Impactante afiche original |
El guionista Stanley R. Greenberg dramatiza para los fotogramas la novela ¡Hagan Sitio! ¡Hagan Sitio! de
Harry Harrison, suerte de ‘precoz’ anuncio de terribles
carencias al albor de 2000AD. El
libro describe una Nueva York (concretamente, la isla de Manhattan) saturada. Rebosa
de población desnutrida y sucia que no sabe cómo encarar el día-a-día. Una Sociedad
víctima de una autista inercia conservadora.
La distopía de Harrison evidencia ciertas
restricciones creativas fruto de un pensamiento “conservador” e ingenuo
planteamiento de la “política de las masas”. Ilustra unas apabullantes
condiciones de vida tercermundistas que la población estadounidense soporta con
un estoicismo que ridiculiza la flema británica ante la adversidad. Harrison no
quiso pensar en que una drástica desaparición de las virtudes del Estado del
Bienestar provocaría en la gente el querer causar violentas algaradas. ‘Sus
americanos’ guardan orden y turno ante la miseria progresiva en que la
superpoblación les ha hundido, generando algún conato de disturbios más
parecidos a un estéril aspaviento colérico que a una sublevación.
Harrison, so pretexto de una
investigación policial, desarrolló más el romance entre las ruinas del viejo
mundo agotado y las decadentes estructuras del nuevo famélico futuro de su
libro, intercalando “anécdotas” de lo mal MAL que todo está, sin atreverse a
más.
Estos dos "no se veían" desde Los diez mandamientos |
Empero, el director Richard Fleischer, con ayuda de Greenberg, vieron carnaza en el
texto, estupendas ideas que un “acomodado” Harrison desaprovechó. Descentraron
la relación romántica, empleándola mejor como argucia para ablandar a un
implacable y expeditivo Charlton Heston, transformándolo así en alguien con
conciencia, capaz de ser sensible a los horribles sucesos investigados.
Su encarnación del detective Thorn es mucho mayor y elaborada que la
que Harrison hace de su Andrew Rusch,
personaje demasiado anodino para soportar el pesado protagonismo. Rusch es
pequeño, acomplejado, mínimo-nimio. Intrascendente. El corrupto Thorn toma al
mundo por la pechera y lo saquea sin escrúpulos.
Multitudes okupas por doquier. Qué remedio |
Trisca por el atestado Manhattan buscando
un fin del día algo mejor que el comienzo. Es digno exponente de la dramática rotación que la figura del Héroe estaba ya dando en vísperas de
Década 70, impregnada de pesimismo por el futuro. La idea de que el
Mañana-Mañana en verdad iba a fracasar estrepitosamente, sin remedio, aferró al
colectivo. No eran ya augurios oscuros en libros aislados. Sino certeza. Y la figura
del “salvador” empezó a distar apenas de la del villano.
Los estándares morales surgidos tras la Segunda Guerra Mundial estaban
deshilvanándose. El titán, Norteamérica, recibía una paliza, mala y de verdad,
en Vietnam, ¡impensable acontecimiento!, y más por la entidad del enemigo: en
inferioridad de medios ante todo. Resintió su poderío. Para más inri, la crisis del petróleo mostró, al
mundo habituado al despilfarro, qué finito es todo. Y un planeta que pensaba
que la materia prima era inagotable, y podía derrochar cuanta quisiera, empezó
a reconsiderar opciones. Todo esto fecunda la película.
Los aromas del ayer cautivan al duro policía Thorn |
Soylent Green, título original del filme, aprovecha (casi) al máximo las
propuestas no desarrolladas por un ‘timorato’ Harrison. Podemos imaginar a
Greenberg y Fleischer diciéndose: Pero ¿no estaba viéndolo Harrison? Ante la
situación límite que describe, ¿no comprende que la gente sucumbiría al canibalismo? Sería de esas leyendas
urbanas “infundadas” presentes en las charlas. Cosa que Rusch evitaría indagar
por miedo a la verdad. Pero ahí estaría. Y tanta gente apiñada APIÑADA, ¿no
extendería velozmente epidemias imposibles de atajar por falta de medicamentos?
Y los de hoy, le sacan el alma |
Ellos tampoco barrenaron en esto; supongo
que, con “el misterio” de las galletas
verdes, el espectador iría ya anublado para casa. No obstante, la
desgarradora llamada final de Thorn en la iglesia, su mano ensangrentada
extendida como suplicando socorro al Altísimo,
pierde fuelle ante la muelle moral de un mundo asediado por la hambruna
persistente. De acuerdo: no jalamos Soylent
Green; lo cocinan con cadáveres, ¡brrr! ¿Qué comemos, entonces?
La película afirma que los océanos se secan;
no hay peces. ¿Qué queda? Gente. Del resto, comestible, apenas nada. Habría
conatos de rechazo-y-repugnancia, ajá, sí, pero cuando apretase el hambre… Su
inexorable lógica…
La población lo aceptaría, y en breve, ¿parecería
normal? No sé hasta qué punto, empero, zamparte al abuelo transformado en
galleta mutaría el pensamiento global, forzaría la recuperación por lo que hubo
antes. ¿O el personal alzaría los
hombros, se adaptaría, y empezaría a servir directamente carne humana en el
menú? El Gobierno ¿no la proporciona como Soylent
Green? ¿Por qué Chez Moritz no podría,
pagadas las correspondientes tasas?
Una verdad que Thorn no querría haber descubierto |
Cuando
el destino nos alcance enseña
lo que un libro “con posibles” puede ser cuando le aplican oscuridad. Novela y
película son muestras, además, de cómo un pensamiento en torno a un
planteamiento concreto varía en pocos años. De qué forma las carencias
endurecen a las Sociedades, cómo muere un inocente candor de boy scout para abrazar una voracidad
egoísta, reflejo de sus privaciones y apetitos, que deben ser satisfechos como
sea.