadenaría un pesimismo general por el futuro, cuya influencia modelaría el ser y pensar del ciudadano, quien miraría más cuidadosamente los gastos.

Y otros mundos fabulosos descritos
Esta economización forzaría una mutación del clima social; los preceptos religiosos y conservadores de la época se cuartearían y desmoronarían. El estatus social, mediante el empleo, el lujo y su acaparamiento, sustituirían al concepto tradicional de familia. Una educación liberal más crítica con el poder, unida a un beligerante feminismo, transformaría el embarazo en obstáculo. Harrison, como otros notables autores de su época, no tuvo, para nada, presente la condición humana, su volubilidad. 

Aun así, pese a estos “defectos”, ¡Hagan sitio! ¡Hagan sitio! es un libro recomendable; conviene tenerlo y leerlo. Sombrío, pesimista, descorazonado, anticipa lateralmente que el lujo vencerá al amor, pese a las promesas realizadas, como demuestra Shirley cuando deja al empobrecido Andrew para ir a buscar un protector adinerado en esta Manhattan del hambre.