sábado, 25 de abril de 2015

APOCALIPSIS ISLAND — VICENTE GARCÍA

Portada de un libro que demuestra
que los humanos del mundo zombi
son gilipollas
Apoyemos también a nuestros autores efectuando comentario sobre su producción. En defensa de la libertad de expresión y creación, señalemos que, por repulsiva que sea y absurdo que el planteamiento nos parezca, la “literatura” de, o, sobre zombis tiene derecho a existir. (Bien aislada y muy espaciada su aparición, eso sí.) Debe ser el implacable juez de los lectores quienes luego la condenen al olvido, muchas gracias, por siempre jamás, amén, si procede.

En un mundo decente, desde luego, y con lectores de buen asentado criterio, esto ya habría sucedido. Los zombis se contemplarían como una (pestilente) extravagancia ocasional, alternativa a los Grandes Temas habituales del ocio, confiando en que, siglos más tarde, regresaran con un par de historias al respecto.

En nuestro dislocado mundo de lectores de aborregado/borreguil criterio extraviado, los zombis han (aún lo hacen) capitalizado un buen segmento de nuestro esparcimiento, abarrotando las pantallas de cine, de TV, cómics y libros, recibiendo ¡aclamación! sin parangón (!) encima.

Junto a su obra, el autor: Vicente García. 
(Y un apalancado enmascarado)
Referiremos sobre un texto que bien parece ser paradigma de toda esa gramática desquiciada que sobre esta hedionda temática hay. Se reconoce que todos estos libros están muy mal escritos (por personas a las que llamar amateurs es todavía dedicarles caro elogio), llenos de disparates e improvisaciones llegadas de modo súbito, y protagonizadas por repelentes personajes descerebrados. Estos "escritores" son tan arrogantes que toman a sus lectores por gilipollas, pues todas estas "peripecias" serían imposibles en un mundo provisto del arsenal que nosotros poseemos. Barreríamos esa plaga en pocos días.

Vicente García nos “deleita” con tal lujo de detalles, tomando como punto de partida una situación de aislamiento y clausura forzosa. Los paisanos de Mallorca son inmolados por mor de un abstracto concepto sanitario/defensivo-no-sé-qué que el autor nunca termina de explicar; al menos, plausiblemente.

¡Pero hay más libros! Esto es digno
del Tribunal de los Derechos Humanos
 de La Haya
Apocalipsis Island no es, per se, una novela. (Como tampoco la palabra “apocalipsis” —revelación— refiere a un cataclismo brutal estilo MadMax, o el término versus no significa rivalidad, o disputa, o contra. Pero estas imperfecciones han cuajado en la cultura, empleándose libérrimamente.) En numerosas páginas constata su naturaleza de primer borrador, que la autócrata autoridad del propietario de la editorial que imprime el libro lanza al estupefacto mercado para nuestro salvaje flagelo.

El texto rebosa contradicciones, fragmentos absurdos, personajes aborrecibles y resalta las cuantiosas fobias y filias (“podemistas”) del escritor. Salta, al lector con un grado mínimo-nimio de cultura literaria, la brutal impericia del autor. Salpica el “relato” con sugerencias de que tenía una idea central más o menos tolerable (Mallorca víctima de muertos vivientes, su población sacrificada por un oscuro concepto gubernamental genocida, ya citado) que podía fraguar en algún cuento largo o novela corta de cierto interés, raspando aun alguna calidad.

¡Otra secuela! Pero ¿pueden ser
creíbles estos estragos zombis en
un mundo armado con napalm y
armas nucleares tácticas?
Empero, para lograr darle cuerpo de desdramatizada y pueril novela, el escritor la embute bien de paja (mental) y golpes de improvisaciones contradictorias. También demuestra una soberana pobreza de vocabulario, un torpe uso de la gramática y la ortografía, un atolondrado sentido del tiempo y la narración, xenofobia hacia los andaluces, y un interesado desprecio teófobo.

Todo lo de izquierdas, sin embargo, es brillo y esplendor, mejora para la Humanidad; estremece comprobar qué arrebatada defensa, mediante el insípido protagonista de esta gárgola “literaria”, el autor hace de la “anarquía participativa”, y que llega a ser argumento del libro en un determinado capítulo.

El resto: el shooting game sobre el muerto ambulante habitual del “género”. No más.

Mientras oleadas de apestosos caníbales postmortem devoran medio Mallorca, el prota (o sea, el escritor) y un líder de una población local (lindo golpe: ¡un líder anarquista! Pero ¿no los aborrecen?) se ponen a hacer proselitismo de las bondades de la aludida “anarquía participativa”, fundamentada en los sacros principios evangélicos postulados por Alan Moore en V de Vendetta… ´Nuff said! Excelsior! Mine Make Marvel, a eso decimos.

Toma ya: en plan Batman Año Uno. ¡Y
por un prosélito anónimo!
El autor ya ha dado cuanto tiene de escritor antes de llegar a este esperpéntico episodio. Ya nos ha breado, de mala manera, con sus ocurrencias y desmesurada ineptitud como juntaletras, con toda su gama de espontaneidades acontecidas tras un momento de pausa o charleta con un amigo. El escritor presume de ser valiosa pieza de colaboración tanto en editoriales como programas radiofónicos; no obstante, ignora que lo que llama “parte de atrás” de un portaaviones se denomina popa.

Es elemental, conocimiento básico para todo escritor que se precie. Menos él, al que no le pedíamos fuese Joseph Conrad. Sólo que supiese eso. (Y que una explosión capaz de desgarrar un portaaviones norteamericano genera una devastadora onda expansiva con poder para arrasar la bahía donde estaba atracado.)

Y, por si no nos quedó claro: ¡más
orígenes! Remozados en tripas
El escritor nos restriega su asquerosa parafilia necrófila disimulándola de “libro”, uno que, ni siquiera, promueve la risa por sus groseras, abundantes y constantes deficiencias. Es descabalado tributo a un “género” que debería causar desabrida destemplanza generalizada, al menos en un mundo coherente.

En otra empresa, Apocalipsis Island ni se hubiera mirado. En Dolmen se publica porque… es el caprichoso juguete editorial del escritor, aparente sumo pontífice del zombi en España. Honroso título de grave responsabilidad, y para certificar qué trascendental cargo apostólico es, ha puesto la casi total producción de su editorial al servicio de la causa. Veremos qué pasa con Dolmen cuando la fiebre zombi refluya y no tenga otro material que vender al respetable.